jueves, 15 de diciembre de 2016

Isaac Asimov sobre la novela 1984 de George Orwell:

Ha sido extraído del siguiente blog: https://diegozpy.wordpress.com/2014/01/03/isaac-asimov-sobre-la-novela-1984-de-george-orwel/

El siguiente articulo se encuentra en el libro de Isaac Asimov “Sobre la Ciencia Ficcion”. No ha sido alterado de ninguna forma.
Isaac Asimov, Sobre la ciencia ficcion, ISBN 950-07-1625-9



Titulo original en ingles: Asimov on Science Fiction


Isaac Asimov, 1984.

Hace ya varios años que vengo escribiendo un artículo en cuatro partes, al comienzo de cada año, para Field Newspaper Syndicate; y en 1980, pensando en la aproximación del año 1984, FNS me pidió que hiciera una crítica exhaustiva de la novela de George Orwell 1984.

Yo era renuente. No recordaba casi nada del libro, y eso dile… pero Denison Demac, la encantadora joven que es mi contacto en el FNS, me envió simplemente un ejemplar y me dijo: “Léalo”.
De modo que lo leí, y quedé absolutamente pasmado por lo que leí. Me pregunto cuántos de los que hablan con tanta soltura sobre la novela la habrán leído alguna vez, y si lo hicieron, qué será lo que recuerdan.

Sentí que tendría que escribir la crítica, aunque más no fuera para explicarle a la gente cómo son en verdad las cosas. (Lo siento, me encanta mostrarle a la gente cómo son en verdad las cosas.)

PRÓLOGO 46
(1984)

A. Cómo fue escrito 1984

En 1949 se publicó un libro titulado 1984. Había sido escrito por Eric Arthur Blair bajo el seudónimo de George Orwell.
El libro intentaba mostrar cómo sería la vida en un mundo dominado por el mal, donde los gobernantes se mantuvieran en el poder empleando la fuerza bruta, deformando la verdad, reescribiendo permanentemente la historia, hipnotizando al pueblo.
Este mundo fue situado sólo treinta y cinco años después de la época en que se escribió el libro, de modo que aun los lectores que ya estuvieran en la mitad de sus vidas en aquel momento todavía podían vivir para verlo.

Yo, por ejemplo, era ya un hombre casado cuando apareció el libro, y ya estamos sin embargo a menos de cuatro años de aquel año (porque “1984” quedó asociado al temor a causa del libro de Orwell), y es muy probable que yo viva para verlo.
En este capítulo, analizaré el libro, pero antes: ¿Quién era Blair/Orwell y por qué fue escrito el libro?
Blair nació en 1903 como caballero británico. Su padre trabajaba en la administración pública de la India, y él también llevó la vida de un funcionario imperial británico. Fue a Eton, desempeñó cargos en Burna, etcétera.
Pero le faltaba dinero para ser un caballero inglés a carta cabal. Y además, no quería pasarse el tiempo en trabajos de oficina, quería ser escritor. En tercer lugar, se sentía culpable por pertenecer a la clase alta.

Y entonces hizo a fines de la década del veinte lo que muchos jóvenes norteamericanos acomodados hicieron en la década del sesenta. Dicho brevemente, se convirtió en lo que nosotros habríamos llamado un “hippie”. Vivió en los barrios bajos de Londres y París, se vinculó y se identificó con sus habitantes y sus vagabundos, y se las ingenió para tranquilizar su conciencia y juntar, al mismo tiempo, material para sus primeros libros.

También viró hacia la izquierda y se hizo socialista, y luchó junto a los leales en la Guerra de España. Allí se enredó en las luchas sectarias entre las distintas facciones izquierdistas, y dado que creía en una forma inglesa del socialismo propia de un caballero, se encontró fatalmente del lado de los perdedores. En contra de él estaban los apasionados anarquistas, sindicalistas y comunistas españoles que lamentaban amargamente que las necesidades de la lucha contra los fascistas de Franco les impidieran combatirse unos a otros con toda libertad. Los comunistas, que eran los que mejor organizados estaban, ganaron y Orwell tuvo que abandonar España, porque estaba convencido de que si no lo hacía lo matarían.

De allí en más, y hasta el final de su vida, libró una guerra literaria privada contra los comunistas, decidido a ganar en palabras la batalla que había perdido en los hechos.
Durante la Segunda Guerra Mundial, en la cual fue excluido del servicio militar, estuvo vinculado al ala izquierda del Partido Laborista británico, pero no simpatizó mucho con sus posiciones, porque aun esa versión fútil del socialismo le parecía demasiado bien organizada.

Aparentemente, la variante nazi del totalitarismo no lo tenía muy preocupado, porque en él sólo había lugar para su guerra privada con el comunismo stalinista. Así, mientras Gran Bretaña luchaba por su vida contra el nazismo y la Unión Soviética participaba como un aliado en la lucha sufriendo más bajas y poniendo más coraje que el que le correspondía, Orwell escribió Animal Farm (“La granja de los animales”, conocido en español como “Rebelión en la granja”), que es una sátira de la revolución rusa y sus resultados, donde todo es descripto en términos de una revuelta de animales de corral contra sus amos humanos.

Terminó de escribir Animal Farm en 1944 y tuvo dificultades para encontrar un editor, dado que no era un momento particularmente indicado para irritar a los soviets. Pero tan pronto como la guerra terminó la Unión Soviética pasó a ser un blanco permitido y Animal Farm fue publicado. Fue recibido con ovaciones, y Orwell devino suficientemente próspero para retirarse y consagrarse a su obra maestra, 1984.

El libro describe a la sociedad como una vasta extensión a escala mundial de la Rusia stalinista de los años treinta, con todo el veneno de un sectario rival de izquierda. Las otras formas de totalitarismo desempeñan un papel menor. Hay una o dos alusiones a los nazis y a la Inquisición. Al comienzo mismo, se alude una o dos veces a los judíos como si éstos fueran a ser perseguidos, pero esto se diluye enseguida como si Orwell no quisiera que los lectores confundan a los villanos con los nazis.
Es una pintura del stalinismo y sólo del stalinismo.

Por el tiempo en que apareció el libro, en 1949, la Guerra Fría estaba en su apogeo. El libro se hizo muy popular a causa de esto. En Occidente, era casi una cuestión de patriotismo comprarlo y hablar acerca de él, y quizá hasta leer algunas de sus partes, aunque mi opinión es que fueron más los que lo compraron y hablaron acerca de él que los que lo leyeron, porque es un libro terriblemente aburrido, didáctico, repetitivo y casi estático.

Al comienzo se hizo más popular entre la gente que se inclinaba por el bando más conservador del espectro político, pues estaba claro que era antisoviético, y la pintura de la vida que proyectaba en el Londres de 1984 se parecía mucho a la imagen que los conservadores se hacían de la vida en el Moscú de 1949. Durante la era de McCarthy en los Estados Unidos, 1984 se volvió cada vez más popular entre los que se inclinaban por el bando liberal del espectro político, pues a éstos les parecía que los Estados Unidos de comienzos de la década del cincuenta estaban marchando hacia el control del pensamiento y que todas las perversidades que Orwell había imaginado se estaban acercando a nosotros.
Así, en un apéndice a la edición publicada en 1961 por New American Library, el psicoanalista y filósofo liberal Erich Fromm concluye como sigue:

“Los libros como los de Orwell son severas advertencias, y sería lamentable que el lector interpretara presuntuosamente a 1984 como otra descripción más de la barbarie stalinista, y no viera que también está dirigida a nosotros.”

