Una actitud similar a la de Bunge sobre el espacio y el tiempo la
encontramos, generalmente, respecto al significado del concepto de energía, que
algunos identifican con el movimiento. Pero la energía, si bien es un término
relacionado con el movimiento de la materia, no es el movimiento mismo. La
energía es un tipo de medida común a todas las clases de movimiento (térmico,
mecánico, eléctrico, etc.), y señala siempre la cantidad de movimiento de una
clase que se transforma en cantidad de movimiento de otra clase. La cantidad,
pero no el cómo ni su desarrollo, no el movimiento propiamente dicho. La razón estriba
en que hablar de cantidades de energía significa hablar de cantidades de
materia en determinado movimiento; y nada más. El concepto de energía es
sinónimo de movimiento sólo en la medida que expresa toda la capacidad de
autotransformación de la materia. No se puede hablar de energía sin que nos
refiramos a una determinada forma de materia (fotónica, química, gravitatoria,
etc.) en determinado movimiento cualitativo. Ahora bien, el principio universal
de la transformación de la energía nos permite hacer abstracción del tipo de movimiento
de materia implicado, pues podemos tratar indistintamente con uno u otro sin que
se altere esa cualidad. Es decir, que al hablar de energía sin referirse
expresamente a un tipo concreto de movimiento, realmente se está hablando de
las infinitas materias en movimiento y, fundamentalmente, nos referimos al
hecho concluyente y fehaciente de que, en determinadas condiciones, una se
transforma en otra en cantidades bien definidas y precisas.
Cuando analizamos el concepto de energía utilizado por machistas,
positivistas y monistas, no encontramos por ninguna parte el mínimo rastro de
materia, la más mínima huella que delate que ese concepto es, al fin y al cabo,
una abstracción hecha por el hombre de una de las cualidades más importantes de
la materia —el movimiento—, fuera de la cual no puede existir. Siendo como es
un atributo bien conocido de la materia en general, se maneja en cambio como si
tuviera una existencia objetual independiente, como si se encontrara por encima
de todas las formas de movimiento de la materia existentes. Es decir, se
considera que la energía puede existir apartada de la materia, con entidad
propia y substancia abstracta. Por esto no es de extrañar que alrededor de esta
concepción aparecen diferentes tesis y teorías extravagantes más próximas a la
teología que a la ciencia física, como por ejemplo, la «generación
espontánea de materia del vacío» o la «transformación de la masa en
energía».
Esta corriente filosófica idealista arguye que sus concepciones están
cimentadas sobre bases firmes, pues se apoyan en los últimos progresos de las
ciencias, sobre todo de la física. El energetismo ha invadido no sólo los
campos punta fundamentales (como la física de las altas energías), sino también
la mecánica cuántica y la teoría de la relatividad, así como las ciencias
aplicadas y la técnica; extiende sus tentáculos a la genética, la evolución, la
psicología y hasta las «ciencias» sociales burguesas, donde juega un papel
confrontador e incluso decisorio.
El materialismo no alberga la menor duda sobre el significado verdadero
del concepto de energía, planteándose a este respecto varias preguntas de
importancia fundamental a las que responde categóricamente. Algunas de estas
preguntas se refieren a las distintas cualidades materiales implicadas por
dicho término, a su transformación, así como al papel que realmente juega el
concepto de energía en la física. Los materialistas dialécticos Engels y,
particularmente, Lenin refutaron acertadamente el energetismo, descubriendo
las raíces gnoseológicas e ideológicas que lo sustentaban y su vínculo con el
machismo y el positivismo.
Engels, en su inacabada obra «Dialéctica de la
Naturaleza», critica de la siguiente manera el concepto de energía que
imperaba en su época: «El término 1energía' no expresa correctamente toda
la relación de movimiento, pues sólo abarca un aspecto, la acción, no la
reacción» (27). Conviene recordar que el concepto de energía que
conoció Engels estaba presidido por el concepto mecánico de energía; es
decir, por la energía cinética o energía del movimiento mecánico de los
cuerpos, si bien ya entonces el principio de la transformación de la energía comenzaba
a extenderse a toda la física y química. A continuación añadía Engels:
«Todavía hace parecer como si la ‘energía' fuese algo exterior a la
materia, algo implantado en ella» (28). Como se ve, este concepto
nace ya falseado, y esto no pasó desapercibido para Engels. Ese mismo
defecto continúa caracterizando hoy al idealismo físico, pese a que el
imperioso desarrollo de la física y el descubrimiento de nuevas formas de
«energía» han presentado infinidad de ocasiones para corregirlo.
