viernes, 14 de julio de 2017

Energía y movimiento (J. M. Pérez Hernández):

Una actitud similar a la de Bunge sobre el espacio y el tiempo la encontramos, generalmente, respecto al significado del concepto de energía, que algunos identifican con el movimiento. Pero la energía, si bien es un término relacionado con el movimiento de la materia, no es el movimiento mismo. La energía es un tipo de medida común a todas las clases de movimiento (térmico, mecánico, eléctrico, etc.), y señala siempre la cantidad de movimiento de una clase que se transforma en cantidad de movimiento de otra clase. La cantidad, pero no el cómo ni su desarrollo, no el movimiento propiamente dicho. La razón estriba en que hablar de cantidades de energía significa hablar de cantidades de materia en determinado movimiento; y nada más. El concepto de energía es sinónimo de movimiento sólo en la medida que expresa toda la capacidad de autotransformación de la materia. No se puede hablar de energía sin que nos refiramos a una determinada forma de materia (fotónica, química, gravitatoria, etc.) en determinado movimiento cualitativo. Ahora bien, el principio universal de la transformación de la energía nos permite hacer abstracción del tipo de movimiento de materia implicado, pues podemos tratar indistintamente con uno u otro sin que se altere esa cualidad. Es decir, que al hablar de energía sin referirse expresamente a un tipo concreto de movimiento, realmente se está hablando de las infinitas materias en movimiento y, fundamentalmente, nos referimos al hecho concluyente y fehaciente de que, en determinadas condiciones, una se transforma en otra en cantidades bien definidas y precisas.

Cuando analizamos el concepto de energía utilizado por machistas, positivistas y monistas, no encontramos por ninguna parte el mínimo rastro de materia, la más mínima huella que delate que ese concepto es, al fin y al cabo, una abstracción hecha por el hombre de una de las cualidades más importantes de la materia —el movimiento—, fuera de la cual no puede existir. Siendo como es un atributo bien conocido de la materia en general, se maneja en cambio como si tuviera una existencia objetual independiente, como si se encontrara por encima de todas las formas de movimiento de la materia existentes. Es decir, se considera que la energía puede existir apartada de la materia, con entidad propia y substancia abstracta. Por esto no es de extrañar que alrededor de esta concepción aparecen diferentes tesis y teorías extravagantes más próximas a la teología que a la ciencia física, como por ejemplo, la «generación espontánea de materia del vacío» o la «transformación de la masa en energía».

Esta corriente filosófica idealista arguye que sus concepciones están cimentadas sobre bases firmes, pues se apoyan en los últimos progresos de las ciencias, sobre todo de la física. El energetismo ha invadido no sólo los campos punta fundamentales (como la física de las altas energías), sino también la mecánica cuántica y la teoría de la relatividad, así como las ciencias aplicadas y la técnica; extiende sus tentáculos a la genética, la evolución, la psicología y hasta las «ciencias» sociales burguesas, donde juega un papel confrontador e incluso decisorio.

El materialismo no alberga la menor duda sobre el significado verdadero del concepto de energía, planteándose a este respecto varias preguntas de importancia fundamental a las que responde categóricamente. Algunas de estas preguntas se refieren a las distintas cualidades materiales implicadas por dicho término, a su transformación, así como al papel que realmente juega el concepto de energía en la física. Los materialistas dialécticos Engels y, particularmente, Lenin refutaron acertadamente el energetismo, descubriendo las raíces gnoseológicas e ideológicas que lo sustentaban y su vínculo con el machismo y el positivismo.

Engels, en su inacabada obra «Dialéctica de la Naturaleza», critica de la siguiente manera el concepto de energía que imperaba en su época: «El término 1energía' no expresa correctamente toda la relación de movimiento, pues sólo abarca un aspecto, la acción, no la reacción» (27). Conviene recordar que el concepto de energía que conoció Engels estaba presidido por el concepto mecánico de energía; es decir, por la energía cinética o energía del movimiento mecánico de los cuerpos, si bien ya entonces el principio de la transformación de la energía comenzaba a extenderse a toda la física y química. A continuación añadía Engels: «Todavía hace parecer como si la ‘energía' fuese algo exterior a la materia, algo implantado en ella» (28). Como se ve, este concepto nace ya falseado, y esto no pasó desapercibido para Engels. Ese mismo defecto continúa caracterizando hoy al idealismo físico, pese a que el imperioso desarrollo de la física y el descubrimiento de nuevas formas de «energía» han presentado infinidad de ocasiones para corregirlo.