Pero aun dejando de lado al stalinismo y al macartismo, cada vez más norteamericanos estaban dándose cuenta de cómo crecía el gobierno, cómo aumentaban los impuestos, cómo las reglas y regulaciones penetraban cada vez más en los negocios y hasta en la vida corriente, cómo las informaciones sobre cada faceta de la vida privada ingresaban no sólo en los archivos de las oficinas del gobierno sino también en aquellos de los sistemas privados de crédito.

1984 pasó a representar entonces no al stalinismo, y ni siquiera a la dictadura en general, sino simplemente al gobierno. Aun el paternalismo gubernamental parecía ser “estilo 1984” y la famosa frase “El Gran Hermano está vigilándote” pasó a significar todo aquello que era demasiado grande para que un individuo pudiera controlarlo. No sólo el gran gobierno y los grandes negocios eran presagios de 1984, también lo eran la gran ciencia, el gran movimiento obrero y todo lo grande, en general.

En realidad, tanto ha penetrado la fobia al 1984 en la conciencia de muchos que no leyeron el libro y no tienen idea de lo que dice, que uno se pregunta qué puede llegar a pasarnos después del 31 de diciembre de 1984. Cuando llegue el Día de Año Nuevo de 1985 y los Estados Unidos existan todavía y estén enfrentando problemas muy similares a los que enfrentan hoy, ¿cómo expresaremos nuestros miedos a cada aspecto de la vida que nos llena de aprensión? ¿Qué otra fecha podemos inventar para reemplazar a la de 1984?

El propio Orwell no vivió para ver el éxito que alcanzó su libro. No fue testigo de cómo él mismo convirtió al 1984 en un año que obsesionaría a toda una generación de norteamericanos. Orwell murió de tuberculosis en un hospital de Londres en enero de 1950, apenas unos meses después de que el libro fue publicado, a la edad de cuarenta y seis años. El conocimiento que tenía de que su muerte era inminente pudo haber influido en el tono encarnizado del libro.

B. 1984 como ciencia ficción

Mucha gente cree que 1984 es una novela de ciencia ficción, pero quizá el único aspecto de 1984 que puede llevarlo a uno a pensar tal cosa es el hecho de que supuestamente transcurre en el futuro.
¡No es así! Orwell no tenía ninguna percepción del futuro, y el desplazamiento de la historia es mucho más geográfico que temporal. El Londres donde transcurre la historia no está tan desplazado treinta y cinco años hacia adelante en el tiempo, como lo está miles de millas hacia el este hasta Moscú.

Orwell imagina que Gran Bretaña pasó por una revolución similar a la de Rusia y por todos los períodos de desarrollo por los que pasó la Unión Soviética. No se le ocurre casi ninguna variación sobre el tema. La Unión Soviética pasó por una serie de purgas en la década del treinta, y el Ingsoc (“Socialismo Inglés”) pasó también por una serie de purgas en la década del cincuenta.

La Unión Soviética convirtió a uno de sus revolucionarios, León Trotsky, en un villano, dejando a su rival, José Stalin, como héroe. El Ingsoc convierte por lo tanto a uno de sus revolucionarios, Emmanuel Goldstein, en un villano, dejando a su rival, que tiene bigotes igual que Stalin, como héroe. Ni se tiene siquiera la sagacidad de introducir cambios menores. Goldstein, como Trotsky, tiene “un delgado rostro judío, con una gran corona de pelo canoso y ondulado y una chivita”. Aparentemente, Orwell no quiere sembrar pistas falsas dándole a Stalin otro nombre, así que lo llama simplemente “Gran Hermano”.

Al comienzo mismo de la historia, se deja en claro que la televisión (que nació por la misma época en que fue escrito el libro) es utilizada como un medio de adoctrinamiento constante del pueblo, porque los aparatos no pueden apagarse. (Y, aparentemente, en un Londres derruido donde nada funciona estos aparatos nunca fallan.)

La gran contribución de Orwell a la tecnología del futuro es que los televisores funcionan en los dos sentidos, y los que están obligados a oír y ver la pantalla de televisión pueden a su vez ser vistos y oídos y están bajo vigilancia constante, aun cuando duermen o están en el baño. De ahí la frase “El Gran Hermano está vigilándote”.

Éste es un método terriblemente ineficaz para controlar a todo el mundo. Que una persona esté vigilada todo el tiempo supone que otra persona la esté vigilando todo el tiempo (al menos en la sociedad orwelliana), y muy de cerca, ya que en esa sociedad el arte de interpretar los gestos y las expresiones faciales está muy desarrollado.

Una persona no puede vigilar atentamente a más de una persona, y sólo puede hacerlo durante un período de tiempo relativamente corto hasta que su atención se distraiga. En resumen, creo que harían falta cinco personas para vigilar a una sola persona. Y además, los que vigilan deben también ser vigilados, porque nadie está por encima de toda sospecha en el mundo orwelliano. Por consiguiente, el sistema de opresión por medio de la televisión de doble sentido no puede funcionar.

El propio Orwell se da cuenta de esto, y por eso limita los alcances de la vigilancia a los miembros del Partido. Los “proles” (el proletariado), hacia los cuales Orwell siente un desprecio de aristócrata inglés que no puede ocultar, casi no son controlados, porque se los considera subhumanos. (En algún punto del libro, dice que todo prole que muestra tener alguna capacidad es matado: un trato calcado de aquel que los espartanos daban a sus ilotas hace dos mil quinientos años.)
Además hay un sistema de espías voluntarios en el que los niños delatan a sus padres, y los vecinos se delatan entre sí. Esto jamás podría funcionar bien, porque finalmente todo el mundo delataría a todo el mundo y el sistema tendría que ser abandonado.

Orwell fue incapaz de imaginar computadoras o robots, si no habría puesto a todo el mundo bajo vigilancia artificial. Nuestras propias computadoras hacen hasta cierto punto eso en las oficinas de recaudación de impuestos, en los archivos de créditos, etc.; pero esto no nos acerca a 1984, excepto para las imaginaciones febriles. Computadoras y despotismo no van necesariamente de la mano. Muchas dictaduras funcionaron lo más bien sin computadoras (piénsese en los nazis) y las naciones del mundo que tienen hoy más información almacenada en computadoras son también las menos despóticas de todas.
Orwell no tiene la capacidad de ver (o inventar) pequeños cambios. A su héroe le resulta difícil en su mundo de 1984 conseguir cordones para los zapatos u hojas de afeitar. A mí me pasaría lo mismo, en este mundo real de la década del ochenta, porque hay demasiada gente que usa zapatos sin cordones y afeitadoras eléctricas.

Además, Orwell tenía la fijación tecnofóbica de que cada avance tecnológico era un desliz cuesta abajo. Así, para escribir, su héroe: “puso una pluma en el portaplumas y la chupó para sacarle la grasa”. Esto lo hizo porque: “sintió que el bello y cremoso papel merecía ser escrito con una verdadera pluma en vez de ser raspado con un lápiz a tinta”.
Debemos suponer que el “lápiz a tinta” es el bolígrafo que estaba empezando a usarse en la época en que se escribía 1984. Esto significa que para Orwell una verdadera pluma “escribe” mientras que un bolígrafo “raspa”. Pero esto es precisamente lo opuesto de la verdad. Si usted tiene suficiente edad para acordarse de las plumas de acero, recordará que raspaban terriblemente, y usted sabe que los bolígrafos no lo hacen.

Esto no es ciencia ficción, sino una nostalgia deformada de un pasado que nunca existió. Me sorprende que Orwell se haya detenido en la pluma de acero y no haya hecho escribir a Winston con una hermosa pluma de ganso.
Tampoco tuvo Orwell una visión particularmente acertada de los aspectos estrictamente sociales del futuro que estaba prediciendo, con el resultado de que el mundo orwellaino de 1984 parece increíblemente anticuado comparado con el mundo real de la década del ochenta.
Orwell no imagina nuevos vicios, por ejemplo. Sus personajes son todos esclavos del gin y adictos al tabaco, y parte del horror del cuadro que pinta del 1984 es su descripción elocuente de la baja calidad del gin y el tabaco.
No prevé nuevas drogas ni la marihuana ni los alucinógenos sintéticos. Nadie pretende que un escritor de ciencia ficción sea exacto y preciso en sus predicciones, pero, sin duda, uno espera que invente algunas diferencias.