El concepto de energía, como todos los conceptos del hombre, es un
concepto en desarrollo y, por lo tanto, limitado al proceso alcanzado por las
ciencias, al período histórico que se considere. Este concepto se enriquece en
su forma y en su contenido con los logros científicos de la humanidad. Los
nuevos avances, no sólo científicos, sino también técnicos y productivos, nos
permiten introducirnos más profundamente en las formas de materia ya conocidas,
indagar y estudiar las nuevas, contrastar prácticas y teorías diversas y profundizar
en ese concepto, enriqueciéndolo. Recordemos nada más dos hechos históricos decisivos:
la transformación del trabajo en calor y su inversa, o sea, la transformación recíproca
del movimiento mecánico y del movimiento térmico; y, en segundo lugar, ese
otro, algo más reciente, de la relación recíproca entre la masa
gravitatoria y la energía en general obtenida por Einstein en su trabajo
sobre la relatividad, tan fructífera en la física. Ambos avances teóricos
imprimieron un ritmo desconocido hasta entonces a la física y elevaron el concepto
de energía a un nivel superior, rompiendo el estrecho marco de la mecánica y vulnerando
el viejo concepto de masa.
Una cosa es cierta: no existe la energía sin materia, de la misma manera
que no existe la materia sin energía. Esta unidad de materia y energía es la
expresión física más próxima al principio materialista y dialéctico de la
infinitud y eternidad del universo en movimiento, de la transformación eterna
del mundo.
Actualmente se acostumbra a caracterizar a las partículas —además de por
otras cualidades o parámetros innatas a ellas, como masa, carga electrónica o
espín— por su energía. Por ejemplo, en los aceleradores de partículas (esas
«pirámides modernas», como algunos los califican) se pueden acelerar los
electrones hasta velocidades muy próximas a la de la luz y conseguir que su
energía sea de, digamos, 20.000 MeV —20 gigaelectronvoltios— con lo que,
conforme con la teoría de la relatividad adquieren una masa gravitatoria
próxima a las 40.000 masas electrónicas en «reposo». ¿Significa esto que este
poderoso movimiento tabulado en 20 GeV no ha modificado para nada el electrón,
a no ser en que su velocidad sea próxima a la de la luz y su energía la
señalada? De ninguna manera. Esa cantidad extraordinaria de masa gravitatoria
del electrón «relativista» —extraordinaria si la comparamos con el electrón en
«reposo»— pone de relieve, a primera vista, que ese electrón ya no es el mismo
que cuando estaba en «reposo». El electrón ha sufrido un número indeterminado
de transformaciones y cambios interiores desde que fue extraído del átomo hasta
que se le dotó de esa velocidad casi luminosa. Una de las características más
señaladas de este proceso consiste en que aquella prodigiosa cantidad de
materia gravitatoria está «depositada» en el nuevo electrón con un orden y
una organización que únicamente el posterior avance de la ciencia podrá
aclarar. Pero ¿de dónde extrajo ese electrón nuevo esa cantidad extraordinaria
de materia? Sólo del acelerador puede sacarla, pues éste está dispuesto para
suministrar esa energía, que no es sino la materia de interacción de los potentes
fluidos materiales de los campos eléctricos y magnéticos que contiene dicha máquina.