El concepto de energía, como todos los conceptos del hombre, es un concepto en desarrollo y, por lo tanto, limitado al proceso alcanzado por las ciencias, al período histórico que se considere. Este concepto se enriquece en su forma y en su contenido con los logros científicos de la humanidad. Los nuevos avances, no sólo científicos, sino también técnicos y productivos, nos permiten introducirnos más profundamente en las formas de materia ya conocidas, indagar y estudiar las nuevas, contrastar prácticas y teorías diversas y profundizar en ese concepto, enriqueciéndolo. Recordemos nada más dos hechos históricos decisivos: la transformación del trabajo en calor y su inversa, o sea, la transformación recíproca del movimiento mecánico y del movimiento térmico; y, en segundo lugar, ese otro, algo más reciente, de la relación recíproca entre la masa gravitatoria y la energía en general obtenida por Einstein en su trabajo sobre la relatividad, tan fructífera en la física. Ambos avances teóricos imprimieron un ritmo desconocido hasta entonces a la física y elevaron el concepto de energía a un nivel superior, rompiendo el estrecho marco de la mecánica y vulnerando el viejo concepto de masa.

Una cosa es cierta: no existe la energía sin materia, de la misma manera que no existe la materia sin energía. Esta unidad de materia y energía es la expresión física más próxima al principio materialista y dialéctico de la infinitud y eternidad del universo en movimiento, de la transformación eterna del mundo.

Actualmente se acostumbra a caracterizar a las partículas —además de por otras cualidades o parámetros innatas a ellas, como masa, carga electrónica o espín— por su energía. Por ejemplo, en los aceleradores de partículas (esas «pirámides modernas», como algunos los califican) se pueden acelerar los electrones hasta velocidades muy próximas a la de la luz y conseguir que su energía sea de, digamos, 20.000 MeV —20 gigaelectronvoltios— con lo que, conforme con la teoría de la relatividad adquieren una masa gravitatoria próxima a las 40.000 masas electrónicas en «reposo». ¿Significa esto que este poderoso movimiento tabulado en 20 GeV no ha modificado para nada el electrón, a no ser en que su velocidad sea próxima a la de la luz y su energía la señalada? De ninguna manera. Esa cantidad extraordinaria de masa gravitatoria del electrón «relativista» —extraordinaria si la comparamos con el electrón en «reposo»— pone de relieve, a primera vista, que ese electrón ya no es el mismo que cuando estaba en «reposo». El electrón ha sufrido un número indeterminado de transformaciones y cambios interiores desde que fue extraído del átomo hasta que se le dotó de esa velocidad casi luminosa. Una de las características más señaladas de este proceso consiste en que aquella prodigiosa cantidad de materia gravitatoria está «depositada» en el nuevo electrón con un orden y una organización que únicamente el posterior avance de la ciencia podrá aclarar. Pero ¿de dónde extrajo ese electrón nuevo esa cantidad extraordinaria de materia? Sólo del acelerador puede sacarla, pues éste está dispuesto para suministrar esa energía, que no es sino la materia de interacción de los potentes fluidos materiales de los campos eléctricos y magnéticos que contiene dicha máquina.