En su desesperación (o su ira), Orwell olvida las virtudes de los seres humanos. Todos sus personajes son, de un modo u otro, débiles o sádicos o ruines o estúpidos o repelentes. Quizá la mayoría de la gente es así, o quizá Orwell nos quiere mostrar cómo será todo el mundo bajo el despotismo, pero a mí me parece que aun bajo el peor de los despotismos siempre ha habido hasta ahora hombres y mujeres valientes que se opusieron a los déspotas hasta la muerte y cuyas historias son llamas luminosas en medio de la oscuridad general. Y aunque más no fuera porque en 1984 no hay el menor indicio de esto, su mundo no se parece al mundo real de los años ochenta.
Tampoco previó ninguna diferencia en el rol del hombre y la mujer ni un debilitamiento del estereotipo femenino de 1949. Sólo hay dos personajes femeninos de importancia. Uno es una mujer “prole” robusta y estúpida que se lo pasa lavando y cantando una canción popular con una letra como las que eran comunes en los años treinta y cuarenta (canción ante cuya “pésima calidad” tiembla quisquillosamente, en una alegre falta de anticipación de rock duro).

El otro es la heroína, Julia, que es promiscua sexualmente (pero por lo menos es arrastrada a actitudes de coraje por su interés por el sexo) y tonta. Cuando Winston, el héroe, le lee el capítulo dentro de un libro que explica la naturaleza del mundo orwelliano, reacciona quedándose dormida, pero dado que el tratado que Winston le lee es pasmosamente soporífero, esto puede ser una indicación de la sensatez de Julia en vez de lo contrario.
En suma, si 1984 tiene que ser considerada como una obra de ciencia ficción, entonces es de muy mala ciencia ficción.


C. El Gobierno de 1984

1984 es una descripción de un gobierno todopoderoso, y ha ayudado a que la idea de un “gran gobierno” resulte terrible.
Tenemos que recordar, sin embargo, que en el mundo de fines de la década del cuarenta, que fue cuando Orwell escribió el libro, había habido, y todavía había, grandes gobiernos con verdaderos tiranos: individuos cuyos meros deseos, por más injustos, crueles o perversos que fueran, eran ley. Y lo que es más, parecía que esos tiranos sólo podían ser destituidos por una fuerza exterior.
Benito Mussolini, después de veintiún años de reinado absoluto sobre Italia, fue derribado, pero esto sólo fue posible porque su país estaba sufriendo una derrota militar.

Adolf Hitler de Alemania, un tirano mucho más poderoso y brutal, gobernó con mano de hierro durante doce años, pero ni siquiera la derrota militar pudo por sí misma posibilitar su derrocamiento. A pesar de que el área sobre la cual gobernaba se achicaba cada vez más, y aun cuando los ejércitos imponentes de sus adversarios lo encerraban desde el este y el oeste, siguió siendo siempre un tirano absoluto sobre el área que le iba quedando; aun cuando ésta quedó reducida al bunker donde se suicidó. Hasta que se destituyó a sí mismo nadie se atrevió a destituirlo. (Es cierto que hubo complots contra él, pero siempre fracasaron, y muchas veces por caprichos del destino que aparentemente sólo podían explicarse suponiendo que alguien allá abajo lo quería.)

Pero Orwell no tenía tiempo para Mussolini ni para Hitler. Su enemigo era Stalin, y en el tiempo en que 1984 fue publicado, Stalin había gobernado la Unión Soviética durante veinticinco años en un abrazo de oso capaz de quebrarle a uno las costillas, había sobrevivido a una guerra en la que su país sufrió enormes pérdidas y sin embargo era entonces más poderoso que nunca. A Orwell le debe de haber parecido que ni el tiempo ni la fortuna podían desplazar a Stalin, y que éste viviría eternamente incrementando cada vez más su poder. Y así fue como describió al Gran Hermano.
Pero las cosas no ocurrieron así, por supuesto. Orwell no vivió lo suficiente para verlo pero Stalin murió sólo tres años después de que 1984 fue publicado, y no había pasado mucho tiempo después de esto cuando ya su régimen era denunciado como una tiranía por —¡a que no adivina!— los dirigentes soviéticos.

La Unión Soviética sigue siendo la Unión Soviética, pero ya no es stalinista, y los enemigos del estado ya no son liquidados (Orwell usa “vaporizados” en vez de esta palabra, siendo estos pequeños cambios los únicos que él puede imaginar) con el mismo desenfreno.
Por otra parte, Mao Tse-Tung murió en China, y aunque él mismo no fue denunciado abiertamente, sus colaboradores más estrechos fueron rápidamente condenados como “la Banda de los Cuatro”, y aunque China sigue siendo China, ya no es maoísta. Franco murió en su cama, hasta su último aliento siguió siendo el líder incuestionado que había sido durante casi cuarenta años; pero inmediatamente después de su muerte el fascismo retrocedió en España, como lo había hecho en Portugal después de la muerte de Salazar.

En suma, los Grandes Hermanos mueren, o al menos lo han hecho hasta ahora, y cuando mueren, el gobierno siempre se torna más blando.
Esto no significa que no puedan surgir nuevos tiranos, pero ellos también morirán. Por lo menos en la década del ochenta del mundo real, tenemos la certeza de que lo harán; el Gran Hermano inmortal no es todavía una amenaza real.

En realidad, los gobiernos de los años ochenta parecen peligrosamente débiles. El avance de la tecnología ha puesto armas poderosas —explosivos, ametralladoras, autos veloces— en las manos de terroristas urbanos que pueden raptar, asaltar, matar y tomar rehenes con impunidad mientras los gobiernos contemplan impotentemente.
Además de la inmortalidad del Gran Hermano, Orwell presenta otras dos maneras de mantener una dictadura eterna.
Primero: ofrezca algo o a alguien para odiar. En el mundo orwelliano, Emmanuel Goldstein era el objeto de un odio orquestado a través de dramatizaciones de masas robotizadas.
Esto no es nada nuevo, por supuesto. Todas las naciones del mundo han utilizado a varios de sus vecinos como objeto de odio. Esto es tan fácil de lograr y actúa tanto como una segunda naturaleza de la humanidad que uno se pregunta por qué tiene que haber campañas de odio organizadas en el mundo orwelliano.

No hace falta ningún astuto movimiento psicológico de masas para hacer que los árabes odien a los israelíes, y los griegos a los turcos, y los católicos irlandeses a los protestantes irlandeses, y viceversa respectivamente. Es cierto que los nazis organizaron delirantes mítines de masas que parecían entusiasmar a todos los participantes, pero esto no tuvo ningún efecto permanente. Una vez que la guerra entró en suelo alemán, los alemanes se rindieron tan mansamente como si nunca hubiesen gritado ¡Sieg Heil! en sus vidas.

Segundo: reescriba la historia. Casi todos los individuos, entre los pocos que podemos encontrar en 1984, se dedican a reescribir la historia, a cambiar las estadísticas, a recomponer los diarios… como si alguien se preocupara en prestar atención al pasado.
Esta preocupación orwelliana por los detalles nimios de la “prueba histórica” es típica del sectario político que siempre está citando lo que se ha dicho o hecho en el pasado para probar algo o alguien que está del otro lado y que se las pasa citando algo que ha sido dicho o hecho en el pasado para probar lo contrario.