En la contradicción que se crea entre esos electrones y los fluidos de
interacción de la máquina, aquéllos adquieren velocidades luminosas únicamente
a costa de modificarse interiormente, asimilando o absorbiendo de
manera progresiva parte de la materia de interacción de los fluidos de los
campos electromagnéticos. Aquí vemos cómo una mera partícula en movimiento
entraña una contradicción, en apariencia la más elemental de las contradicciones,
pero de ninguna manera se trata de algo tan sencillo como pretende la teoría especial
de la relatividad, ni tan inocente como muchos idealistas físicos «partidarios»
de tal teoría —sean divulgadores o no— propalan. Engels conocía bastante
las ciencias de su tiempo, especialmente la química y la física y en todo caso
lo suficiente para destacar ya entonces lo que ciertas miopías no pueden —a su
pesar— descubrir hoy en las ciencias modernas. Para Engels «En la
naturaleza, todas las diferencias cualitativas se basan en diferencias
de composición química, o en distintas cantidades o formas de movimiento
(energía), o, como casi siempre sucede, en ambas a la vez»; o sea, en
cantidades o formas de movimiento. Aquí, la cuestión aritmética está
presente tanto en unas como en otras. «Por lo tanto —prosigue Engels— es
imposible modificar la calidad de un cuerpo sin adición o sustracción de
materia o movimiento, es decir, sin alteración cuantitativa del cuerpo
que se trata» (29).
Como vemos, para un dialéctico en todo cambio están implicadas la adición
o sustracción de materia o movimiento —o «ambas a la vez»— puesto que,
al fin y a la postre, no existe materia carente de movimiento ni movimiento
carente de materia, ya que cuando sumamos materia estamos sumando
simultáneamente movimiento de cierta calidad y cualidad. Cuando consideramos un
proceso en desarrollo, existen sin interrupción algunos cambios cuantitativos,
a la vez que gran cantidad de cambios cualitativos parciales. Esto es
innegable.
No podemos evitar la tentación de indagar, en la medida de nuestras
limitadas posibilidades, el porqué de las disquisiciones que llevan a
científicos como Fritzsch o Heisenberg a pasar de un espacio
vacío a otro tan lleno y complicado que es capaz de generar pares
electrón-positrón del «vacío». Esas ideas místicas están muy unidas a la de
energía «desmaterializada» y, como no podía ser menos, el principio de
«incertidumbre» de Heinsenberg que ocupa, en el ranking heurístico de
las teorías del conocimiento, un lugar de honor.
Pero mejor sigamos, de la mano de Fritzsch, el camino que nos
lleva desde la «incertidumbre» o «indeterminación» hasta el País de Alicia:
hasta el paraíso de la creación de materia de la nada (o del vacío, que para el
caso es lo mismo). ¡Duros trabajos nos esperan!
«Según las relaciones de incertidumbre de la mecánica cuántica —dice Fritzsch—, cuya significación fue reconocida por primera vez en
los años veinte por W. Heisenberg, el impulso o la energía de la partícula sólo
puede medirse con gran precisión si se dispone de mucho espacio o de mucho
tiempo para ello. Pero si queremos estudiar la estructura de un
objeto a muy pequeñas distancias, pongamos por caso distancias menores que 10~12
cm., no es posible determinar con gran precisión su impulso o energía. Al
contrario, la incertidumbre de los impulsos de las partículas es considerable.
«En la electrodinámica —continúa— ocurre
algo muy peculiar si la incertidumbre en la energía es mayor que el doble de la
masa de un electrón (esto sucede aproximadamente a 10~n cm.). En
este caso puede crearse una pareja de partículas formadas por un electrón y un positrón.
Esta pareja es creada simplemente del vacío, y puede desaparecer
de la misma forma al aniquilarse mutuamente el electrón y el positrón. Ahora
bien, esta aniquilación puede evitarse aportando desde fuera suficiente
energía. Cuando la energía que se aporta desde el exterior es mayor que la masa
total de la pareja electrón-positrón. estas partículas pueden ser creadas como
partículas reales, sin que por ello se viole la ley de conservación de la
energía. Sin dicho aporte de energía el sistema electrón-positrón no podría
existir como una pareja de partículas reales; tendría que existir como una
pareja de partículas virtuales. El vacío está lleno de
muchas —para ser más exacto, infinitas— parejas virtuales electrón- positrón.
Estas pueden modificar la física a distancias muy pequeñas, pero no juegan
papel alguno en la física macroscópica» (subrayados nuestros) (30).
Hasta aquí, Fritzsch. Hagamos ahora por
nuestra parte un par de preguntas antes de continuar. Primera: ¿Existe la
materia independientemente de nuestra voluntad, de nuestros principios y leyes,
sí o no? Y segunda: ¿Se generan los contrarios a la vez, existen los contrarios
y por tanto la contradicción desde el principio, sí o no?