En la contradicción que se crea entre esos electrones y los fluidos de interacción de la máquina, aquéllos adquieren velocidades luminosas únicamente a costa de modificarse interiormente, asimilando o absorbiendo de manera progresiva parte de la materia de interacción de los fluidos de los campos electromagnéticos. Aquí vemos cómo una mera partícula en movimiento entraña una contradicción, en apariencia la más elemental de las contradicciones, pero de ninguna manera se trata de algo tan sencillo como pretende la teoría especial de la relatividad, ni tan inocente como muchos idealistas físicos «partidarios» de tal teoría —sean divulgadores o no— propalan. Engels conocía bastante las ciencias de su tiempo, especialmente la química y la física y en todo caso lo suficiente para destacar ya entonces lo que ciertas miopías no pueden —a su pesar— descubrir hoy en las ciencias modernas. Para Engels «En la naturaleza, todas las diferencias cualitativas se basan en diferencias de composición química, o en distintas cantidades o formas de movimiento (energía), o, como casi siempre sucede, en ambas a la vez»; o sea, en cantidades o formas de movimiento. Aquí, la cuestión aritmética está presente tanto en unas como en otras. «Por lo tanto —prosigue Engels— es imposible modificar la calidad de un cuerpo sin adición o sustracción de materia o movimiento, es decir, sin alteración cuantitativa del cuerpo que se trata» (29).

Como vemos, para un dialéctico en todo cambio están implicadas la adición o sustracción de materia o movimiento —o «ambas a la vez»— puesto que, al fin y a la postre, no existe materia carente de movimiento ni movimiento carente de materia, ya que cuando sumamos materia estamos sumando simultáneamente movimiento de cierta calidad y cualidad. Cuando consideramos un proceso en desarrollo, existen sin interrupción algunos cambios cuantitativos, a la vez que gran cantidad de cambios cualitativos parciales. Esto es innegable.

No podemos evitar la tentación de indagar, en la medida de nuestras limitadas posibilidades, el porqué de las disquisiciones que llevan a científicos como Fritzsch o Heisenberg a pasar de un espacio vacío a otro tan lleno y complicado que es capaz de generar pares electrón-positrón del «vacío». Esas ideas místicas están muy unidas a la de energía «desmaterializada» y, como no podía ser menos, el principio de «incertidumbre» de Heinsenberg que ocupa, en el ranking heurístico de las teorías del conocimiento, un lugar de honor.

Pero mejor sigamos, de la mano de Fritzsch, el camino que nos lleva desde la «incertidumbre» o «indeterminación» hasta el País de Alicia: hasta el paraíso de la creación de materia de la nada (o del vacío, que para el caso es lo mismo). ¡Duros trabajos nos esperan!

«Según las relaciones de incertidumbre de la mecánica cuántica —dice Fritzsch—, cuya significación fue reconocida por primera vez en los años veinte por W. Heisenberg, el impulso o la energía de la partícula sólo puede medirse con gran precisión si se dispone de mucho espacio o de mucho tiempo para ello. Pero si queremos estudiar la estructura de un objeto a muy pequeñas distancias, pongamos por caso distancias menores que 10~12 cm., no es posible determinar con gran precisión su impulso o energía. Al contrario, la incertidumbre de los impulsos de las partículas es considerable.
«En la electrodinámica —continúa— ocurre algo muy peculiar si la incertidumbre en la energía es mayor que el doble de la masa de un electrón (esto sucede aproximadamente a 10~n cm.). En este caso puede crearse una pareja de partículas formadas por un electrón y un positrón. Esta pareja es creada simplemente del vacío, y puede desaparecer de la misma forma al aniquilarse mutuamente el electrón y el positrón. Ahora bien, esta aniquilación puede evitarse aportando desde fuera suficiente energía. Cuando la energía que se aporta desde el exterior es mayor que la masa total de la pareja electrón-positrón. estas partículas pueden ser creadas como partículas reales, sin que por ello se viole la ley de conservación de la energía. Sin dicho aporte de energía el sistema electrón-positrón no podría existir como una pareja de partículas reales; tendría que existir como una pareja de partículas virtuales. El vacío está lleno de muchas —para ser más exacto, infinitas— parejas virtuales electrón- positrón. Estas pueden modificar la física a distancias muy pequeñas, pero no juegan papel alguno en la física macroscópica» (subrayados nuestros) (30).

Hasta aquí, Fritzsch. Hagamos ahora por nuestra parte un par de preguntas antes de continuar. Primera: ¿Existe la materia independientemente de nuestra voluntad, de nuestros principios y leyes, sí o no? Y segunda: ¿Se generan los contrarios a la vez, existen los contrarios y por tanto la contradicción desde el principio, sí o no?