Como todo político sabe, las pruebas jamás son necesarias. Basta hacer una aseveración —cualquier aseveración— con suficiente energía para que un público la crea. Nadie quiere confrontar la mentira con los hechos, y quien lo haga no creerá que los hechos sean verdaderos. ¿Usted cree que el pueblo alemán en 1939 fingía que creía que los polacos lo habían atacado y habían así iniciado la Segunda Guerra Mundial? ¡No es así! Puesto que a los alemanes les decían que eso había ocurrido así, ellos lo creían tan seriamente como usted y yo creemos que fueron ellos los que atacaron a los polacos.
Es cierto que los soviéticos publican cada tanto una nueva edición de su Enciclopedia en la cual algunos políticos que habían merecido largas notas biográficas en las ediciones anteriores son eliminados de golpe, y esto es sin duda el origen de la idea orwelliana, pero las posibilidades de que esto sea llevado tan lejos como en 1984 me parecen nulas; no porque esté más allá de la maldad humana, sino porque sería totalmente innecesario.

Orwell da mucha importancia al Newspeak* como órgano de represión: la transformación del inglés en un instrumento tan limitado y abreviado que desaparece el propio léxico del disenso. Tomó en parte la idea del innegable hábito de abreviar. Da los ejemplos de Communist International (“Internacional Comunista”), que devino Comintern, y Geheime Stautspolizei (“Policía Secreta del Estado”), que devino Gestapo, pero esto no es un moderno invento totalitario. Vulgus mobile devino mob (“chusma”, en inglés), taxi cabriolet devino cab (“taxi”, en inglés), “quasi stellar radio source” (“fuente cuasi estelar de ondas”) devino quasar, y “light amplification by stimulated emission of radiation” (“amplificación de la luz por emisión stimulated de radiación”) devino laser, etc. No existe el menor indicio de que tales condensaciones hayan jamás debilitado al lenguaje como medio de expresión.
En realidad, el fanatismo político ha tendido siempre a usar muchas palabras en vez de pocas, palabras largas en vez de cortas, y a extenderse en vez de abreviar. Todo líder con poca educación o inteligencia limitada busca esconderse detrás de una exuberante embriaguez de palabras.
Por eso, cuando Winston Churchill propuso que se estableciera el “Inglés Básico” como idioma internacional (algo que contribuyó indudablemente a la idea del Newspeak) la propuesta nació muerta.

Por lo tanto, no estamos acercándonos de ninguna manera al Newspeak en su forma condensada, aunque siempre hemos tenido el Newspeak en su forma extensa, y seguiremos teniéndolo.
También tenemos un grupo de gente joven que dice cosas como: “Así, hombre, ya sabes. Es como que lo hizo todo de golpe, ya sabes, hombre. Quiero decir, como que ya sabes…” y así sucesivamente durante cinco minutos, cuando, en realidad, la palabra que el joven busca es: “¿eh?”.
Pero esto no es Newspeak, y también está con nosotros desde siempre. Es algo que en Oldspeak (“Vieja Habla”) se llama “incapacidad de expresarse”, y no es a esto a lo que apuntaba Orwell.


D. La situación internacional de 1984

Si bien Orwell parecía en general ser incapaz de tomar distancia alguna respecto del mundo de 1949, al menos en un aspecto reveló ser muy presciente: previó la división tripartita del mundo de la década de 1980.
El mundo internacional de 1984 es un mundo de tres super potencias: Oceanía, Eurasia, Estasia. Y esto concuerda aproximadamente con las tres superpotencias reales del mundo de 1980: los Estados Unidos, la Unión Soviética y China.
Oceanía es una combinación de los Estados Unidos y el Imperio Británico. Parece que Orwell, que era un ex funcionario del Imperio Británico, no se daba cuenta de que, en la década del cuarenta, el Imperio estaba en las últimas y a punto de disolverse. De hecho, parece suponer que el Imperio Británico es la fuerza dominante de la combinación anglo-norteamericana.
Al menos, toda la acción se desenvuelve en Londres y rara vez se menciona a los Estados Unidos o a los norteamericanos. Pero también es cierto que esto es muy típico de la novela de espionaje británica, en la cual, a partir de la Segunda Guerra Mundial, Gran Bretaña (que actualmente es aproximadamente la octava potencia militar y económica del mundo) siempre es presentada como el gran adversario de la Unión Soviética o de China o de alguna conspiración internacional imaginaria, mientras que los Estados Unidos no son mencionados, o tienen que conformarse con una breve aparición de cortesía de un ocasional agente de la CIA.

Eurasia, desde luego, es la Unión Soviética, que, según supone Orwell, habrá absorbido a todo el continente europeo. Por lo tanto, Eurasia incluye toda Europa, más Siberia, y el 95% de su población es europea, cualquiera sea el criterio que se tome. Sin embargo, Orwell describe a los eurasianos como “hombres fornidos con rostros asiáticos inexpresivos”. Dado que Orwell todavía vive en una época en que “europeo” y “asiático” son equivalentes a “héroe” y “villano”, le es imposible vituperar a la Unión Soviética con la energía apropiada si ella no es presentada como “asiática”. Esto puede ponerse bajo la rúbrica de lo que el Newspeak orwelliano llama “doble-pensar”, algo en lo que Orwell, como todo ser humano, se destaca.
Es posible, desde luego, que Orwell no esté pensando en Eurasia ni en la Unión Soviética, sino en su gran bête noire, Stalin. Stalin era georgiano, y Georgia, que queda al sur del Cáucaso, es parte de Asia, según un criterio estrictamente geográfico.

Estasia, desde luego, es China junto con otras naciones dependientes.
Y esto es presciencia. Cuando Orwell escribía 1984, los comunistas chinos todavía no habían conseguido dominar el país, y muchos (especialmente en los Estados Unidos) estaban haciendo todo lo posible para que el anticomunista Chiang Kai-Shek conservara el poder. Una vez que los comunistas ganaron, en Occidente se dio por descontado que los chinos estarían bajo dominio soviético, y que China y la Unión Soviética formarían una potencia comunista monolítica.
Orwell no sólo previó la victoria comunista (en realidad él vio esa victoria en todas partes) sino que también previó que Rusia y China no formarían un bloque monolítico sino que serían enemigos mortales.
En esto pudo haberlo ayudado su propia experiencia como sectario de izquierda. Él no tenía prejuicios derechistas que lo llevaran a considerar a los izquierdistas como villanos unidos e indistinguibles. Sabía que éstos podían pelearse por las minucias doctrinarias más insignificantes con tanta furia como los cristianos más piadosos.También previó un estado de guerra permanente entre los tres, una situación de equilibrio permanente donde las alianzas cambiarían indefinidamente pero siempre unirían a los dos más débiles contra el más fuerte. Éste era el viejo sistema de “equilibrio del poder” usado en la antigua Grecia, en la Italia medieval y en los primeros tiempos de la Europa moderna.
El error de Orwell residía en pensar que hacía falta una guerra auténtica para mantener funcionando el carrusel del equilibrio del poder. Y en una de las partes más ridículas del libro se explaya interminablemente sobre la necesidad de la guerra permanente como medio de consumir la producción mundial de bienes para mantener la estratificación social en clases baja, media y alta. (Esto se parece mucho a la explicación izquierdista de la guerra como producto de una conspiración urdida con gran dificultad. En los hechos reales, el mundo ha estado mucho más libre de la guerra después de 1945 que antes. Ha habido una proliferación de guerras locales, pero ninguna guerra general. Pero además, no es cierto que la guerra sea necesaria como último recurso para consumir las riquezas mundiales. Esto puede lograrse a través de otros métodos como el de incrementar indefinidamente la población y el consumo de energía, ninguno de los cuales son considerados por Orwell.