Lenin, polemizando con los
positivistas de su tiempo, gustaba repetir la primera pregunta para delimitar
el campo del idealismo, la especulación gratuita, el oscurantismo y la
sofistería del terreno sólido y objetivo del materialismo y la dialéctica. Su
conocida obra «Materialismo y empiriocriticismo» está llena de
ejemplos así. Nosotros la repetimos aquí, porque sin dar una respuesta clara a
este crucial problema de la teoría del conocimiento no podremos orientarnos
certeramente por los tortuosos caminos de las ciencias.
Veamos: la cuestión en el candelero es, según
el mismo Fritzsch plantea, «estudiar la estructura de un objeto
pequeño a muy pequeñas distancias». Se trata pues de un problema fundamentalmente
teórico donde se hace uso del confuso principio de W. Heisenberg para
«iluminarnos». De esta manera, y por medio de este «principio», encontramos
que cuanto más pequeña sea la distancia que estudiamos tanto mayor sería
«la incertidumbre en la energía» ya que, sobrepasados ciertos
límites, «puede crearse una pareja de partículas», «simplemente del vacío». Es
cierto, según nos advierte Fritzsch, que no se viola «la ley de la
conservación de la energía» (ley que en su forma «desmaterializada» tanto
se cuida de mimar), pero qué duda cabe que sí se viola flagrantemente
una de las leyes más fundamentales del materialismo y de todas las
ciencias naturales: La materia no se puede crear de la nada o, como
dijera Epicuro, «nada nace del no-ser» (31). Este «detalle»
parece haberlo perdido de vista el señor Fritzsch.
No se viola el «principio de transformación de la energía», entre
otras cosas, porque al concepto de energía se le ha vaciado de materia, perdiendo
así su auténtico contenido. Pero sí se viola el verdadero principio de la
transformación de la energía, pues la energía es una cualidad de la materia,
sin la cual aquélla no existe. Del vacío, de la nada, no se puede extraer
energía.
Este es un viejo y conocido truco: primero abstraemos, con el
pensamiento, determinadas cualidades de la materia percibida por nuestros
sentidos para, a continuación, hacer creer que estas abstracciones existen en
la realidad por sí solas e individualizadas, desprovistas de las cualidades
materiales que están en el origen de aquellas abstracciones. Estas serían una «materia»
especial insustancial, es decir, puro producto del pensamiento humano, tal como
el principio de «incertidumbre» y otras «leyes» físicas salidas de la idealista
escuela de Copenhague.
Hubiera resultado más fácil, e incluso menos peligroso para Fritzsch, suponer
que esas parejas electrón-positrón ya existen a su modo en el interior
del electrón relativista, y que en las circunstancias del choque se crean las
condiciones para su aparición independiente, evitando así la formulación de que
son simplemente creadas del vacío. Incluso se puede añadir, que la aceleración
de los electrones resuelve su contradicción creando parejas eléctricamente
contrarias de partículas que se «adosan» a su estructura originaria, etcétera.
La segunda cuestión que planteamos es, sin embargo, más propia del
materialismo dialéctico contemporáneo que de cualquier otra filosofía; nada
extraño si tenemos en cuenta las filosofías de moda: la contradicción, ¿existe
ya desde el momento en que se crea una cosa o, por el contrario, aparece en un
momento dado de su desarrollo?
El marxismo ha debatido con suficiente amplitud en diferentes momentos de
su historia este importantísimo problema dialéctico. Son conocidos los debates
sostenidos en la URSS en los años treinta, donde salieron derrotadas las
concepciones de Deborin, o en la RPCh en los años 60, donde ocurrió algo
similar con las concepciones de Yang Hsien-Tchen. Por otra parte, traemos
de nuevo a debate esta cuestión para, a la luz de los resultados experimentales
de la «generación espontánea de pares electrón-positrón del vacío», sacar
las debidas conclusiones y poder comprobar si esa generación del vacío es real
o bien, si no es así, qué es lo que realmente sucede en el mundo de las partículas.
«Las parejas electrón-positrón virtuales del vacío —prosigue Fritzsch— influyen sobre la estructura del electrón.
Supongamos que medimos la carga eléctrica de un electrón en el laboratorio.