Lenin, polemizando con los positivistas de su tiempo, gustaba repetir la primera pregunta para delimitar el campo del idealismo, la especulación gratuita, el oscurantismo y la sofistería del terreno sólido y objetivo del materialismo y la dialéctica. Su conocida obra «Materialismo y empiriocriticismo» está llena de ejemplos así. Nosotros la repetimos aquí, porque sin dar una respuesta clara a este crucial problema de la teoría del conocimiento no podremos orientarnos certeramente por los tortuosos caminos de las ciencias.

Veamos: la cuestión en el candelero es, según el mismo Fritzsch plantea, «estudiar la estructura de un objeto pequeño a muy pequeñas distancias». Se trata pues de un problema fundamentalmente teórico donde se hace uso del confuso principio de W. Heisenberg para «iluminarnos». De esta manera, y por medio de este «principio», encontramos que cuanto más pequeña sea la distancia que estudiamos tanto mayor sería «la incertidumbre en la energía» ya que, sobrepasados ciertos límites, «puede crearse una pareja de partículas», «simplemente del vacío». Es cierto, según nos advierte Fritzsch, que no se viola «la ley de la conservación de la energía» (ley que en su forma «desmaterializada» tanto se cuida de mimar), pero qué duda cabe que sí se viola flagrantemente una de las leyes más fundamentales del materialismo y de todas las ciencias naturales: La materia no se puede crear de la nada o, como dijera Epicuro, «nada nace del no-ser» (31). Este «detalle» parece haberlo perdido de vista el señor Fritzsch.

No se viola el «principio de transformación de la energía», entre otras cosas, porque al concepto de energía se le ha vaciado de materia, perdiendo así su auténtico contenido. Pero sí se viola el verdadero principio de la transformación de la energía, pues la energía es una cualidad de la materia, sin la cual aquélla no existe. Del vacío, de la nada, no se puede extraer energía.

Este es un viejo y conocido truco: primero abstraemos, con el pensamiento, determinadas cualidades de la materia percibida por nuestros sentidos para, a continuación, hacer creer que estas abstracciones existen en la realidad por sí solas e individualizadas, desprovistas de las cualidades materiales que están en el origen de aquellas abstracciones. Estas serían una «materia» especial insustancial, es decir, puro producto del pensamiento humano, tal como el principio de «incertidumbre» y otras «leyes» físicas salidas de la idealista escuela de Copenhague.

Hubiera resultado más fácil, e incluso menos peligroso para Fritzsch, suponer que esas parejas electrón-positrón ya existen a su modo en el interior del electrón relativista, y que en las circunstancias del choque se crean las condiciones para su aparición independiente, evitando así la formulación de que son simplemente creadas del vacío. Incluso se puede añadir, que la aceleración de los electrones resuelve su contradicción creando parejas eléctricamente contrarias de partículas que se «adosan» a su estructura originaria, etcétera.

La segunda cuestión que planteamos es, sin embargo, más propia del materialismo dialéctico contemporáneo que de cualquier otra filosofía; nada extraño si tenemos en cuenta las filosofías de moda: la contradicción, ¿existe ya desde el momento en que se crea una cosa o, por el contrario, aparece en un momento dado de su desarrollo?

El marxismo ha debatido con suficiente amplitud en diferentes momentos de su historia este importantísimo problema dialéctico. Son conocidos los debates sostenidos en la URSS en los años treinta, donde salieron derrotadas las concepciones de Deborin, o en la RPCh en los años 60, donde ocurrió algo similar con las concepciones de Yang Hsien-Tchen. Por otra parte, traemos de nuevo a debate esta cuestión para, a la luz de los resultados experimentales de la «generación espontánea de pares electrón-positrón del vacío», sacar las debidas conclusiones y poder comprobar si esa generación del vacío es real o bien, si no es así, qué es lo que realmente sucede en el mundo de las partículas.

«Las parejas electrón-positrón virtuales del vacío —prosigue Fritzsch— influyen sobre la estructura del electrón. Supongamos que medimos la carga eléctrica de un electrón en el laboratorio. Esto podemos hacerlo observando, por ejemplo, la dispersión de dos electrones. Ambos electrones se repelen mutualmente. Según la ley de Coulomb, la fuerza repulsiva entre ellos es proporcional al cuadrado de la carga eléctrica de los electrones (Fritzsch, contra Khun, no teme que esta ley no sea objetiva). Normalmente, en el proceso de dispersión ambos electrones no se acercan demasiado el uno al otro. La distancia entre ambos electrones es típicamente mayor que la distancia crítica de 10~11 cm., citada más arriba. En este caso, la fuerza entre dos electrones viene descrita muy exactamente por la ley de Coulomb» (subrayado nuestro) (p. 154). Es decir, en primer lugar, cosa inaudita, se admite —como venimos observando— que el electrón posea estructura, aunque más adelante se niegue, en vez de incidir en esta línea de pensamiento; y en segundo lugar, de acuerdo con las observaciones experimentales de dispersión de electrones y para separaciones entre ellos superiores a 10-11 cm. se cumple la ley de Coulomb y los electrones «no se acercan demasiado el uno al otro».

Bien, sentado esto, veamos, en propias palabras de Fritzsch, cómo esta situación cambia repentinamente: «¿Qué sucede cuando intentamos medir la fuerza entre dos electrones a distancias mucho menores que l0~11 cm. (esto se consigue aumentando convenientemente la energía de los electrones dispersados)? En este caso descubrimos que la ley de fuerza coulombiana ya no es válida cuando ambos electrones se acercan a distancias menores de 10~n cm. Observamos que las fuerzas entre los electrones son algo mayores que las fuerzas que cabrían esperar según la ley de Coulomb. ¿Cómo se puede entender este efecto?» (p. 154).

No recelamos lo más mínimo de las observaciones practicadas por Fritzsch y sus colegas en este asunto ni nos sorprende ese límite espacial, sobrepasado el cual ya no tiene validez absoluta la ley de Coulomb. Para la dialéctica, las leyes físicas, y por lo tanto también la verdad, tienen unos límites, es decir, son válidas en determinadas condiciones. Desde el momento en que sobrepasemos esos límites (se hayan creado otras condiciones), las antiguas leyes físicas ya no tienen validez, con lo que la verdad se troca en falsedad. Este es un principio universal válido para todas las leyes y verdades del mundo, salvo quizá —como al mismo Engels le gustaba decir— para el movimiento, pues, aun pese a las condiciones más inconcebibles, aunque factibles, la materia es impensable sin movimiento, sea éste del tipo que fuere.

Lo que realmente sucede en las nuevas condiciones creadas es que se da un salto, surge o aparece una nueva cualidad, anteriormente desconocida, pero irrefutablemente objetiva. Al científico le corresponde estudiar, aclarar y comprobar en qué consiste esa nueva cualidad, o tipo de movimiento, sus leyes propias, objetivas, y sus nuevos límites. Dicho por Hegel, «la diversidad es más bien el límite de la cosa; aparece allí donde la cosa termina o es lo que ésta no es» (32). No es un asunto nada trivial la delimitación de cada cosa, o sea, de sus cualidades. La diversidad aparece cuando nos aproximamos a los límites de cada cosa. Hablar de una cosa significa hablar de sus límites, no únicamente como punto de partida del conocimiento, sino también como objetivo, como punto de llegada.

Pero esta elaboración de los datos y observaciones, esta elevación del conocimiento meramente sensorial al conocimiento racional y superior, tan necesaria e imprescindible, no es lo que hace Fritzsch. El tira de nuevo del término «energía», que si bien sirve para designar de otra manera aquellos límites, no explica, no penetra en la esencia del fenómeno, quedándose en lo superficial; este término es el lugar común al que se recurre cuando no se puede plantear correctamente en toda su riqueza, extensión y profundidad el problema considerado, o cuando simplemente —y con gran ligereza— se le constata como un dato más de las experiencias realizadas en el laboratorio. Ante esta dificultad, Fritzsch, al igual que Heisenberg y otros, recurre al idealismo más ingenuo para superar —es más correcto decir soslayar— lo que sus concepciones eclécticas le impiden afrontar con seriedad.