Orwell no previó ninguno de los cambios económicos significativos que tuvieron lugar después de la Segunda Guerra Mundial. No previó el rol del petróleo, o su disponibilidad decreciente, o el aumento constante de su precio, o el poder creciente de las naciones que lo controlan. No recuerdo que mencione la palabra “petróleo”.
Pero quizá podamos reconocer la presciencia orwelliana también aquí, si sustituimos “guerra” por “Guerra Fría”. Hubo, efectivamente, una guerra fría más o menos continua que sirvió para mantener elevado el índice de ocupación y resolver algunos problemas económicos a corto plazo (al precio de incrementar aquellos que son a largo plazo). Y esta guerra fría es suficiente para disminuir las riquezas.
Además, las alianzas cambiaron tal como lo previó Orwell, y con sorprendente rapidez. Cuando los Estados Unidos eran todopoderosos, la Unión Soviética y China expresaban a gritos su oposición a los norteamericanos y mantenían una especie de alianza. Cuando el poder de los Estados Unidos disminuyó, la Unión Soviética y China se separaron, y durante cierto tiempo, cada una de las potencias repartió sus insultos con ecuanimidad entre las otras dos. Luego, cuando la Unión Soviética comenzó a parecer particularmente poderosa, surgió una especie de alianza entre los Estados Unidos y China, pues ambos cooperaban en denostar a la Unión Soviética, y cada cual hablaba con suavidad del otro.
En 1984, cada cambio en las alianzas implicaba una orgía de reescritura de la historia. En la vida real, tal insensatez es innecesaria. El público cambia de bando muy fácilmente, sin preocuparse en lo más mínimo por el pasado. Por ejemplo, en la década del cincuenta, los japoneses se habían transformado de villanos infames en amigos, mientras que los chinos lo estaban haciendo en la dirección contraria sin que nadie se tomara la molestia de borrar Pearl Harbor. ¡Pero, caramba, si a nadie le importaba!
Las tres grandes potencias de Orwell se abstienen voluntariamente de usar bombas nucleares, y, efectivamente, esas bombas no han sido usadas en ninguna guerra desde 1945. Pero esto último pudo haberse debido a que los Estados Unidos y la Unión Soviética, las únicas dos potencias con grandes arsenales nucleares, evitaron entrar en guerra entre sí. Si hubiese guerra de verdad, es extremadamente improbable que ninguno de los dos bandos se sienta finalmente obligado a apretar el botón. En este punto, quizás Orwell se quede corto respecto de la realidad.
Sin embargo, Londres sufre de vez en cuando un ataque con misiles que se parecen a los V-1 y V-2 de 1944, y está en ruinas estilo 1945. Orwell no puede mostrar un 1984 muy diferente de 1944 en este punto.
De hecho, Orwell deja en claro que en 1984 el comunismo universal de las tres superpotencias ya ha ahogado a la ciencia y la ha reducido a la inutilidad excepto en las áreas exigidas para la guerra. No cabe duda de que los países prefieren invertir en la ciencia cuando hay claras aplicaciones bélicas en perspectiva, pero lamentablemente no hay manera de separar la guerra de la paz en lo que se refiere a las aplicaciones.
La ciencia es una unidad, y todo lo que hay en ella puede ser aplicado a la guerra y la destrucción. Y por eso la ciencia no ha sido destruida sino que sigue desarrollándose, no sólo en los Estados Unidos, en Europa Occidental y en Japón, sino también en la Unión Soviética y en China. Los avances de la ciencia son demasiado numerosos para ser enumerados, pero basta con pensar en los rayos láser y en las computadoras como “armas de guerra” con infinitas aplicaciones pacíficas.
Resumiendo, entonces: en 1984, a mi juicio, George Orwell se ocupó en librar una guerra privada con el stalinismo antes que en pronosticar el futuro. No tenía el don del escritor de ciencia ficción que prevé un futuro plausible; y, en los hechos reales, el mundo de 1980 no tiene, en la mayoría de los casos, la menor relación con el de 1984.
El mundo puede volverse comunista, si no en 1984, al menos mucho más tarde; o puede ser testigo de la destrucción de la civilización. Si esto ocurre, sin embargo, ocurrirá de un modo completamente diferente del que se muestra en 1984, y si tratamos de impedirlo imaginando que 1984 es correcto, estaremos defendiéndonos contra una dirección de ataque equivocada, y perderemos.

Isaac Asimov

lunes, 12 de diciembre de 2016

Mitos de la historia: La matanza de los niños en Belén




NO HUBO NINGUNA MATANZA DE NIÑOS EN BELÉN:



La historia de la matanza de niños en Belén pertenece a las leyendas inmortales, que perduran para toda la eternidad, aunque hace mucho tiempo que fueron reconocidas como leyendas. Según la tradición cristiana tuvo lugar hace aproximadamente dos mil años, después del nacimiento de Jesucristo. En aquel tiempo Herodes, el rey impuesto en Palestina por Roma, había temido tanto por su trono, al llegarle la noticia del nacimiento del Salvador, el Mesías, el cual habían anunciado los profetas al mismo tiempo como nuevo «rey de los judíos», que decidió que fueran matados los recién nacidos. Para liquidarle realmente, Herodes hizo matar a todos los niños de Belén que tuvieran hasta dos años de edad. A causa de ese supuesto asesinato masivo, y por su intención de matar al hijo de Dios, en la tradición cristiana se considera a Herodes como uno de los tres pecadores condenados para la eternidad, para los cuales nunca habrá absolución; como Caín, el asesino de su hermano, y el traidor Judas Iscariote, que entregó a Cristo a los que le perseguían, Herodes está condenado también eternamente a los tormentos del infierno. Pero muy injustamente, ya que en realidad la matanza de niños de Belén nunca se llevó a cabo.
 El que esta leyenda sea inmortal se basa sobre todo en una tradición singular, en su fuente. Es en la Biblia donde se relata este supuesto acontecimiento. Es decir, en el evangelio de san Mateo, 2, 1-18:
«Luego que Jesús nació en Belén, en territorio judío, en tiempo del rey Herodes, vinieron los sabios de Oriente a Jerusalén y dijeron: ¿Dónde está el recién nacido rey de los judíos? Hemos visto su estrella y hemos venido a adorarle. Cuando el rey Herodes lo oyó, se estremeció y con él todo Jerusalén. E hizo reunir a todos los sumos sacerdotes y doctores de la ley entre el pueblo e hizo averiguar por ellos dónde había nacido Cristo. Y ellos le dijeron: En Belén de Judea; pues también está escrito por los profetas: “Y tú, Belén de Judea, no eres en absoluto la más pequeña bajo el príncipe de Judá, pues de ti debe venirme el príncipe que será el señor de mi Israel.”
Entonces llamó Herodes secretamente a los sabios y se enteró, por ellos, de cuándo aparecería la estrella que señalaba hacia Belén y dijo: “Id allí y buscad al niño, y cuando lo encontréis volved a decírmelo para que yo también vaya a adorarle.” Cuando los reyes oyeron esto se marcharon. Y la estrella que habían visto en Oriente fue delante de ellos hasta que se detuvo encima del lugar donde estaba el niño. Cuando vieron que se detenía la estrella se alegraron mucho, entraron en la casa y encontraron al niño con María, su madre; se arrodillaron, le adoraron, le ofrecieron sus tesoros y le regalaron oro, incienso y mirra.
Y Dios les dijo en sueños que no debían dirigirse de nuevo a Herodes; y volvieron a su país por otro camino. Pero cuando se hubieron marchado, apareció en ángel del Señor a José en sueños y le dijo: “Levántate y toma al niño y a su madre contigo y huye a Egipto y quédate allí hasta que te lo diga; pues ocurre que Herodes busca al niño, para matarle.” Y él se levantó y cogió al niño y su madre durante la noche y escapó a Egipto. Y permaneció allí hasta la muerte de Herodes, con lo cual se cumplió lo que el Señor había dicho a través del profeta, el cual dijo: “Desde Egipto llamé a mi hijo.”
Cuando Herodes vio que había sido engañado por los sabios, se enfureció y ordenó matar a todos los niños de Belén y de todas las fronteras, que tuvieran dos años o menos según el tiempo que él había sabido por los sabios. Con esto se cumple lo que dijo el profeta Jeremías: “De la montaña llegó un grito, muchos quejidos, llantos y gemidos. Raquel lloraba sus hijos y no se dejaba consolar, pues los había perdido.”»
Hasta aquí el relato sobre el supuesto asesinato de niños de Belén. Solamente existe esta reseña; no hay ninguna más. En ningún otro lugar, en ninguna crónica, en ningún escrito de ningún historiador de la época, en ninguna fuente mundana perdura este acontecimiento que con seguridad debió de ser muy comentado. Tampoco entre los otros evangelistas que describen gran parte de la vida de Jesús de modo muy parecido, existe una indicación de la matanza, ni en san Marcos, ni en san Juan, ni tampoco en la famosa y generalmente conocida «Historia de la Navidad» del evangelio de san Lucas que empieza: «Aconteció en aquel tiempo que salió una orden del emperador Augusto de que todo el mundo debía ser censado…» Y más aún, aparte del evangelio de San Mateo la matanza de niños no se menciona en ningún lugar, tampoco en las obras del historiador procedente de Jerusalén, Flavio Josefo, que vivió en el primer siglo después de Cristo. Flavio Josefo escribió “De Bello Judaico”, una historia en siete tomos de la guerra de los judíos contra los romanos hasta la caída de la fortaleza de Masada (en el año 73 después de Cristo), y las “Antiquitates Judaicae”, una «Historia de la antigüedad judía», en veinte volúmenes, desde los orígenes hasta el año 66 después de Cristo. Dado que Josefo trató extensamente la época de Herodes y en ella éste estaba representado como un tirano cruel y sanguinario, es seguro que el historiador no hubiera dejado escapar esta matanza masiva si hubiese tenido delante la fuente correspondiente o hubiera conocido el acontecimiento de oídas. Es muy poco probable que Flavio Josefo, que pasó los últimos decenios de su vida en Roma y murió allí hacia el año 100 después de Cristo, conociese el evangelio de san Mateo. Éste fue considerado durante siglos como el más antiguo de los cuatro evangelios y se creía incluso que había sido escrito por un testigo ocular, por lo cual está colocado en primer lugar en el Nuevo Testamento, pero las investigaciones más modernas han comprobado que pudo haber aparecido lo más pronto hacia el año 80. En las obras de Flavio Josefo no se encuentra ni rastro: Flavio Josefo no entra en modo alguno ni en la vida ni en las obras de Jesús. El único lugar de su obra donde se nombra a Jesús y se le señala como el Mesías, se considera según la opinión unánime de los filólogos como intercalado posteriormente por manos extrañas.
Aun cuando fuera del evangelio de san Mateo nadie ha citado la matanza de niños de Belén, queda en pie esta descripción y uno debe preguntar qué peso tiene y qué significado le corresponde. En primer lugar es importante que san Mateo no fue ningún historiador (como tampoco lo fueron los otros evangelistas). Ni él ni Marcos, Lucas o Juan querían describir a Jesús como personaje histórico. Para ellos se trataba exclusivamente del anuncio de la enseñanza de Jesucristo. No escribieron historias ni biografías, sino vivencias. Sin duda, sus escritos constituyen al mismo tiempo fuentes históricas y forman la única información del Jesús histórico, pero para querer captar el Jesús histórico sería totalmente erróneo entender al evangelio como una relación objetiva. Los evangelistas no escribieron objetivamente, sino en imágenes y mucho de lo que es importante para el historiador no parece en absoluto haber sido importante para ellos. Así sucede que ni siquiera sabemos cuándo nació Jesús; no se conoce el día ni el año, y nadie sabe qué edad tenía cuando fue crucificado. Sin duda, actualmente, en todas las partes del mundo cristiano se celebra el 25 de diciembre como aniversario de su nacimiento, pero esto ocurre partiendo de un acuerdo logrado a finales del siglo IV. El 25 de diciembre como nacimiento de Cristo, como noche santa, fue calculado como sigue: desde el día de la anunciación de María fueron contados 9 meses y luego se añadieron un par de días. Como día de la anunciación sirvió el principio de la primavera pero esta fue una fecha absolutamente casual.
Es también incierto el año del nacimiento de Jesús. Las declaraciones hechas en el evangelio son contradictorias y no proporcionan una cuenta segura. Lucas escribe que Jesús vino al mundo en el año del censo impuesto por Augusto, cuando P. Sulpicio Quirino –ése es su nombre correcto, que san Lucas declara como Cirenio- era gobernador de Siria. Este recuento para una determinación de impuestos, tuvo lugar en el año sexto, después del comienzo de nuestro calendario. Fue el primer censo que efectuaron los romanos en el territorio de los judíos. Las premisas políticas para ello no se dieron hasta un decenio después de la muerte del rey Herodes.
Herodes pasó a la Historia como «el Grande», y realmente fue en general un político hábil y de éxito. Con él siempre estuvieron de acuerdo los romanos, a los cuales pertenecía Palestina desde los tiempos de César. Nacido el año 73 antes de Cristo, Herodes se convirtió en gobernador de Galilea a la edad de 23 años. De acuerdo con los romanos unió todo el territorio judío bajo su mandato. Los romanos le hicieron rex socius sobre Palestina con el título sobresaliente de Socius et amicus populi Romani, socio y amigo del pueblo romano. Gracias a su política inteligente y estable, aseguró al pueblo judío una paz de casi treinta años y un gran bienestar económico. Fundó ciudades y fortalezas, hizo construir el puerto de Cesarea, construyó teatros y, en su pasión por todo lo griego, también estadios deportivos según el modelo olímpico, y dio al templo de Jerusalén su forma definitiva monumental. Sin embargo, como rey impuesto por Roma su poder no fue ilimitado. Ni podía emprender guerras ni en general llevar una política exterior a su propio aire –lo que es especialmente importante en nuestra relación-, no podía, sin consultar a Roma, ejecutar ninguna sentencia de muerte ni ratificar las sentencias de muerte impuestas por el Sanedrín, el tribunal supremo judío.
Pero en los demás asuntos los romanos le dejaban las manos libres en Palestina, pues era un compañero de fiar, que se preocupaba del orden y de la tranquilidad en aquella parte siempre amenazada del imperio romano. Dado que Herodes además tenía amistad personal con el emperador Augusto, en honor del cual hizo construir en Samaria un gran templo, y sabía mantener su afecto con espléndidos regalos de dinero, el emperador concibió el enviar a Palestina soldados romanos y recaudadores de impuestos. Dentro de su amistad con Herodes, Augusto garantizó la protección del transporte de dinero judío que todos los años llevaba a Jerusalén los impuestos para el templo correspondiente pagados por los judíos que vivían en todas las partes del imperio romano. Según la ley hebrea todo judío, viviera donde viviese, tenía que llevar anualmente una moneda de plata al templo de Jerusalén y el transporte con todo el dinero para el templo reunido por las comunidades judías de fuera de Palestina era a menudo asaltado y robado. Como consecuencia de la protección imperial para el transporte, el templo judío se convirtió en uno de los más ricos del mundo, pero también a causa de sus tesoros en uno de los más codiciados, y en el año 70 después de Cristo, los romanos bajo el mando de Tito lo destruyeron y saquearon totalmente. Hasta el día de hoy sigue sin haber sido reconstruido.
Herodes el Grande murió en el año 4 antes del principio de nuestra era. Después de él tres de sus hijos gobernaron el país dividido en otras tantas partes, pero no lo hicieron ni remotamente tan bien como su padre. Diez años después de la muerte de éste se le expusieron al emperador tantas quejas contra los hijos que él los hizo ir a Roma para investigarlas. A uno de ellos, el etnarca Herodes Arquelao, que había administrado la hasta entonces llamada Judea, núcleo del estado judío con la capital Jerusalén, así como territorios de Idumea y Samaria con los puertos importantes de Cesarea, lo destituyó y lo desterró a la Galia. Augusto transformó sus territorios en una provincia regida por un procurador. La ciudad portuaria de Cesarea y no Jerusalén fue la sede de los procuradores romanos, que desde allí administraron esta importante parte de Palestina y entonces también mandaron al país recaudadores de impuestos y soldados romanos.
