lunes, 12 de diciembre de 2016

Mitos de la historia: La matanza de los niños en Belén




NO HUBO NINGUNA MATANZA DE NIÑOS EN BELÉN:



La historia de la matanza de niños en Belén pertenece a las leyendas inmortales, que perduran para toda la eternidad, aunque hace mucho tiempo que fueron reconocidas como leyendas. Según la tradición cristiana tuvo lugar hace aproximadamente dos mil años, después del nacimiento de Jesucristo. En aquel tiempo Herodes, el rey impuesto en Palestina por Roma, había temido tanto por su trono, al llegarle la noticia del nacimiento del Salvador, el Mesías, el cual habían anunciado los profetas al mismo tiempo como nuevo «rey de los judíos», que decidió que fueran matados los recién nacidos. Para liquidarle realmente, Herodes hizo matar a todos los niños de Belén que tuvieran hasta dos años de edad. A causa de ese supuesto asesinato masivo, y por su intención de matar al hijo de Dios, en la tradición cristiana se considera a Herodes como uno de los tres pecadores condenados para la eternidad, para los cuales nunca habrá absolución; como Caín, el asesino de su hermano, y el traidor Judas Iscariote, que entregó a Cristo a los que le perseguían, Herodes está condenado también eternamente a los tormentos del infierno. Pero muy injustamente, ya que en realidad la matanza de niños de Belén nunca se llevó a cabo.
 El que esta leyenda sea inmortal se basa sobre todo en una tradición singular, en su fuente. Es en la Biblia donde se relata este supuesto acontecimiento. Es decir, en el evangelio de san Mateo, 2, 1-18:
«Luego que Jesús nació en Belén, en territorio judío, en tiempo del rey Herodes, vinieron los sabios de Oriente a Jerusalén y dijeron: ¿Dónde está el recién nacido rey de los judíos? Hemos visto su estrella y hemos venido a adorarle. Cuando el rey Herodes lo oyó, se estremeció y con él todo Jerusalén. E hizo reunir a todos los sumos sacerdotes y doctores de la ley entre el pueblo e hizo averiguar por ellos dónde había nacido Cristo. Y ellos le dijeron: En Belén de Judea; pues también está escrito por los profetas: “Y tú, Belén de Judea, no eres en absoluto la más pequeña bajo el príncipe de Judá, pues de ti debe venirme el príncipe que será el señor de mi Israel.”
Entonces llamó Herodes secretamente a los sabios y se enteró, por ellos, de cuándo aparecería la estrella que señalaba hacia Belén y dijo: “Id allí y buscad al niño, y cuando lo encontréis volved a decírmelo para que yo también vaya a adorarle.” Cuando los reyes oyeron esto se marcharon. Y la estrella que habían visto en Oriente fue delante de ellos hasta que se detuvo encima del lugar donde estaba el niño. Cuando vieron que se detenía la estrella se alegraron mucho, entraron en la casa y encontraron al niño con María, su madre; se arrodillaron, le adoraron, le ofrecieron sus tesoros y le regalaron oro, incienso y mirra.
Y Dios les dijo en sueños que no debían dirigirse de nuevo a Herodes; y volvieron a su país por otro camino. Pero cuando se hubieron marchado, apareció en ángel del Señor a José en sueños y le dijo: “Levántate y toma al niño y a su madre contigo y huye a Egipto y quédate allí hasta que te lo diga; pues ocurre que Herodes busca al niño, para matarle.” Y él se levantó y cogió al niño y su madre durante la noche y escapó a Egipto. Y permaneció allí hasta la muerte de Herodes, con lo cual se cumplió lo que el Señor había dicho a través del profeta, el cual dijo: “Desde Egipto llamé a mi hijo.”
Cuando Herodes vio que había sido engañado por los sabios, se enfureció y ordenó matar a todos los niños de Belén y de todas las fronteras, que tuvieran dos años o menos según el tiempo que él había sabido por los sabios. Con esto se cumple lo que dijo el profeta Jeremías: “De la montaña llegó un grito, muchos quejidos, llantos y gemidos. Raquel lloraba sus hijos y no se dejaba consolar, pues los había perdido.”»