Esto podemos hacerlo observando, por ejemplo, la dispersión de dos electrones. Ambos
electrones se repelen mutualmente. Según la ley de Coulomb, la fuerza repulsiva
entre ellos es proporcional al cuadrado de la carga eléctrica de los electrones
(Fritzsch, contra Khun, no teme que esta ley no sea objetiva). Normalmente,
en el proceso de dispersión ambos electrones no se acercan demasiado el uno al
otro. La distancia entre ambos electrones es típicamente mayor que la distancia
crítica de 10~11 cm., citada más arriba. En este caso, la fuerza
entre dos electrones viene descrita muy exactamente por la ley de Coulomb»
(subrayado nuestro) (p. 154). Es decir, en primer lugar, cosa inaudita,
se admite —como venimos observando— que el electrón posea estructura,
aunque más adelante se niegue, en vez de incidir en esta línea de
pensamiento; y en segundo lugar, de acuerdo con las observaciones experimentales
de dispersión de electrones y para separaciones entre ellos superiores a 10-11
cm. se cumple la ley de Coulomb y los electrones «no se acercan
demasiado el uno al otro».
Bien, sentado esto, veamos, en propias
palabras de Fritzsch, cómo esta situación cambia repentinamente: «¿Qué
sucede cuando intentamos medir la fuerza entre dos electrones a distancias
mucho menores que l0~11 cm. (esto se consigue aumentando
convenientemente la energía de los electrones dispersados)? En este caso
descubrimos que la ley de fuerza coulombiana ya no es válida cuando
ambos electrones se acercan a distancias menores de 10~n cm.
Observamos que las fuerzas entre los electrones son algo mayores que las
fuerzas que cabrían esperar según la ley de Coulomb. ¿Cómo se puede
entender este efecto?» (p. 154).
No recelamos lo más mínimo de las
observaciones practicadas por Fritzsch y sus colegas en este asunto ni
nos sorprende ese límite espacial, sobrepasado el cual ya no tiene
validez absoluta la ley de Coulomb. Para la dialéctica, las leyes
físicas, y por lo tanto también la verdad, tienen unos límites, es decir, son
válidas en determinadas condiciones. Desde el momento en que sobrepasemos esos
límites (se hayan creado otras condiciones), las antiguas leyes físicas ya no
tienen validez, con lo que la verdad se troca en falsedad. Este es un principio
universal válido para todas las leyes y verdades del mundo, salvo quizá —como
al mismo Engels le gustaba decir— para el movimiento, pues, aun pese a
las condiciones más inconcebibles, aunque factibles, la materia es impensable
sin movimiento, sea éste del tipo que fuere.
Lo que realmente sucede en las nuevas
condiciones creadas es que se da un salto, surge o aparece una nueva cualidad,
anteriormente desconocida, pero irrefutablemente objetiva. Al científico le
corresponde estudiar, aclarar y comprobar en qué consiste esa nueva cualidad, o
tipo de movimiento, sus leyes propias, objetivas, y sus nuevos límites. Dicho
por Hegel, «la diversidad es más bien el límite de la cosa; aparece
allí donde la cosa termina o es lo que ésta no es» (32). No
es un asunto nada trivial la delimitación de cada cosa, o sea, de sus cualidades.
La diversidad aparece cuando nos aproximamos a los límites de cada cosa. Hablar
de una cosa significa hablar de sus límites, no únicamente como punto de
partida del conocimiento, sino también como objetivo, como punto de llegada.
Pero esta elaboración de los datos y
observaciones, esta elevación del conocimiento meramente sensorial al
conocimiento racional y superior, tan necesaria e imprescindible, no es lo que
hace Fritzsch. El tira de nuevo del término «energía», que si bien sirve
para designar de otra manera aquellos límites, no explica, no penetra en la
esencia del fenómeno, quedándose en lo superficial; este término es el lugar
común al que se recurre cuando no se puede plantear correctamente en toda su
riqueza, extensión y profundidad el problema considerado, o cuando simplemente
—y con gran ligereza— se le constata como un dato más de las experiencias
realizadas en el laboratorio. Ante esta dificultad, Fritzsch, al igual
que Heisenberg y otros, recurre al idealismo más ingenuo para superar
—es más correcto decir soslayar— lo que sus concepciones eclécticas le impiden
afrontar con seriedad.
Pongamos atención a las respuestas que da Fritzsch
a sus propias preguntas, y conozcamos, así, las técnicas diversionistas
propias del idealismo físico actual. Veamos: «Aquí se ven los efectos
producidos por la presencia de los pares electrón-positrón en el vacío. Supongamos
por un instante que pudiéramos introducir un electrón en el vacío desde
el exterior. Puesto que el electrón está cargado negativamente
repelerá a todos los electrones virtuales de su vecindad y atraerá a
todos los positrones. Decimos que el electrón polariza el vacío
circundante. La nube de positrones virtuales que rodea al electrón apantalla
parcialmente la carga del electrón... Los físicos llaman a un objeto así
electrón físico (¿acaso será que existen los electrones mentales?). Este
último consta de un electrón y su nube de polarización del vacío. Por
otra parte, al electrón sin su nube de polarización del vacío se le conoce como
a un electrón desnudo» (subrayado nuestro) (p. 155). Como se ve,
toda una joya.
Si fuéramos consecuentes con todo lo que ahí
se afirma tendríamos que admitir la existencia de un «vacío» lleno de pares
electrón- positrón, cosa muy difícil de concebir, a no ser que queramos
abandonar el terreno sólido de la ciencia e introducirnos en el de los misterios.
Es decir, tendríamos que admitir la existencia de un «vacío» lleno de materia.
Advirtamos que con esta mezcla ecléctica de
idealismo físico «vacío» y de materialismo mecanicista predialéctico (el
electrón «desnudo» y la «polarización del vacío»), se pretende afrontar
con éxito la dialéctica objetiva del movimiento de los electrones. Pero no será
así como se conseguirán resolver los problemas que ocasiona al pensamiento el
intrincado movimiento interno del electrón en las complejas circunstancias del
mundo físico de las partículas elementales, el hecho de que un electrón cambia,
se modifica y se transforma (de acuerdo a un proceso interno ininterrumpido) en
las condiciones exteriores creadas por los fluidos o campos de interacción de
los aceleradores de partículas (que son los que le suministran aquella
«energía» en forma de materia de los «fluidos»).
El hecho de que en esas circunstancias,
anteriormente descritas, el electrón modifique sus estados cualitativos internos,
desarrollándose (creciendo o «hinchándose») de acuerdo a leyes objetivas bien
precisas, es la razón de que en el «choque» de dichas partículas se produzcan o
generen de su seno parejas contradictorias de pares electrón-positrón.
Estas parejas de electrones se descuelgan de aquel electrón originario
durante la aproximación señalada por Fritzsch, siempre y cuando la
previa acumulación de materia de campo, en forma de materia electrónica en el
interior del nuevo electrón (en la estructura in crescendo del electrón),
supere determinados límites que las características físicas mecano-cuánticas de
los electrones permiten predecir y pueden ser expresados en términos
energéticos por determinada cantidad de electrón-voltios (eV).
¡Los contrarios se generan simultáneamente y
la contradicción ya existe desde el primer momento! Este es el enfoque correcto
que se le debe dar al ficticio problema de la «generación espontánea
de electrones y positrones del vacío», un fenómeno de generación de pares
de partículas de los propios electrones acelerados y «chocados».
Como podemos apreciar, el camino que va del
materialismo mecanicista al idealismo místico es el de la ignorancia de la
dialéctica. Veamos, para terminar, las respuestas que da Fritzsch a este
problema: «¿Cuál es, pues, el electrón auténtico, cuya existencia es la
causa de los diversos fenómenos electromagnéticos? La respuesta depende
de la situación, es decir, dela energía del proceso correspondiente...» (p.
156). Y la respuesta, que en este caso preciso no está supeditada a la
situación (pues estamos considerando las causas, no los orígenes), depende,
dice Fritzsch, «de la energía». Todo depende de la «energía»; y cuando se les
pregunta qué es esa «energía» tan extraordinaria de la que hablan, ninguno de
ellos sabe dar una respuesta coherente.
Fritzsch continúa diciendo: «En
aquellos procesos en los que la energía de los electrones es pequeña frente a
la masa del electrón, no pueden verse explícitamente los efectos de la polarización
del vacío, y en esos casos nos las tenemos que haber con el electrón físico...»
(p. 156). (En el otro caso nos la tendríamos que ver con el electrón
«desnudo»). De esta manera tan simplona explica Fritzsch la
«generación de materia del vacío». Explicación idéntica da para la
generación «no aislada» de quarks y antiquarks, a los que habría que
«meter» previamente en un «vacío» lleno de gluones y antigluones
«virtuales».
Heisenberg, como idealista honesto,
es mucho más claro que Fritzsch, de manera que lo que en Fritzsch
aparece camuflado, en Heisenberg se presenta sin ningún tapujo. Así
escribe éste: «Cuando la energía se convierte en materia —posibilidad
contemplada ya antes en la teoría de la relatividad—, la primera adopta la
forma de partículas elementales» (33). Este aforismo físico es la
clave del encubrimiento que, por medio del concepto de energía, hace el idealismo
físico de sus concepciones gnoseológicas.
Que «la energía se convierta en materia»
es una sentencia que ninguna teoría de la relatividad sostiene. Lo que sí
mantiene dicha teoría es que la masa, como cualquier otra forma de movimiento
de la materia, se transforma en otros tipos diferentes de materia, como las
partículas electromagnéticas o fotones. Y lo que también dice es que en la
primera forma (el par electrón-positrón) la energía reside principalmente en el
carácter masa de la partícula, mientras que en la segunda se halla,
principalmente, en su característica vibración electromagnética. Lo demás son
puras habladurías, pues no encontramos en la naturaleza ninguna ánima que anime
el movimiento de los objetos al modo como lo hacen las almas del animismo, ni
tampoco hallamos ninguna transfiguración o transmaterialización de ellas.
Concluyamos. La hipótesis que sostiene que al
imprimir un movimiento a un cuerpo u objeto (sea éste una partícula elemental,
una pieza mecánica o un planeta), modificamos únicamente las condiciones
exteriores —la dinámica de dicho objeto— y en ningún caso las interiores —es
decir, que el objeto permanece idéntico a sí mismo en su movimiento— está en consonancia
con la línea idealista en la física que asevera que lo verdaderamente
importante es la energía del objeto —que se puede explicar por su dinámica—,
con lo que se aparta al objeto del razonamiento quedando solamente dicha
energía. No es de extrañar, pues, que después se recurra a la «creación de
materia de la energía» o «generaciones del vacío».
De la misma manera, lo «virtual» juega en la física
un papel baladí y encubridor. Al tiempo, el subjetivo principio de «incertidumbre»
de Heinsenberg protagoniza el papel de parturienta de las más nuevas y
«geniales» elucubraciones idealistas. Todas estas concepciones tienen sus
raíces en las filosofías positivistas, machistas y humistas. Y si bien a Fritzsch
se le puede perdonar mucho, ya que se trata de un físico que hace pequeñas
incursiones en la filosofía, a Heisenberg no se le puede perdonar nada,
porque es un físico metido hasta el cuello a filósofo. Otros, como Asimov y
Ridnik, sólo merecen el repudio que tan bien se gana la frivolidad, más
cuando va acompañada de la compra de conciencia de «best sellers».
Por ese camino estaríamos (como Heisenberg)
abocados a mantener que lo realmente importante son las simetrías y las
figuras, los triángulos y los cuadrados, a los que alcanzaríamos en «la meta
del viaje» donde ya «no habrá mundo ni vida», aunque sí ideas...
J. M. Pérez Hernández
(27): F. Engels: «Dialéctica de la Naturaleza», pág. 71.
(28): F. Engels: Ídem.
(29): F. Engels: Ídem, pág. 59.
(30): H. Fritzsch: «Los quarks, la materia prima de nuestro universo»,
pág. 153 (a partir de ahora, citaremos en el texto sólo la página
correspondiente de este libro).
(31): Epicuro: Citado por Paul Nizan en: «Los materialistas de la
Antigüedad», pág. 61.
(32): G.W.F. Hegel: «Fenomenología del espíritu», pág. 8.
(33): W. Heisenberg: «Encuentros y conversaciones con Einstein y otros
ensayos», pág. 142.
No hay comentarios:
Publicar un comentario