El nuevo orden se instituyó en el año 6 después del principio de nuestra era. No es imposible, en modo alguno, que Jesús naciera en este año del primer censo tributario como se dice en el evangelio de san Lucas. Sin embargo, esta suposición está en total contradicción con la tesis de que hubiera venido al mundo en los tiempos de Herodes el Grande. Herodes –esto es casi irrefutable- murió en el año 4 antes de nuestra era. Aquí se da, pues, una diferencia de casi diez años.
Tampoco la «estrella de Belén» que supuestamente señaló el camino hasta el pesebre a los reyes sabios y magos de Oriente proporciona ninguna ayuda en la cuestión del año del nacimiento. Ciertamente Kepler, matemático imperial y astrólogo de la corte de Praga a principios del siglo XVII, calculó que en año 7 antes de nuestra era se divisó una constelación especial de los planetas Júpiter y Saturno que ante los contemporáneos de Palestina y Babilonia, de donde debían venir los magos, podía aparecer como una extraña estrella grande y brillante. Esto ha sido puesto en duda posteriormente, pero en otros cálculos se volvió a llegar a resultados parecidos y esos cálculos han sido empleados desde entonces una y otra vez. Pero los mismos no constituyen ninguna prueba de que Jesús nació en aquel año –según Kepler, en el año 7 antes de nuestra era-. Los descubrimientos histórico-científicos hablan de que –como ocurre siempre en dichos casos- la leyenda se refiere a posteriori a aquella aparición extraña en el firmamento. Sin embargo, en ella el tiempo no era tan importante. Lo importante era sólo el acontecimiento, el nacimiento del Mesías anunciado desde hacía mucho tiempo. Era importante subrayar su significado extraordinario, presentar su carácter único. Entonces apareció por su cuenta la constelación especial de planetas, en el tiempo en que la clara estrella estaba sobre Belén… Esta primera tradición oral puede haber sido tomada por el evangelista Mateo (los otros no mencionan la estrella de los magos).
En la investigación de los hechos históricos se añade la dificultad de que nadie sabe con certeza lo que los evangelistas realmente escribieron, pues las redacciones griegas transmitidas de sus escritos proceden de época posterior. Solamente algunas partes se remontan hasta el siglo II. Una de las principales bases para nuestro texto actual del Nuevo Testamento es el Codex Sinaiticus que contiene todo el Nuevo Testamento, pero que procede del siglo IV después de Cristo. La problemática de utilizar la Biblia como fuente histórica la he expuesto extensamente en mis libros Herodes el Grande (1977) y El pequeño mundo de Jesucristo. Lo que investigaron los teólogos, filólogos, historiadores y arqueólogos (1981). Aquí son suficientes estas indicaciones, pues se trata exclusivamente de la cuestión de la verdad histórica de la matanza de niños de Belén.
No existe un comprobante objetivo de ella. ¿Debe tomarse la matanza de niños como probable? En todo caso es improbable –como se ha demostrado ya- que Jesús viniera a este mundo en el tiempo en que vivía Herodes. Sigue siendo inverosímil que Jesús naciera en Belén como indican Mateo y Lucas, mientras que Marcos y Juan le llaman más bien nazareno, con lo cual quieren decir quizás que procedía de Nazareth en Galilea, lo cual es mucho más probable. Casi todos los científicos que en época más reciente se han ocupado de la vida de Jesús, igual que los historiadores, así como también los teólogos y expertos católicos y evangélicos, en la investigación del Nuevo Testamento, ven en la afirmación de Mateo y Lucas de que Jesús nació en Belén un puro intento literario de presentar el nacimiento del Mesías como indicó el Antiguo Testamento. En éste se dice que el Mesías vendría de la ciudad de David, con lo cual se quería decir Belén. En Belén nació David y más tarde fue ungido como rey. Y también fue profetizado que el Mesías sería de la casa de David, un sucesor del rey David.
Sobre todo es improbable la orden de la matanza en sí misma. Hace dos mil años tampoco los jefes políticos vivían en un mundo de fantasía sino en la realidad; también entonces las decisiones eran tomadas por razones de política real, tal como ocurre actualmente, y es muy fácil preguntar: ¿cómo el Mesías recién nacido, que hasta lo más pronto veinte años después no podía llegar a ser el nuevo «rey de los judíos», podía representar una amenaza para Herodes que ya tenía más de setenta? E incluso si Herodes tomaba la profecía del Señor que venía como una amenaza, es seguro que una matanza masiva le hubiera costado el trono enseguida, porque el emperador Augusto no hubiera dejado pasar sin castigo una barbaridad semejante.
Se ha dicho que Herodes sufría de manía persecutoria y que su orden de matar a todos los niños pequeños podía ser una consecuencia de su psicosis. Pero Herodes no padeció en absoluto de manía persecutoria (también me remito a mi biografía de Herodes para este complejo). Además Augusto habría intervenido y habría pedido a Herodes responsabilidades y es de suponer que le habría destituido, lo cual habría sido consignado con seguridad por los cronistas contemporáneos. Solamente unos pocos teólogos y biógrafos de Jesús se siguen aferrando a la descripción de que Herodes ordenó la matanza de niños de Belén y la hizo llevar a cabo. La mayoría de científicos, sobre todo los historiadores, ven en la descripción de san Mateo de la matanza de niños de Belén no un hecho histórico, sino una leyenda, una creación literaria, una imagen verbal, un tópico, un esquema impresionista. Aquí se trata del cuadro, que aparece a menudo en la literatura, de la amenaza y de la salvación maravillosa que viven especialmente las personalidades excepcionales, la mayoría de las veces durante su nacimiento, o después de él; es decir, que se les atribuye a posteriori. En el centro no está en modo alguno Herodes, sino Jesucristo, el hijo de Dios. Él es el amenazado, y precisamente el ser amenazado y estar en peligro lo señala desde el principio como Aquel cuya venida ha sido profetizada. De esta imagen de la amenaza y la salvación maravillosa de niños pequeños de los cuales más tarde surgirán grandes personalidades, se da una larga serie de ejemplos en muchas historias religiosas, en mitos, leyendas y cuentos de toda la literatura mundial.
El relato más famoso que san Mateo puede haber utilizado como modelo para la leyenda de la matanza de niños de Belén es la historia bíblica de la amenaza y salvación del recién nacido Moisés, el posterior fundador (legendario) de la religión de Yahvé que libró a los israelitas de su esclavitud en Egipto, los llevó a la tierra prometida y Dios le transmitió los diez mandamientos y muchas otras leyes. Moisés nació en Egipto, donde sus padres, como muchos otros israelitas, vivían como trabajadores extranjeros. La población de los israelitas, residente desde muchos años en la tierra de los faraones, aumentaba naturalmente de modo constante, circunstancia que los egipcios observaban con preocupación creciente: «Queremos reprimirlos poniendo contingentes para que no sean tantos –se dice en el segundo libro de Moisés-, pues si surgiera una guerra, se sumarían también a nuestros enemigos y pelearían contra nosotros…» Pero los israelitas no se dejaron «reprimir», como es notorio, sino al contrario: «El pueblo aumentó y era muy numeroso», sigue diciendo. Y entonces ordenó el faraón que se diera muerte a todos los nacidos varones de los israelitas. «Todos los hijos que nazcan, que sean arrojados al agua y que se deje vivir a todas las niñas». Moisés, después de su nacimiento, permaneció escondido por su madre durante tres meses y «ya que no podía esconderlo por más tiempo, hizo un cestito de paja y lo pegó con resina y pez y puso al niño dentro y lo colocó entre las cañas a la orilla del agua […] Allí –así continúa la narración en el Antiguo Testamento- le encontró la hija del faraón; ella le salvó en cuanto que lo devolvió a su madre pasajeramente y más tarde se lo llevó consigo y le hizo educar en la corte».
La misma imagen de lo maravilloso, la propia salvación divina de un peligro anterior, que más tarde debía manifestar la predestinación existente desde el principio, tuvo aplicación también en la historia de la niñez del emperador Augusto. Ahí la leyenda se refiere a una época en la cual los romanos republicanos apenas podían imaginar nada peor en política como que en cualquier momento tuvieran que soportar una vez más –como en un pasado remoto- a un rey, a un señor que gobernara de modo absoluto. Lo ha transmitido así el historiador romano Suetonio, que a principios del siglo II después de Cristo escribió biografías de los primeros doce emperadores romanos (desde César hasta Domiciano). Y dice:
«Pocos meses antes del nacimiento de Augusto, se observó en Roma una señal pública maravillosa, por la cual se supo que la naturaleza haría nacer seguidamente a un rey para el pueblo romano. El Senado, lleno de terror, decidió que no debía ser criado ningún niño que viniera al mundo en dicho año. Pero aquellos senadores que esperaban en su casa un feliz acontecimiento se preocuparon de que esta decisión del Senado no tuviera ninguna fuerza de ley. Luego cada uno de ellos reclamó en su casa la promesa de silencio.» Y así fue vencido el peligro y Augusto, el futuro emperador pudo nacer y criarse.
Suetonio relata todavía otra anécdota del nacimiento de Augusto: su padre, el senador Gayo Octavio, el 26 de septiembre del año 63 antes de Cristo (día del nacimiento de Augusto), llegó tarde a la sesión del Senado y se disculpó por ello diciendo que precisamente acababa de tener un hijo. Entonces su colega, el senador Nigidio Figulo, se informó del momento exacto del nacimiento y al mismo tiempo determinó el horóscopo y anunció: «¡Hoy ha nacido el señor de la tierra!»
Unos cien años después de Suetonio, el historiador Dión Casio, procedente de Grecia, en su Historia de Roma, unió las dos anécdotas y su nueva combinación dio esta conclusión: «Cuando Nigidio supo la causa del retraso, se puso a gritar: “Nos has regalado al señor.” Entonces Octavio se puso fuera de sí, aterrorizado y quiso matar al niño. Pero Nigidio le reprimió: “No se puede hacer una cosa así.”»
Nadie ha querido ver nunca en estas historias otra cosa que anécdotas, leyendas, creaciones literarias. Ningún biógrafo las ha tomado nunca en serio. Es del todo improbable, si no es totalmente inaceptable, que el Senado romano –exclusivamente con la base de un vaticinio inseguro- en momento alguno pudiera haber ordenado, o incluso haber pensado, hacer matar a todos los niños recién nacidos del país. Esto no tiene nada que ver con los hechos reales, sino que en este lugar común se trata, para subrayarlo una vez más, de que el tema, constantemente variado en la literatura, en los mitos y en los cuentos de la inicial amenaza contra personalidades elegidas y de su salvación, constituye la muestra providencial que confirma su predestinación. Solamente en esto consiste la verdad que contienen tales imágenes simbólicas.
Quererlas transportar a la realidad, a lo verídico, es ilegítimo. También sería totalmente falsa la conclusión de que el Senado romano había hecho una gran tontería públicamente al tomar en consideración una decisión semejante de matar, para evitar algo con ella. Esto vale igualmente para la conclusión de que Herodes debía haber sido tonto y sanguinario. En estas historias no se habla ni del Senado romano ni de Herodes como realidad; son símbolos que representan la maldad.
A la leyenda de la matanza de niños de Belén se añade algo importante. Mateo la utiliza como un medio de legitimación: el ser que es tan tempranamente amenazado y salvado con la ayuda de Dios debe ser el Mesías profetizado y esperado, pues también la matanza de niños fue predicha.
Así, pues, la matanza de niños puede servir como prueba de la aparición del Mesías. Mateo cierra su descripción de la misma con la indicación del vaticinio del profeta Jeremías: «Con esto se cumple lo que dijo el profeta Jeremías, que es: “En las montañas se oyó un grito, muchos quejidos, llantos y gemidos: Raquel lloraba a sus hijos y no se dejaba consolar pues los había perdido.”»
Es decir: la matanza de niños de Belén fue creada para poder considerar la profecía cumplida.