Hasta aquí el relato sobre el supuesto asesinato de niños de Belén. Solamente existe esta reseña; no hay ninguna más. En ningún otro lugar, en ninguna crónica, en ningún escrito de ningún historiador de la época, en ninguna fuente mundana perdura este acontecimiento que con seguridad debió de ser muy comentado. Tampoco entre los otros evangelistas que describen gran parte de la vida de Jesús de modo muy parecido, existe una indicación de la matanza, ni en san Marcos, ni en san Juan, ni tampoco en la famosa y generalmente conocida «Historia de la Navidad» del evangelio de san Lucas que empieza: «Aconteció en aquel tiempo que salió una orden del emperador Augusto de que todo el mundo debía ser censado…» Y más aún, aparte del evangelio de San Mateo la matanza de niños no se menciona en ningún lugar, tampoco en las obras del historiador procedente de Jerusalén, Flavio Josefo, que vivió en el primer siglo después de Cristo. Flavio Josefo escribió “De Bello Judaico”, una historia en siete tomos de la guerra de los judíos contra los romanos hasta la caída de la fortaleza de Masada (en el año 73 después de Cristo), y las “Antiquitates Judaicae”, una «Historia de la antigüedad judía», en veinte volúmenes, desde los orígenes hasta el año 66 después de Cristo. Dado que Josefo trató extensamente la época de Herodes y en ella éste estaba representado como un tirano cruel y sanguinario, es seguro que el historiador no hubiera dejado escapar esta matanza masiva si hubiese tenido delante la fuente correspondiente o hubiera conocido el acontecimiento de oídas. Es muy poco probable que Flavio Josefo, que pasó los últimos decenios de su vida en Roma y murió allí hacia el año 100 después de Cristo, conociese el evangelio de san Mateo. Éste fue considerado durante siglos como el más antiguo de los cuatro evangelios y se creía incluso que había sido escrito por un testigo ocular, por lo cual está colocado en primer lugar en el Nuevo Testamento, pero las investigaciones más modernas han comprobado que pudo haber aparecido lo más pronto hacia el año 80. En las obras de Flavio Josefo no se encuentra ni rastro: Flavio Josefo no entra en modo alguno ni en la vida ni en las obras de Jesús. El único lugar de su obra donde se nombra a Jesús y se le señala como el Mesías, se considera según la opinión unánime de los filólogos como intercalado posteriormente por manos extrañas.
Aun cuando fuera del evangelio de san Mateo nadie ha citado la matanza de niños de Belén, queda en pie esta descripción y uno debe preguntar qué peso tiene y qué significado le corresponde. En primer lugar es importante que san Mateo no fue ningún historiador (como tampoco lo fueron los otros evangelistas). Ni él ni Marcos, Lucas o Juan querían describir a Jesús como personaje histórico. Para ellos se trataba exclusivamente del anuncio de la enseñanza de Jesucristo. No escribieron historias ni biografías, sino vivencias. Sin duda, sus escritos constituyen al mismo tiempo fuentes históricas y forman la única información del Jesús histórico, pero para querer captar el Jesús histórico sería totalmente erróneo entender al evangelio como una relación objetiva. Los evangelistas no escribieron objetivamente, sino en imágenes y mucho de lo que es importante para el historiador no parece en absoluto haber sido importante para ellos. Así sucede que ni siquiera sabemos cuándo nació Jesús; no se conoce el día ni el año, y nadie sabe qué edad tenía cuando fue crucificado. Sin duda, actualmente, en todas las partes del mundo cristiano se celebra el 25 de diciembre como aniversario de su nacimiento, pero esto ocurre partiendo de un acuerdo logrado a finales del siglo IV. El 25 de diciembre como nacimiento de Cristo, como noche santa, fue calculado como sigue: desde el día de la anunciación de María fueron contados 9 meses y luego se añadieron un par de días. Como día de la anunciación sirvió el principio de la primavera pero esta fue una fecha absolutamente casual.
Es también incierto el año del nacimiento de Jesús. Las declaraciones hechas en el evangelio son contradictorias y no proporcionan una cuenta segura. Lucas escribe que Jesús vino al mundo en el año del censo impuesto por Augusto, cuando P. Sulpicio Quirino –ése es su nombre correcto, que san Lucas declara como Cirenio- era gobernador de Siria. Este recuento para una determinación de impuestos, tuvo lugar en el año sexto, después del comienzo de nuestro calendario. Fue el primer censo que efectuaron los romanos en el territorio de los judíos. Las premisas políticas para ello no se dieron hasta un decenio después de la muerte del rey Herodes.
Herodes pasó a la Historia como «el Grande», y realmente fue en general un político hábil y de éxito. Con él siempre estuvieron de acuerdo los romanos, a los cuales pertenecía Palestina desde los tiempos de César. Nacido el año 73 antes de Cristo, Herodes se convirtió en gobernador de Galilea a la edad de 23 años. De acuerdo con los romanos unió todo el territorio judío bajo su mandato. Los romanos le hicieron rex socius sobre Palestina con el título sobresaliente de Socius et amicus populi Romani, socio y amigo del pueblo romano. Gracias a su política inteligente y estable, aseguró al pueblo judío una paz de casi treinta años y un gran bienestar económico. Fundó ciudades y fortalezas, hizo construir el puerto de Cesarea, construyó teatros y, en su pasión por todo lo griego, también estadios deportivos según el modelo olímpico, y dio al templo de Jerusalén su forma definitiva monumental. Sin embargo, como rey impuesto por Roma su poder no fue ilimitado. Ni podía emprender guerras ni en general llevar una política exterior a su propio aire –lo que es especialmente importante en nuestra relación-, no podía, sin consultar a Roma, ejecutar ninguna sentencia de muerte ni ratificar las sentencias de muerte impuestas por el Sanedrín, el tribunal supremo judío.
Pero en los demás asuntos los romanos le dejaban las manos libres en Palestina, pues era un compañero de fiar, que se preocupaba del orden y de la tranquilidad en aquella parte siempre amenazada del imperio romano. Dado que Herodes además tenía amistad personal con el emperador Augusto, en honor del cual hizo construir en Samaria un gran templo, y sabía mantener su afecto con espléndidos regalos de dinero, el emperador concibió el enviar a Palestina soldados romanos y recaudadores de impuestos. Dentro de su amistad con Herodes, Augusto garantizó la protección del transporte de dinero judío que todos los años llevaba a Jerusalén los impuestos para el templo correspondiente pagados por los judíos que vivían en todas las partes del imperio romano. Según la ley hebrea todo judío, viviera donde viviese, tenía que llevar anualmente una moneda de plata al templo de Jerusalén y el transporte con todo el dinero para el templo reunido por las comunidades judías de fuera de Palestina era a menudo asaltado y robado. Como consecuencia de la protección imperial para el transporte, el templo judío se convirtió en uno de los más ricos del mundo, pero también a causa de sus tesoros en uno de los más codiciados, y en el año 70 después de Cristo, los romanos bajo el mando de Tito lo destruyeron y saquearon totalmente. Hasta el día de hoy sigue sin haber sido reconstruido.
Herodes el Grande murió en el año 4 antes del principio de nuestra era. Después de él tres de sus hijos gobernaron el país dividido en otras tantas partes, pero no lo hicieron ni remotamente tan bien como su padre. Diez años después de la muerte de éste se le expusieron al emperador tantas quejas contra los hijos que él los hizo ir a Roma para investigarlas. A uno de ellos, el etnarca Herodes Arquelao, que había administrado la hasta entonces llamada Judea, núcleo del estado judío con la capital Jerusalén, así como territorios de Idumea y Samaria con los puertos importantes de Cesarea, lo destituyó y lo desterró a la Galia. Augusto transformó sus territorios en una provincia regida por un procurador. La ciudad portuaria de Cesarea y no Jerusalén fue la sede de los procuradores romanos, que desde allí administraron esta importante parte de Palestina y entonces también mandaron al país recaudadores de impuestos y soldados romanos.
El nuevo orden se instituyó en el año 6 después del principio de nuestra era. No es imposible, en modo alguno, que Jesús naciera en este año del primer censo tributario como se dice en el evangelio de san Lucas. Sin embargo, esta suposición está en total contradicción con la tesis de que hubiera venido al mundo en los tiempos de Herodes el Grande. Herodes –esto es casi irrefutable- murió en el año 4 antes de nuestra era. Aquí se da, pues, una diferencia de casi diez años.
Tampoco la «estrella de Belén» que supuestamente señaló el camino hasta el pesebre a los reyes sabios y magos de Oriente proporciona ninguna ayuda en la cuestión del año del nacimiento. Ciertamente Kepler, matemático imperial y astrólogo de la corte de Praga a principios del siglo XVII, calculó que en año 7 antes de nuestra era se divisó una constelación especial de los planetas Júpiter y Saturno que ante los contemporáneos de Palestina y Babilonia, de donde debían venir los magos, podía aparecer como una extraña estrella grande y brillante. Esto ha sido puesto en duda posteriormente, pero en otros cálculos se volvió a llegar a resultados parecidos y esos cálculos han sido empleados desde entonces una y otra vez. Pero los mismos no constituyen ninguna prueba de que Jesús nació en aquel año –según Kepler, en el año 7 antes de nuestra era-. Los descubrimientos histórico-científicos hablan de que –como ocurre siempre en dichos casos- la leyenda se refiere a posteriori a aquella aparición extraña en el firmamento. Sin embargo, en ella el tiempo no era tan importante. Lo importante era sólo el acontecimiento, el nacimiento del Mesías anunciado desde hacía mucho tiempo. Era importante subrayar su significado extraordinario, presentar su carácter único. Entonces apareció por su cuenta la constelación especial de planetas, en el tiempo en que la clara estrella estaba sobre Belén… Esta primera tradición oral puede haber sido tomada por el evangelista Mateo (los otros no mencionan la estrella de los magos).
En la investigación de los hechos históricos se añade la dificultad de que nadie sabe con certeza lo que los evangelistas realmente escribieron, pues las redacciones griegas transmitidas de sus escritos proceden de época posterior. Solamente algunas partes se remontan hasta el siglo II. Una de las principales bases para nuestro texto actual del Nuevo Testamento es el Codex Sinaiticus que contiene todo el Nuevo Testamento, pero que procede del siglo IV después de Cristo. La problemática de utilizar la Biblia como fuente histórica la he expuesto extensamente en mis libros Herodes el Grande (1977) y El pequeño mundo de Jesucristo. Lo que investigaron los teólogos, filólogos, historiadores y arqueólogos (1981). Aquí son suficientes estas indicaciones, pues se trata exclusivamente de la cuestión de la verdad histórica de la matanza de niños de Belén.
No existe un comprobante objetivo de ella. ¿Debe tomarse la matanza de niños como probable? En todo caso es improbable –como se ha demostrado ya- que Jesús viniera a este mundo en el tiempo en que vivía Herodes. Sigue siendo inverosímil que Jesús naciera en Belén como indican Mateo y Lucas, mientras que Marcos y Juan le llaman más bien nazareno, con lo cual quieren decir quizás que procedía de Nazareth en Galilea, lo cual es mucho más probable. Casi todos los científicos que en época más reciente se han ocupado de la vida de Jesús, igual que los historiadores, así como también los teólogos y expertos católicos y evangélicos, en la investigación del Nuevo Testamento, ven en la afirmación de Mateo y Lucas de que Jesús nació en Belén un puro intento literario de presentar el nacimiento del Mesías como indicó el Antiguo Testamento. En éste se dice que el Mesías vendría de la ciudad de David, con lo cual se quería decir Belén. En Belén nació David y más tarde fue ungido como rey. Y también fue profetizado que el Mesías sería de la casa de David, un sucesor del rey David.
Sobre todo es improbable la orden de la matanza en sí misma. Hace dos mil años tampoco los jefes políticos vivían en un mundo de fantasía sino en la realidad; también entonces las decisiones eran tomadas por razones de política real, tal como ocurre actualmente, y es muy fácil preguntar: ¿cómo el Mesías recién nacido, que hasta lo más pronto veinte años después no podía llegar a ser el nuevo «rey de los judíos», podía representar una amenaza para Herodes que ya tenía más de setenta? E incluso si Herodes tomaba la profecía del Señor que venía como una amenaza, es seguro que una matanza masiva le hubiera costado el trono enseguida, porque el emperador Augusto no hubiera dejado pasar sin castigo una barbaridad semejante.
Se ha dicho que Herodes sufría de manía persecutoria y que su orden de matar a todos los niños pequeños podía ser una consecuencia de su psicosis. Pero Herodes no padeció en absoluto de manía persecutoria (también me remito a mi biografía de Herodes para este complejo). Además Augusto habría intervenido y habría pedido a Herodes responsabilidades y es de suponer que le habría destituido, lo cual habría sido consignado con seguridad por los cronistas contemporáneos. Solamente unos pocos teólogos y biógrafos de Jesús se siguen aferrando a la descripción de que Herodes ordenó la matanza de niños de Belén y la hizo llevar a cabo. La mayoría de científicos, sobre todo los historiadores, ven en la descripción de san Mateo de la matanza de niños de Belén no un hecho histórico, sino una leyenda, una creación literaria, una imagen verbal, un tópico, un esquema impresionista. Aquí se trata del cuadro, que aparece a menudo en la literatura, de la amenaza y de la salvación maravillosa que viven especialmente las personalidades excepcionales, la mayoría de las veces durante su nacimiento, o después de él; es decir, que se les atribuye a posteriori. En el centro no está en modo alguno Herodes, sino Jesucristo, el hijo de Dios. Él es el amenazado, y precisamente el ser amenazado y estar en peligro lo señala desde el principio como Aquel cuya venida ha sido profetizada. De esta imagen de la amenaza y la salvación maravillosa de niños pequeños de los cuales más tarde surgirán grandes personalidades, se da una larga serie de ejemplos en muchas historias religiosas, en mitos, leyendas y cuentos de toda la literatura mundial.
El relato más famoso que san Mateo puede haber utilizado como modelo para la leyenda de la matanza de niños de Belén es la historia bíblica de la amenaza y salvación del recién nacido Moisés, el posterior fundador (legendario) de la religión de Yahvé que libró a los israelitas de su esclavitud en Egipto, los llevó a la tierra prometida y Dios le transmitió los diez mandamientos y muchas otras leyes. Moisés nació en Egipto, donde sus padres, como muchos otros israelitas, vivían como trabajadores extranjeros. La población de los israelitas, residente desde muchos años en la tierra de los faraones, aumentaba naturalmente de modo constante, circunstancia que los egipcios observaban con preocupación creciente: «Queremos reprimirlos poniendo contingentes para que no sean tantos –se dice en el segundo libro de Moisés-, pues si surgiera una guerra, se sumarían también a nuestros enemigos y pelearían contra nosotros…» Pero los israelitas no se dejaron «reprimir», como es notorio, sino al contrario: «El pueblo aumentó y era muy numeroso», sigue diciendo. Y entonces ordenó el faraón que se diera muerte a todos los nacidos varones de los israelitas. «Todos los hijos que nazcan, que sean arrojados al agua y que se deje vivir a todas las niñas». Moisés, después de su nacimiento, permaneció escondido por su madre durante tres meses y «ya que no podía esconderlo por más tiempo, hizo un cestito de paja y lo pegó con resina y pez y puso al niño dentro y lo colocó entre las cañas a la orilla del agua […] Allí –así continúa la narración en el Antiguo Testamento- le encontró la hija del faraón; ella le salvó en cuanto que lo devolvió a su madre pasajeramente y más tarde se lo llevó consigo y le hizo educar en la corte».
La misma imagen de lo maravilloso, la propia salvación divina de un peligro anterior, que más tarde debía manifestar la predestinación existente desde el principio, tuvo aplicación también en la historia de la niñez del emperador Augusto. Ahí la leyenda se refiere a una época en la cual los romanos republicanos apenas podían imaginar nada peor en política como que en cualquier momento tuvieran que soportar una vez más –como en un pasado remoto- a un rey, a un señor que gobernara de modo absoluto. Lo ha transmitido así el historiador romano Suetonio, que a principios del siglo II después de Cristo escribió biografías de los primeros doce emperadores romanos (desde César hasta Domiciano). Y dice:
«Pocos meses antes del nacimiento de Augusto, se observó en Roma una señal pública maravillosa, por la cual se supo que la naturaleza haría nacer seguidamente a un rey para el pueblo romano. El Senado, lleno de terror, decidió que no debía ser criado ningún niño que viniera al mundo en dicho año. Pero aquellos senadores que esperaban en su casa un feliz acontecimiento se preocuparon de que esta decisión del Senado no tuviera ninguna fuerza de ley. Luego cada uno de ellos reclamó en su casa la promesa de silencio.» Y así fue vencido el peligro y Augusto, el futuro emperador pudo nacer y criarse.
Suetonio relata todavía otra anécdota del nacimiento de Augusto: su padre, el senador Gayo Octavio, el 26 de septiembre del año 63 antes de Cristo (día del nacimiento de Augusto), llegó tarde a la sesión del Senado y se disculpó por ello diciendo que precisamente acababa de tener un hijo. Entonces su colega, el senador Nigidio Figulo, se informó del momento exacto del nacimiento y al mismo tiempo determinó el horóscopo y anunció: «¡Hoy ha nacido el señor de la tierra!»
Unos cien años después de Suetonio, el historiador Dión Casio, procedente de Grecia, en su Historia de Roma, unió las dos anécdotas y su nueva combinación dio esta conclusión: «Cuando Nigidio supo la causa del retraso, se puso a gritar: “Nos has regalado al señor.” Entonces Octavio se puso fuera de sí, aterrorizado y quiso matar al niño. Pero Nigidio le reprimió: “No se puede hacer una cosa así.”»
Nadie ha querido ver nunca en estas historias otra cosa que anécdotas, leyendas, creaciones literarias. Ningún biógrafo las ha tomado nunca en serio. Es del todo improbable, si no es totalmente inaceptable, que el Senado romano –exclusivamente con la base de un vaticinio inseguro- en momento alguno pudiera haber ordenado, o incluso haber pensado, hacer matar a todos los niños recién nacidos del país. Esto no tiene nada que ver con los hechos reales, sino que en este lugar común se trata, para subrayarlo una vez más, de que el tema, constantemente variado en la literatura, en los mitos y en los cuentos de la inicial amenaza contra personalidades elegidas y de su salvación, constituye la muestra providencial que confirma su predestinación. Solamente en esto consiste la verdad que contienen tales imágenes simbólicas.
Quererlas transportar a la realidad, a lo verídico, es ilegítimo. También sería totalmente falsa la conclusión de que el Senado romano había hecho una gran tontería públicamente al tomar en consideración una decisión semejante de matar, para evitar algo con ella. Esto vale igualmente para la conclusión de que Herodes debía haber sido tonto y sanguinario. En estas historias no se habla ni del Senado romano ni de Herodes como realidad; son símbolos que representan la maldad.
A la leyenda de la matanza de niños de Belén se añade algo importante. Mateo la utiliza como un medio de legitimación: el ser que es tan tempranamente amenazado y salvado con la ayuda de Dios debe ser el Mesías profetizado y esperado, pues también la matanza de niños fue predicha.
Así, pues, la matanza de niños puede servir como prueba de la aparición del Mesías. Mateo cierra su descripción de la misma con la indicación del vaticinio del profeta Jeremías: «Con esto se cumple lo que dijo el profeta Jeremías, que es: “En las montañas se oyó un grito, muchos quejidos, llantos y gemidos: Raquel lloraba a sus hijos y no se dejaba consolar pues los había perdido.”»
Es decir: la matanza de niños de Belén fue creada para poder considerar la profecía cumplida.

Fuentes: Gerhard Prause - Nadie se rió de Colón (1986)

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