Pongamos atención a las respuestas que da Fritzsch a sus propias preguntas, y conozcamos, así, las técnicas diversionistas propias del idealismo físico actual. Veamos: «Aquí se ven los efectos producidos por la presencia de los pares electrón-positrón en el vacío. Supongamos por un instante que pudiéramos introducir un electrón en el vacío desde el exterior. Puesto que el electrón está cargado negativamente repelerá a todos los electrones virtuales de su vecindad y atraerá a todos los positrones. Decimos que el electrón polariza el vacío circundante. La nube de positrones virtuales que rodea al electrón apantalla parcialmente la carga del electrón... Los físicos llaman a un objeto así electrón físico (¿acaso será que existen los electrones mentales?). Este último consta de un electrón y su nube de polarización del vacío. Por otra parte, al electrón sin su nube de polarización del vacío se le conoce como a un electrón desnudo» (subrayado nuestro) (p. 155). Como se ve, toda una joya.

Si fuéramos consecuentes con todo lo que ahí se afirma tendríamos que admitir la existencia de un «vacío» lleno de pares electrón- positrón, cosa muy difícil de concebir, a no ser que queramos abandonar el terreno sólido de la ciencia e introducirnos en el de los misterios. Es decir, tendríamos que admitir la existencia de un «vacío» lleno de materia.

Advirtamos que con esta mezcla ecléctica de idealismo físico «vacío» y de materialismo mecanicista predialéctico (el electrón «desnudo» y la «polarización del vacío»), se pretende afrontar con éxito la dialéctica objetiva del movimiento de los electrones. Pero no será así como se conseguirán resolver los problemas que ocasiona al pensamiento el intrincado movimiento interno del electrón en las complejas circunstancias del mundo físico de las partículas elementales, el hecho de que un electrón cambia, se modifica y se transforma (de acuerdo a un proceso interno ininterrumpido) en las condiciones exteriores creadas por los fluidos o campos de interacción de los aceleradores de partículas (que son los que le suministran aquella «energía» en forma de materia de los «fluidos»).

El hecho de que en esas circunstancias, anteriormente descritas, el electrón modifique sus estados cualitativos internos, desarrollándose (creciendo o «hinchándose») de acuerdo a leyes objetivas bien precisas, es la razón de que en el «choque» de dichas partículas se produzcan o generen de su seno parejas contradictorias de pares electrón-positrón. Estas parejas de electrones se descuelgan de aquel electrón originario durante la aproximación señalada por Fritzsch, siempre y cuando la previa acumulación de materia de campo, en forma de materia electrónica en el interior del nuevo electrón (en la estructura in crescendo del electrón), supere determinados límites que las características físicas mecano-cuánticas de los electrones permiten predecir y pueden ser expresados en términos energéticos por determinada cantidad de electrón-voltios (eV).

¡Los contrarios se generan simultáneamente y la contradicción ya existe desde el primer momento! Este es el enfoque correcto que se le debe dar al ficticio problema de la «generación espontánea de electrones y positrones del vacío», un fenómeno de generación de pares de partículas de los propios electrones acelerados y «chocados».

Como podemos apreciar, el camino que va del materialismo mecanicista al idealismo místico es el de la ignorancia de la dialéctica. Veamos, para terminar, las respuestas que da Fritzsch a este problema: «¿Cuál es, pues, el electrón auténtico, cuya existencia es la causa de los diversos fenómenos electromagnéticos? La respuesta depende de la situación, es decir, dela energía del proceso correspondiente...» (p. 156). Y la respuesta, que en este caso preciso no está supeditada a la situación (pues estamos considerando las causas, no los orígenes), depende, dice Fritzsch, «de la energía». Todo depende de la «energía»; y cuando se les pregunta qué es esa «energía» tan extraordinaria de la que hablan, ninguno de ellos sabe dar una respuesta coherente.

Fritzsch continúa diciendo: «En aquellos procesos en los que la energía de los electrones es pequeña frente a la masa del electrón, no pueden verse explícitamente los efectos de la polarización del vacío, y en esos casos nos las tenemos que haber con el electrón físico...» (p. 156). (En el otro caso nos la tendríamos que ver con el electrón «desnudo»). De esta manera tan simplona explica Fritzsch la «generación de materia del vacío». Explicación idéntica da para la generación «no aislada» de quarks y antiquarks, a los que habría que «meter» previamente en un «vacío» lleno de gluones y antigluones «virtuales».

Heisenberg, como idealista honesto, es mucho más claro que Fritzsch, de manera que lo que en Fritzsch aparece camuflado, en Heisenberg se presenta sin ningún tapujo. Así escribe éste: «Cuando la energía se convierte en materia —posibilidad contemplada ya antes en la teoría de la relatividad—, la primera adopta la forma de partículas elementales» (33). Este aforismo físico es la clave del encubrimiento que, por medio del concepto de energía, hace el idealismo físico de sus concepciones gnoseológicas.

Que «la energía se convierta en materia» es una sentencia que ninguna teoría de la relatividad sostiene. Lo que sí mantiene dicha teoría es que la masa, como cualquier otra forma de movimiento de la materia, se transforma en otros tipos diferentes de materia, como las partículas electromagnéticas o fotones. Y lo que también dice es que en la primera forma (el par electrón-positrón) la energía reside principalmente en el carácter masa de la partícula, mientras que en la segunda se halla, principalmente, en su característica vibración electromagnética. Lo demás son puras habladurías, pues no encontramos en la naturaleza ninguna ánima que anime el movimiento de los objetos al modo como lo hacen las almas del animismo, ni tampoco hallamos ninguna transfiguración o transmaterialización de ellas.

Concluyamos. La hipótesis que sostiene que al imprimir un movimiento a un cuerpo u objeto (sea éste una partícula elemental, una pieza mecánica o un planeta), modificamos únicamente las condiciones exteriores —la dinámica de dicho objeto— y en ningún caso las interiores —es decir, que el objeto permanece idéntico a sí mismo en su movimiento— está en consonancia con la línea idealista en la física que asevera que lo verdaderamente importante es la energía del objeto —que se puede explicar por su dinámica—, con lo que se aparta al objeto del razonamiento quedando solamente dicha energía. No es de extrañar, pues, que después se recurra a la «creación de materia de la energía» o «generaciones del vacío».

De la misma manera, lo «virtual» juega en la física un papel baladí y encubridor. Al tiempo, el subjetivo principio de «incertidumbre» de Heinsenberg protagoniza el papel de parturienta de las más nuevas y «geniales» elucubraciones idealistas. Todas estas concepciones tienen sus raíces en las filosofías positivistas, machistas y humistas. Y si bien a Fritzsch se le puede perdonar mucho, ya que se trata de un físico que hace pequeñas incursiones en la filosofía, a Heisenberg no se le puede perdonar nada, porque es un físico metido hasta el cuello a filósofo. Otros, como Asimov y Ridnik, sólo merecen el repudio que tan bien se gana la frivolidad, más cuando va acompañada de la compra de conciencia de «best sellers».

Por ese camino estaríamos (como Heisenberg) abocados a mantener que lo realmente importante son las simetrías y las figuras, los triángulos y los cuadrados, a los que alcanzaríamos en «la meta del viaje» donde ya «no habrá mundo ni vida», aunque sí ideas...

J. M. Pérez Hernández

(27): F. Engels: «Dialéctica de la Naturaleza», pág. 71.
(28): F. Engels: Ídem.
(29): F. Engels: Ídem, pág. 59.
(30): H. Fritzsch: «Los quarks, la materia prima de nuestro universo», pág. 153 (a partir de ahora, citaremos en el texto sólo la página correspondiente de este libro).
(31): Epicuro: Citado por Paul Nizan en: «Los materialistas de la Antigüedad», pág. 61.
(32): G.W.F. Hegel: «Fenomenología del espíritu», pág. 8.
(33): W. Heisenberg: «Encuentros y conversaciones con Einstein y otros ensayos», pág. 142.

No hay comentarios:

Publicar un comentario