Fuentes: Gerhard Prause - Nadie se rió de Colón (1986)

Falacias argumentativas:

1.A silentio:

Consiste sacar una conclusión en base al silencio del interlocutor o a la ausencia de una evidencia.

2.Ad antiquitatem:

Consiste en sostener un argumento basándose en que es correcto porque se lleva haciendo desde hace mucho tiempo.

3.Ad baculum:

Consiste en justificar el argumento basándose en la fuerza, la amenaza o el uso de una posición de privilegio.

4.Ad consequentiam:

Consiste en invalidar un argumento o afirmación basándose en las consecuencias positivas o negativas que esta pueda tener.

5.Ad Hominem:

Consiste en tachar un argumento de falaz desacreditando al emisor de esta.

6.Ad ignorantiam:

Consiste en defender un argumento alegando que no hay prueba de lo contrario.

7.Ad logicam:

Consiste en afirmar la falsedad de un argumento porque surge de un razonamiento contrario a la lógica.

8.Ad nauseam:

Consiste en defender un argumento mediante la reiteración de éste.

9.Ad novitatem:

Consiste en sostener que una argumentación es correcta o mejor porque es moderna.

10.Ad populum:

Consiste en defender un argumento basándose en la opinión de la mayoría.

11.Ad verecundiam:

Consiste en defender un argumento porque el emisor tiene autoridad en la materia.

Biblioteca:

Georg Wilhem Friedrich Hegel:




Acerca del colonialismo (con Friedrich Engels)

Obras escogidas - Tomo I (Marx y Engels)

Obras escogidas - Tomo II (Marx y Engels)

Obras escogidas - Tomo III (Marx y Engels)

Salario, precio y ganancia

La comuna de París (Marx, Engels, Lenin)

La ideología alemana (Marx y Engels)

La lucha de clases en Francia 1848-1850

La sagrada familia (Marx y Engels)

El capital Tomo I Volumen I

El capital Tomo I Volumen II

El capital Tomo I Volumen III

El capital Tomo II Volumen IV

El capital Tomo II Volumen V

El capital Tomo III Volumen VI

El capital Tomo III Volumen VII

El capital Tomo III Volumen VIII

Diferencia entre la filosofía de la naturaleza en Demócrito y Epicuro

Crítica del programa de Gotha

Introducción general a la crítica de la economía política

Manifiesto comunista (Marx y Engels)

Miseria de la filosofía

Trabajo asalariado y capital

Friedrich Engels: