Para hablar de «La República» considero importante exponer varios puntos:
1)
Como materialista dialéctico entiendo que no existen las ideas porque
sí sino que responden a unas relaciones de producción determinadas y por
tanto, se corresponde con dicha superestructura o bien juega un papel
progresista. De esto se debe exponer:
2) Platón pertenece al contexto del 427-347 a.C. siendo hijo de una familia aristocrática y discípulo de Sócrates;
3)
La República se escribe 389-369 a.C. y se contextualiza dentro del
marco de la derrota de Atenas y su democracia frente a la aristocracia
espartana. El modelo socioproductivo es el esclavismo.
4)
El principal argumento del libro es determinar la naturaleza de lo
justo e injusto, demostrar la necesidad de la justicia para el hombre y
el Estado y probar la inmortalidad del alma.
El libro
se subdivide en 10 apartados que profundizan en torno al argumento
principal, sin embargo, paralelamente podemos discernir en la
argumentación: «Los verdaderos filósofos son aquellos cuyo espíritu
puede alcanzar el conocimiento inmutable, y que todos los demás que
giran sin cesar en torno de mil objetos siempre mudables serán todo
menos filósofos» (Apartado sexto), este aserto expresa el profundo
idealismo y anti-materialismo. El idealismo expone que existe el
movimiento y el estado de inmutabilidad, el materialismo responde que la
materia está en constante movimiento.
Luego en lo que respecta a la teoría del conocimiento:
«Cómo
debe dividirse el mundo inteligible. [...]. En dos partes: la primera
de las que no puede alcanzar el alma sino sirviéndose de los datos del
mundo visible, que acabamos de dividir, como de otras tantas imágenes,
partiendo de ciertas hipótesis, no para remontarse al principio, sino
para descender a las conclusiones más remotas; mientras que para obtener
la segunda, va de la hipótesis hasta el principio independiente de toda
hipótesis sin hacer ningún uso de las imágennes como en el primer caso y
procediendo únicamente mediante las ideas consideradas en sí mismas»
(Apartado sexto); en el mismo apartado prosigue: «Lo que yo llamo
segunda clase de cosas inteligibles. Son las que el alma comprende
inmediatamente por medio del razonamiento, haciendo algunas hipótesis
que no considera como principios, sino como simples suposiciones, y que
le sirven de grados y de puntos de apoyo para elevarse hasta un primer
principio independiente de toda hipótesis. Se apodera de este principio,
adhiriéndose a todas las conclusiones que de él dependen, desciende
desde allí hasta la última conclusión; pero sin apoyarse en nada
sensible, sino sólo en ideas puras, po las que su demostración comienza,
procede y termina». La concepción idealista de la teoría del
conocimiento expone que el conocimiento obtenido a partir de los
sentidos (conocimiento sensible) es conocimiento en apariencia y no en
esencia. Sólo el conocimiento en esencia puede ser obtenido a través de
las ideas puras, excluyendo todo elemento sensible.
En lo que respecta a la teoría del Estado:
«El
legislador no debe proponerse por objeto la felicidad de una
determinada clase de ciudadanos con exclusión de las demás, sino la
felicidad de todos; que a este fin debe unirse a todos los ciudadanos en
los mismos intereses, comprometiéndose por medio de la persuasión o de
la autoridad a que se comuniquen unos a otros todas las ventajas que
están en posición de procurar a la comunidad; y que al formar con
cuidado semejantes ciudadanos, no pretende dejarlos libres para que
hagan de sus facultades el uso que les acomode, sino servirse de ellos
con el fin de fortificar los lazos del Estado». (Apartado séptimo). Es
importante este párrafo, pues el interclasismo en la interpretación del
Estado va de la mano de la concepción del Estado como una entidad
sometida a la moral de lo justo (La premisa es que un entidad de la
superestructura se somete a otro de la superestructura, no cambiando la
base de relaciones socioeconómicas).
Con respecto a la dialéctica:
«Esta
ciencia, completamente espiritual, puede ser representada por el órgano
de la vista que, según hemos demsotrado, se eleva gradualmente del
espectáculo de los animales al de los astros y, en fin, a la
contemplación del mismo sol. Y así, el que se dedica a la dialéctica,
renunciando en absoluto al uso de los sentidos, se eleva, sólo mediante
la razón, hasta la esencia de las cosas; y si continúa sus indagaciones
hasta que haya percibido mediante el pensamiento la esencia del bien, ha
llegado al término de los conocimientos inteligibles, así como el que
ve el sol ha llegado al término del conocimiento de las cosas visibles».
Continuando en la línea de la teoría del conocimiento, al vaciar la
dialéctica de todo contenido material (sensible), queda reducida al
idealismo, respondiendo a las ideas puras, la dialéctica socrática
recibe el nombre de mayéutica. Parte de que la verdad la puede hallar la
misma persona interpelada a través del diálogo.
«Es
difícil que la constitución de un Estado como el vuestro se altere; pero
como todo lo que nace está destinado a perecer, vuestro sistema de
gobierno no subsistirá eternamente, se disolverá algún día, y he aquí
cómo. Hay, no sólo para las plantas que nacen del seno de la tierra,
sino también para el alma y el cuerpo de los animales que viven sobre su
superficie, cambios de fertilidad y de esterilidad. Estos cambios
tienen lugar cuando cada especie termina y vuelve a comenzar su
revolución circular, la cual es más corta o más larga según que la vida
de cada especie es más larga o más corta». (Apartado octavo). Este
aserto resulta interesante: a la hora de aplicar la dialéctica, por su
carácter idealista (inmutable) el planteamiento del desarrollo es
circular (no existe un desarrollo o cambio) en vez de espiral (saltos
cualitativos).
Para finalizar: En el apartado séptimo
podemos encontrar «La alegoría de la caverna» y en el apartado noveno la
explicación de la felicidad real y la felicidad falsa y cómo va de la
mano según seas más justo o menos justo, donde el tirano es 729 menos
feliz que el Rey (entiéndase el Rey filósofo de Platón), esto es debido
a: «La felicidad del tirano tiene tres veces menos realidad que la del
oligárquico; la del oligárquico tiene tres veces menos que la del Rey.
El número nueve es un número plano, puesto que es el cuadrado de tres.
En seguida, Platón, considerando estas dos felicidades, la una real, y
la otra aparente, como dos sólidos, cuyas dimensiones todas son
proporcionales, y sus distancias de la realidad, 1 y 9, como una de sus
dimensiones, su longitud, por ejemplo, multiplica uno de estos números
dos veces por sí mismo, para tener la relación de dos sólidos, y por
este medio se encuentra la de 1 a 729. [...]. Este cálculo está fundado
sobre el teorema de geometría: los sólidos cuyas dimensiones todas son
proporcionales, están entre sí en razón triplicada o como los cubos de
una de sus dimenciones». Y en el apartado décimo, es donde se expone la
razón de porqué el alma es inmortal: resumiendo expone que el cuerpo
frente a la enfermedad (como las plantas y animales) se degrada y muere,
mientras que el alma frente a las corrupciones del alma jamás muere y
utiliza la fábula de Er el Armenio para su justificación.
Nitimur in vetitum
domingo, 29 de abril de 2018
jueves, 14 de diciembre de 2017
En la patria (Nicolás Estévanez):
La Laguna, 1893
Santa Cruz, patria querida,
consuelo del navegante,
sirena del mar Atlante
por las espumas mecida;
Bella ninfa de los mares,
paloma de la ribera
que te arrullas placentera
al son de blandos cantares;
Hermosa ciudad marina
de blancura nacarada,
entre montes reclinada
como en su concha una ondina;
Hija del Teide gigante,
la de la playa riente,
la del cielo transparente
y el piélago murmurante;
Brindas contento y amores
en tus fuentes cristalinas,
con tus rosas purpurinas,
con tu corona de flores,
Que en tu plácida ribera
se entrelaza majestuoso
el tamarindo pomposo
con la flexible palmera;
Y eres con tus pasionarias
y violetas y jazmines,
la ciudad de los jardines,
la reina de las Canarias.
Soy dichoso, patria mía,
y está colmado mi anhelo,
que vuelvo a mirar tu cielo
azul como tu bahía;
Y los sitios de la infancia
con llanto en los ojos miro,
y amorosamente aspiro
de tu ambiente la fragancia;
Y entre el mar y el firmamento
miro las embarcaciones
que desplegan sus pendones
sacudidos por el viento.
Santa Cruz, patria querida,
mi consuelo y mi esperanza,
eres puerto de bonanza
en mi borrascosa vida.
-Escrito en 1857-
martes, 12 de diciembre de 2017
Protesta (Nicolás Estévanez):
En las razas decadentes,
en las antiguas naciones,
sólo cantan los poetas
del pasado los errores.
Se entusiasman con los viejos
carcomidos torreones
de los feudales castillos
que recuerdan mil horrores;
con los ruinosos lugares
de lúgubres callejones
y con las encrucijadas
de sus ciudades informes;
con los candiles que alumbran
a cuatro santos varones
que los chicos apedrean
y la polilla se come,
y con las torpes delicias
y los negros eslabones
de las pesadas cadenas
que arrastraron sus mayores.
Y nunca la dulce liera
de celestiales acordes
con que cien vates pudieran
inmortalizar sus nombres,
ha cantado los prodigios
ni los nuevos horizontes
que ya las ciencias descubren
poniendo en manos del hombre
los espacios, los abismos,
los átomos y los orbes.
¿Por qué miran al pasado
los poetas españoles,
los inspirados artistas,
los celebrados pintores
que asombran a todo el mundo
con sus bellas creaciones?
¿Por qué lloran y suspiran
los modernos trovadores?
¿Acaso tiene el pasado
más dichas, más ilusiones,
más glorias, más esperanzas,
más bellezas, más primores,
que el presente y el futuro
de los infinitos horizontes?
¿Son tristes las nueve musas,
negros los siete colores,
y el humano pensamiento
oscuro como la noche?
Enhorabuena suspiren
y se enternezcan y lloren
porque hay sobrados vestigios
de tantos siglos de horrores;
mas no porque se derrumben
las viejas instituciones,
los templos de la ignorancia,
los altares y los dioses.
Tuviera yo la sublime
paleta de mil colores
con que otros pintan sus santos,
sus reyes, sus concepciones;
tuviera yo el arpa insigne
de los modernos cantores
que la pulsan inspirados
por rancias preocupaciones;
tuviera yo el genio ilustre
de Bellini o de Beethoven,
y asombrara al universo
y conmoviera los orbes
con cien himnos entusiastas
en mil manifestaciones
de cadencias, de armonías,
de palabras, de colores,
al porvenir de los mundos,
a la paz entre los hombres,
a la conciencia sin nubes
de los librepensadores,
a las artes, a las ciencias,
al espíritu sin noche
y a la Libertad, que brilla
con fúlgidos resplandores.
en las antiguas naciones,
sólo cantan los poetas
del pasado los errores.
Se entusiasman con los viejos
carcomidos torreones
de los feudales castillos
que recuerdan mil horrores;
con los ruinosos lugares
de lúgubres callejones
y con las encrucijadas
de sus ciudades informes;
con los candiles que alumbran
a cuatro santos varones
que los chicos apedrean
y la polilla se come,
y con las torpes delicias
y los negros eslabones
de las pesadas cadenas
que arrastraron sus mayores.
Y nunca la dulce liera
de celestiales acordes
con que cien vates pudieran
inmortalizar sus nombres,
ha cantado los prodigios
ni los nuevos horizontes
que ya las ciencias descubren
poniendo en manos del hombre
los espacios, los abismos,
los átomos y los orbes.
¿Por qué miran al pasado
los poetas españoles,
los inspirados artistas,
los celebrados pintores
que asombran a todo el mundo
con sus bellas creaciones?
¿Por qué lloran y suspiran
los modernos trovadores?
¿Acaso tiene el pasado
más dichas, más ilusiones,
más glorias, más esperanzas,
más bellezas, más primores,
que el presente y el futuro
de los infinitos horizontes?
¿Son tristes las nueve musas,
negros los siete colores,
y el humano pensamiento
oscuro como la noche?
Enhorabuena suspiren
y se enternezcan y lloren
porque hay sobrados vestigios
de tantos siglos de horrores;
mas no porque se derrumben
las viejas instituciones,
los templos de la ignorancia,
los altares y los dioses.
Tuviera yo la sublime
paleta de mil colores
con que otros pintan sus santos,
sus reyes, sus concepciones;
tuviera yo el arpa insigne
de los modernos cantores
que la pulsan inspirados
por rancias preocupaciones;
tuviera yo el genio ilustre
de Bellini o de Beethoven,
y asombrara al universo
y conmoviera los orbes
con cien himnos entusiastas
en mil manifestaciones
de cadencias, de armonías,
de palabras, de colores,
al porvenir de los mundos,
a la paz entre los hombres,
a la conciencia sin nubes
de los librepensadores,
a las artes, a las ciencias,
al espíritu sin noche
y a la Libertad, que brilla
con fúlgidos resplandores.
viernes, 14 de julio de 2017
Energía y movimiento (J. M. Pérez Hernández):
Una actitud similar a la de Bunge sobre el espacio y el tiempo la
encontramos, generalmente, respecto al significado del concepto de energía, que
algunos identifican con el movimiento. Pero la energía, si bien es un término
relacionado con el movimiento de la materia, no es el movimiento mismo. La
energía es un tipo de medida común a todas las clases de movimiento (térmico,
mecánico, eléctrico, etc.), y señala siempre la cantidad de movimiento de una
clase que se transforma en cantidad de movimiento de otra clase. La cantidad,
pero no el cómo ni su desarrollo, no el movimiento propiamente dicho. La razón estriba
en que hablar de cantidades de energía significa hablar de cantidades de
materia en determinado movimiento; y nada más. El concepto de energía es
sinónimo de movimiento sólo en la medida que expresa toda la capacidad de
autotransformación de la materia. No se puede hablar de energía sin que nos
refiramos a una determinada forma de materia (fotónica, química, gravitatoria,
etc.) en determinado movimiento cualitativo. Ahora bien, el principio universal
de la transformación de la energía nos permite hacer abstracción del tipo de movimiento
de materia implicado, pues podemos tratar indistintamente con uno u otro sin que
se altere esa cualidad. Es decir, que al hablar de energía sin referirse
expresamente a un tipo concreto de movimiento, realmente se está hablando de
las infinitas materias en movimiento y, fundamentalmente, nos referimos al
hecho concluyente y fehaciente de que, en determinadas condiciones, una se
transforma en otra en cantidades bien definidas y precisas.
Cuando analizamos el concepto de energía utilizado por machistas,
positivistas y monistas, no encontramos por ninguna parte el mínimo rastro de
materia, la más mínima huella que delate que ese concepto es, al fin y al cabo,
una abstracción hecha por el hombre de una de las cualidades más importantes de
la materia —el movimiento—, fuera de la cual no puede existir. Siendo como es
un atributo bien conocido de la materia en general, se maneja en cambio como si
tuviera una existencia objetual independiente, como si se encontrara por encima
de todas las formas de movimiento de la materia existentes. Es decir, se
considera que la energía puede existir apartada de la materia, con entidad
propia y substancia abstracta. Por esto no es de extrañar que alrededor de esta
concepción aparecen diferentes tesis y teorías extravagantes más próximas a la
teología que a la ciencia física, como por ejemplo, la «generación
espontánea de materia del vacío» o la «transformación de la masa en
energía».
Esta corriente filosófica idealista arguye que sus concepciones están
cimentadas sobre bases firmes, pues se apoyan en los últimos progresos de las
ciencias, sobre todo de la física. El energetismo ha invadido no sólo los
campos punta fundamentales (como la física de las altas energías), sino también
la mecánica cuántica y la teoría de la relatividad, así como las ciencias
aplicadas y la técnica; extiende sus tentáculos a la genética, la evolución, la
psicología y hasta las «ciencias» sociales burguesas, donde juega un papel
confrontador e incluso decisorio.
El materialismo no alberga la menor duda sobre el significado verdadero
del concepto de energía, planteándose a este respecto varias preguntas de
importancia fundamental a las que responde categóricamente. Algunas de estas
preguntas se refieren a las distintas cualidades materiales implicadas por
dicho término, a su transformación, así como al papel que realmente juega el
concepto de energía en la física. Los materialistas dialécticos Engels y,
particularmente, Lenin refutaron acertadamente el energetismo, descubriendo
las raíces gnoseológicas e ideológicas que lo sustentaban y su vínculo con el
machismo y el positivismo.
Engels, en su inacabada obra «Dialéctica de la
Naturaleza», critica de la siguiente manera el concepto de energía que
imperaba en su época: «El término 1energía' no expresa correctamente toda
la relación de movimiento, pues sólo abarca un aspecto, la acción, no la
reacción» (27). Conviene recordar que el concepto de energía que
conoció Engels estaba presidido por el concepto mecánico de energía; es
decir, por la energía cinética o energía del movimiento mecánico de los
cuerpos, si bien ya entonces el principio de la transformación de la energía comenzaba
a extenderse a toda la física y química. A continuación añadía Engels:
«Todavía hace parecer como si la ‘energía' fuese algo exterior a la
materia, algo implantado en ella» (28). Como se ve, este concepto
nace ya falseado, y esto no pasó desapercibido para Engels. Ese mismo
defecto continúa caracterizando hoy al idealismo físico, pese a que el
imperioso desarrollo de la física y el descubrimiento de nuevas formas de
«energía» han presentado infinidad de ocasiones para corregirlo.
El concepto de energía, como todos los conceptos del hombre, es un
concepto en desarrollo y, por lo tanto, limitado al proceso alcanzado por las
ciencias, al período histórico que se considere. Este concepto se enriquece en
su forma y en su contenido con los logros científicos de la humanidad. Los
nuevos avances, no sólo científicos, sino también técnicos y productivos, nos
permiten introducirnos más profundamente en las formas de materia ya conocidas,
indagar y estudiar las nuevas, contrastar prácticas y teorías diversas y profundizar
en ese concepto, enriqueciéndolo. Recordemos nada más dos hechos históricos decisivos:
la transformación del trabajo en calor y su inversa, o sea, la transformación recíproca
del movimiento mecánico y del movimiento térmico; y, en segundo lugar, ese
otro, algo más reciente, de la relación recíproca entre la masa
gravitatoria y la energía en general obtenida por Einstein en su trabajo
sobre la relatividad, tan fructífera en la física. Ambos avances teóricos
imprimieron un ritmo desconocido hasta entonces a la física y elevaron el concepto
de energía a un nivel superior, rompiendo el estrecho marco de la mecánica y vulnerando
el viejo concepto de masa.
Una cosa es cierta: no existe la energía sin materia, de la misma manera
que no existe la materia sin energía. Esta unidad de materia y energía es la
expresión física más próxima al principio materialista y dialéctico de la
infinitud y eternidad del universo en movimiento, de la transformación eterna
del mundo.
Actualmente se acostumbra a caracterizar a las partículas —además de por
otras cualidades o parámetros innatas a ellas, como masa, carga electrónica o
espín— por su energía. Por ejemplo, en los aceleradores de partículas (esas
«pirámides modernas», como algunos los califican) se pueden acelerar los
electrones hasta velocidades muy próximas a la de la luz y conseguir que su
energía sea de, digamos, 20.000 MeV —20 gigaelectronvoltios— con lo que,
conforme con la teoría de la relatividad adquieren una masa gravitatoria
próxima a las 40.000 masas electrónicas en «reposo». ¿Significa esto que este
poderoso movimiento tabulado en 20 GeV no ha modificado para nada el electrón,
a no ser en que su velocidad sea próxima a la de la luz y su energía la
señalada? De ninguna manera. Esa cantidad extraordinaria de masa gravitatoria
del electrón «relativista» —extraordinaria si la comparamos con el electrón en
«reposo»— pone de relieve, a primera vista, que ese electrón ya no es el mismo
que cuando estaba en «reposo». El electrón ha sufrido un número indeterminado
de transformaciones y cambios interiores desde que fue extraído del átomo hasta
que se le dotó de esa velocidad casi luminosa. Una de las características más
señaladas de este proceso consiste en que aquella prodigiosa cantidad de
materia gravitatoria está «depositada» en el nuevo electrón con un orden y
una organización que únicamente el posterior avance de la ciencia podrá
aclarar. Pero ¿de dónde extrajo ese electrón nuevo esa cantidad extraordinaria
de materia? Sólo del acelerador puede sacarla, pues éste está dispuesto para
suministrar esa energía, que no es sino la materia de interacción de los potentes
fluidos materiales de los campos eléctricos y magnéticos que contiene dicha máquina.
En la contradicción que se crea entre esos electrones y los fluidos de
interacción de la máquina, aquéllos adquieren velocidades luminosas únicamente
a costa de modificarse interiormente, asimilando o absorbiendo de
manera progresiva parte de la materia de interacción de los fluidos de los
campos electromagnéticos. Aquí vemos cómo una mera partícula en movimiento
entraña una contradicción, en apariencia la más elemental de las contradicciones,
pero de ninguna manera se trata de algo tan sencillo como pretende la teoría especial
de la relatividad, ni tan inocente como muchos idealistas físicos «partidarios»
de tal teoría —sean divulgadores o no— propalan. Engels conocía bastante
las ciencias de su tiempo, especialmente la química y la física y en todo caso
lo suficiente para destacar ya entonces lo que ciertas miopías no pueden —a su
pesar— descubrir hoy en las ciencias modernas. Para Engels «En la
naturaleza, todas las diferencias cualitativas se basan en diferencias
de composición química, o en distintas cantidades o formas de movimiento
(energía), o, como casi siempre sucede, en ambas a la vez»; o sea, en
cantidades o formas de movimiento. Aquí, la cuestión aritmética está
presente tanto en unas como en otras. «Por lo tanto —prosigue Engels— es
imposible modificar la calidad de un cuerpo sin adición o sustracción de
materia o movimiento, es decir, sin alteración cuantitativa del cuerpo
que se trata» (29).
Como vemos, para un dialéctico en todo cambio están implicadas la adición
o sustracción de materia o movimiento —o «ambas a la vez»— puesto que,
al fin y a la postre, no existe materia carente de movimiento ni movimiento
carente de materia, ya que cuando sumamos materia estamos sumando
simultáneamente movimiento de cierta calidad y cualidad. Cuando consideramos un
proceso en desarrollo, existen sin interrupción algunos cambios cuantitativos,
a la vez que gran cantidad de cambios cualitativos parciales. Esto es
innegable.
No podemos evitar la tentación de indagar, en la medida de nuestras
limitadas posibilidades, el porqué de las disquisiciones que llevan a
científicos como Fritzsch o Heisenberg a pasar de un espacio
vacío a otro tan lleno y complicado que es capaz de generar pares
electrón-positrón del «vacío». Esas ideas místicas están muy unidas a la de
energía «desmaterializada» y, como no podía ser menos, el principio de
«incertidumbre» de Heinsenberg que ocupa, en el ranking heurístico de
las teorías del conocimiento, un lugar de honor.
Pero mejor sigamos, de la mano de Fritzsch, el camino que nos
lleva desde la «incertidumbre» o «indeterminación» hasta el País de Alicia:
hasta el paraíso de la creación de materia de la nada (o del vacío, que para el
caso es lo mismo). ¡Duros trabajos nos esperan!
«Según las relaciones de incertidumbre de la mecánica cuántica —dice Fritzsch—, cuya significación fue reconocida por primera vez en
los años veinte por W. Heisenberg, el impulso o la energía de la partícula sólo
puede medirse con gran precisión si se dispone de mucho espacio o de mucho
tiempo para ello. Pero si queremos estudiar la estructura de un
objeto a muy pequeñas distancias, pongamos por caso distancias menores que 10~12
cm., no es posible determinar con gran precisión su impulso o energía. Al
contrario, la incertidumbre de los impulsos de las partículas es considerable.
«En la electrodinámica —continúa— ocurre
algo muy peculiar si la incertidumbre en la energía es mayor que el doble de la
masa de un electrón (esto sucede aproximadamente a 10~n cm.). En
este caso puede crearse una pareja de partículas formadas por un electrón y un positrón.
Esta pareja es creada simplemente del vacío, y puede desaparecer
de la misma forma al aniquilarse mutuamente el electrón y el positrón. Ahora
bien, esta aniquilación puede evitarse aportando desde fuera suficiente
energía. Cuando la energía que se aporta desde el exterior es mayor que la masa
total de la pareja electrón-positrón. estas partículas pueden ser creadas como
partículas reales, sin que por ello se viole la ley de conservación de la
energía. Sin dicho aporte de energía el sistema electrón-positrón no podría
existir como una pareja de partículas reales; tendría que existir como una
pareja de partículas virtuales. El vacío está lleno de
muchas —para ser más exacto, infinitas— parejas virtuales electrón- positrón.
Estas pueden modificar la física a distancias muy pequeñas, pero no juegan
papel alguno en la física macroscópica» (subrayados nuestros) (30).
Hasta aquí, Fritzsch. Hagamos ahora por
nuestra parte un par de preguntas antes de continuar. Primera: ¿Existe la
materia independientemente de nuestra voluntad, de nuestros principios y leyes,
sí o no? Y segunda: ¿Se generan los contrarios a la vez, existen los contrarios
y por tanto la contradicción desde el principio, sí o no?
Lenin, polemizando con los
positivistas de su tiempo, gustaba repetir la primera pregunta para delimitar
el campo del idealismo, la especulación gratuita, el oscurantismo y la
sofistería del terreno sólido y objetivo del materialismo y la dialéctica. Su
conocida obra «Materialismo y empiriocriticismo» está llena de
ejemplos así. Nosotros la repetimos aquí, porque sin dar una respuesta clara a
este crucial problema de la teoría del conocimiento no podremos orientarnos
certeramente por los tortuosos caminos de las ciencias.
Veamos: la cuestión en el candelero es, según
el mismo Fritzsch plantea, «estudiar la estructura de un objeto
pequeño a muy pequeñas distancias». Se trata pues de un problema fundamentalmente
teórico donde se hace uso del confuso principio de W. Heisenberg para
«iluminarnos». De esta manera, y por medio de este «principio», encontramos
que cuanto más pequeña sea la distancia que estudiamos tanto mayor sería
«la incertidumbre en la energía» ya que, sobrepasados ciertos
límites, «puede crearse una pareja de partículas», «simplemente del vacío». Es
cierto, según nos advierte Fritzsch, que no se viola «la ley de la
conservación de la energía» (ley que en su forma «desmaterializada» tanto
se cuida de mimar), pero qué duda cabe que sí se viola flagrantemente
una de las leyes más fundamentales del materialismo y de todas las
ciencias naturales: La materia no se puede crear de la nada o, como
dijera Epicuro, «nada nace del no-ser» (31). Este «detalle»
parece haberlo perdido de vista el señor Fritzsch.
No se viola el «principio de transformación de la energía», entre
otras cosas, porque al concepto de energía se le ha vaciado de materia, perdiendo
así su auténtico contenido. Pero sí se viola el verdadero principio de la
transformación de la energía, pues la energía es una cualidad de la materia,
sin la cual aquélla no existe. Del vacío, de la nada, no se puede extraer
energía.
Este es un viejo y conocido truco: primero abstraemos, con el
pensamiento, determinadas cualidades de la materia percibida por nuestros
sentidos para, a continuación, hacer creer que estas abstracciones existen en
la realidad por sí solas e individualizadas, desprovistas de las cualidades
materiales que están en el origen de aquellas abstracciones. Estas serían una «materia»
especial insustancial, es decir, puro producto del pensamiento humano, tal como
el principio de «incertidumbre» y otras «leyes» físicas salidas de la idealista
escuela de Copenhague.
Hubiera resultado más fácil, e incluso menos peligroso para Fritzsch, suponer
que esas parejas electrón-positrón ya existen a su modo en el interior
del electrón relativista, y que en las circunstancias del choque se crean las
condiciones para su aparición independiente, evitando así la formulación de que
son simplemente creadas del vacío. Incluso se puede añadir, que la aceleración
de los electrones resuelve su contradicción creando parejas eléctricamente
contrarias de partículas que se «adosan» a su estructura originaria, etcétera.
La segunda cuestión que planteamos es, sin embargo, más propia del
materialismo dialéctico contemporáneo que de cualquier otra filosofía; nada
extraño si tenemos en cuenta las filosofías de moda: la contradicción, ¿existe
ya desde el momento en que se crea una cosa o, por el contrario, aparece en un
momento dado de su desarrollo?
El marxismo ha debatido con suficiente amplitud en diferentes momentos de
su historia este importantísimo problema dialéctico. Son conocidos los debates
sostenidos en la URSS en los años treinta, donde salieron derrotadas las
concepciones de Deborin, o en la RPCh en los años 60, donde ocurrió algo
similar con las concepciones de Yang Hsien-Tchen. Por otra parte, traemos
de nuevo a debate esta cuestión para, a la luz de los resultados experimentales
de la «generación espontánea de pares electrón-positrón del vacío», sacar
las debidas conclusiones y poder comprobar si esa generación del vacío es real
o bien, si no es así, qué es lo que realmente sucede en el mundo de las partículas.
«Las parejas electrón-positrón virtuales del vacío —prosigue Fritzsch— influyen sobre la estructura del electrón.
Supongamos que medimos la carga eléctrica de un electrón en el laboratorio.
Esto podemos hacerlo observando, por ejemplo, la dispersión de dos electrones. Ambos
electrones se repelen mutualmente. Según la ley de Coulomb, la fuerza repulsiva
entre ellos es proporcional al cuadrado de la carga eléctrica de los electrones
(Fritzsch, contra Khun, no teme que esta ley no sea objetiva). Normalmente,
en el proceso de dispersión ambos electrones no se acercan demasiado el uno al
otro. La distancia entre ambos electrones es típicamente mayor que la distancia
crítica de 10~11 cm., citada más arriba. En este caso, la fuerza
entre dos electrones viene descrita muy exactamente por la ley de Coulomb»
(subrayado nuestro) (p. 154). Es decir, en primer lugar, cosa inaudita,
se admite —como venimos observando— que el electrón posea estructura,
aunque más adelante se niegue, en vez de incidir en esta línea de
pensamiento; y en segundo lugar, de acuerdo con las observaciones experimentales
de dispersión de electrones y para separaciones entre ellos superiores a 10-11
cm. se cumple la ley de Coulomb y los electrones «no se acercan
demasiado el uno al otro».
Bien, sentado esto, veamos, en propias
palabras de Fritzsch, cómo esta situación cambia repentinamente: «¿Qué
sucede cuando intentamos medir la fuerza entre dos electrones a distancias
mucho menores que l0~11 cm. (esto se consigue aumentando
convenientemente la energía de los electrones dispersados)? En este caso
descubrimos que la ley de fuerza coulombiana ya no es válida cuando
ambos electrones se acercan a distancias menores de 10~n cm.
Observamos que las fuerzas entre los electrones son algo mayores que las
fuerzas que cabrían esperar según la ley de Coulomb. ¿Cómo se puede
entender este efecto?» (p. 154).
No recelamos lo más mínimo de las
observaciones practicadas por Fritzsch y sus colegas en este asunto ni
nos sorprende ese límite espacial, sobrepasado el cual ya no tiene
validez absoluta la ley de Coulomb. Para la dialéctica, las leyes
físicas, y por lo tanto también la verdad, tienen unos límites, es decir, son
válidas en determinadas condiciones. Desde el momento en que sobrepasemos esos
límites (se hayan creado otras condiciones), las antiguas leyes físicas ya no
tienen validez, con lo que la verdad se troca en falsedad. Este es un principio
universal válido para todas las leyes y verdades del mundo, salvo quizá —como
al mismo Engels le gustaba decir— para el movimiento, pues, aun pese a
las condiciones más inconcebibles, aunque factibles, la materia es impensable
sin movimiento, sea éste del tipo que fuere.
Lo que realmente sucede en las nuevas
condiciones creadas es que se da un salto, surge o aparece una nueva cualidad,
anteriormente desconocida, pero irrefutablemente objetiva. Al científico le
corresponde estudiar, aclarar y comprobar en qué consiste esa nueva cualidad, o
tipo de movimiento, sus leyes propias, objetivas, y sus nuevos límites. Dicho
por Hegel, «la diversidad es más bien el límite de la cosa; aparece
allí donde la cosa termina o es lo que ésta no es» (32). No
es un asunto nada trivial la delimitación de cada cosa, o sea, de sus cualidades.
La diversidad aparece cuando nos aproximamos a los límites de cada cosa. Hablar
de una cosa significa hablar de sus límites, no únicamente como punto de
partida del conocimiento, sino también como objetivo, como punto de llegada.
Pero esta elaboración de los datos y
observaciones, esta elevación del conocimiento meramente sensorial al
conocimiento racional y superior, tan necesaria e imprescindible, no es lo que
hace Fritzsch. El tira de nuevo del término «energía», que si bien sirve
para designar de otra manera aquellos límites, no explica, no penetra en la
esencia del fenómeno, quedándose en lo superficial; este término es el lugar
común al que se recurre cuando no se puede plantear correctamente en toda su
riqueza, extensión y profundidad el problema considerado, o cuando simplemente
—y con gran ligereza— se le constata como un dato más de las experiencias
realizadas en el laboratorio. Ante esta dificultad, Fritzsch, al igual
que Heisenberg y otros, recurre al idealismo más ingenuo para superar
—es más correcto decir soslayar— lo que sus concepciones eclécticas le impiden
afrontar con seriedad.
Pongamos atención a las respuestas que da Fritzsch
a sus propias preguntas, y conozcamos, así, las técnicas diversionistas
propias del idealismo físico actual. Veamos: «Aquí se ven los efectos
producidos por la presencia de los pares electrón-positrón en el vacío. Supongamos
por un instante que pudiéramos introducir un electrón en el vacío desde
el exterior. Puesto que el electrón está cargado negativamente
repelerá a todos los electrones virtuales de su vecindad y atraerá a
todos los positrones. Decimos que el electrón polariza el vacío
circundante. La nube de positrones virtuales que rodea al electrón apantalla
parcialmente la carga del electrón... Los físicos llaman a un objeto así
electrón físico (¿acaso será que existen los electrones mentales?). Este
último consta de un electrón y su nube de polarización del vacío. Por
otra parte, al electrón sin su nube de polarización del vacío se le conoce como
a un electrón desnudo» (subrayado nuestro) (p. 155). Como se ve,
toda una joya.
Si fuéramos consecuentes con todo lo que ahí
se afirma tendríamos que admitir la existencia de un «vacío» lleno de pares
electrón- positrón, cosa muy difícil de concebir, a no ser que queramos
abandonar el terreno sólido de la ciencia e introducirnos en el de los misterios.
Es decir, tendríamos que admitir la existencia de un «vacío» lleno de materia.
Advirtamos que con esta mezcla ecléctica de
idealismo físico «vacío» y de materialismo mecanicista predialéctico (el
electrón «desnudo» y la «polarización del vacío»), se pretende afrontar
con éxito la dialéctica objetiva del movimiento de los electrones. Pero no será
así como se conseguirán resolver los problemas que ocasiona al pensamiento el
intrincado movimiento interno del electrón en las complejas circunstancias del
mundo físico de las partículas elementales, el hecho de que un electrón cambia,
se modifica y se transforma (de acuerdo a un proceso interno ininterrumpido) en
las condiciones exteriores creadas por los fluidos o campos de interacción de
los aceleradores de partículas (que son los que le suministran aquella
«energía» en forma de materia de los «fluidos»).
El hecho de que en esas circunstancias,
anteriormente descritas, el electrón modifique sus estados cualitativos internos,
desarrollándose (creciendo o «hinchándose») de acuerdo a leyes objetivas bien
precisas, es la razón de que en el «choque» de dichas partículas se produzcan o
generen de su seno parejas contradictorias de pares electrón-positrón.
Estas parejas de electrones se descuelgan de aquel electrón originario
durante la aproximación señalada por Fritzsch, siempre y cuando la
previa acumulación de materia de campo, en forma de materia electrónica en el
interior del nuevo electrón (en la estructura in crescendo del electrón),
supere determinados límites que las características físicas mecano-cuánticas de
los electrones permiten predecir y pueden ser expresados en términos
energéticos por determinada cantidad de electrón-voltios (eV).
¡Los contrarios se generan simultáneamente y
la contradicción ya existe desde el primer momento! Este es el enfoque correcto
que se le debe dar al ficticio problema de la «generación espontánea
de electrones y positrones del vacío», un fenómeno de generación de pares
de partículas de los propios electrones acelerados y «chocados».
Como podemos apreciar, el camino que va del
materialismo mecanicista al idealismo místico es el de la ignorancia de la
dialéctica. Veamos, para terminar, las respuestas que da Fritzsch a este
problema: «¿Cuál es, pues, el electrón auténtico, cuya existencia es la
causa de los diversos fenómenos electromagnéticos? La respuesta depende
de la situación, es decir, dela energía del proceso correspondiente...» (p.
156). Y la respuesta, que en este caso preciso no está supeditada a la
situación (pues estamos considerando las causas, no los orígenes), depende,
dice Fritzsch, «de la energía». Todo depende de la «energía»; y cuando se les
pregunta qué es esa «energía» tan extraordinaria de la que hablan, ninguno de
ellos sabe dar una respuesta coherente.
Fritzsch continúa diciendo: «En
aquellos procesos en los que la energía de los electrones es pequeña frente a
la masa del electrón, no pueden verse explícitamente los efectos de la polarización
del vacío, y en esos casos nos las tenemos que haber con el electrón físico...»
(p. 156). (En el otro caso nos la tendríamos que ver con el electrón
«desnudo»). De esta manera tan simplona explica Fritzsch la
«generación de materia del vacío». Explicación idéntica da para la
generación «no aislada» de quarks y antiquarks, a los que habría que
«meter» previamente en un «vacío» lleno de gluones y antigluones
«virtuales».
Heisenberg, como idealista honesto,
es mucho más claro que Fritzsch, de manera que lo que en Fritzsch
aparece camuflado, en Heisenberg se presenta sin ningún tapujo. Así
escribe éste: «Cuando la energía se convierte en materia —posibilidad
contemplada ya antes en la teoría de la relatividad—, la primera adopta la
forma de partículas elementales» (33). Este aforismo físico es la
clave del encubrimiento que, por medio del concepto de energía, hace el idealismo
físico de sus concepciones gnoseológicas.
Que «la energía se convierta en materia»
es una sentencia que ninguna teoría de la relatividad sostiene. Lo que sí
mantiene dicha teoría es que la masa, como cualquier otra forma de movimiento
de la materia, se transforma en otros tipos diferentes de materia, como las
partículas electromagnéticas o fotones. Y lo que también dice es que en la
primera forma (el par electrón-positrón) la energía reside principalmente en el
carácter masa de la partícula, mientras que en la segunda se halla,
principalmente, en su característica vibración electromagnética. Lo demás son
puras habladurías, pues no encontramos en la naturaleza ninguna ánima que anime
el movimiento de los objetos al modo como lo hacen las almas del animismo, ni
tampoco hallamos ninguna transfiguración o transmaterialización de ellas.
Concluyamos. La hipótesis que sostiene que al
imprimir un movimiento a un cuerpo u objeto (sea éste una partícula elemental,
una pieza mecánica o un planeta), modificamos únicamente las condiciones
exteriores —la dinámica de dicho objeto— y en ningún caso las interiores —es
decir, que el objeto permanece idéntico a sí mismo en su movimiento— está en consonancia
con la línea idealista en la física que asevera que lo verdaderamente
importante es la energía del objeto —que se puede explicar por su dinámica—,
con lo que se aparta al objeto del razonamiento quedando solamente dicha
energía. No es de extrañar, pues, que después se recurra a la «creación de
materia de la energía» o «generaciones del vacío».
De la misma manera, lo «virtual» juega en la física
un papel baladí y encubridor. Al tiempo, el subjetivo principio de «incertidumbre»
de Heinsenberg protagoniza el papel de parturienta de las más nuevas y
«geniales» elucubraciones idealistas. Todas estas concepciones tienen sus
raíces en las filosofías positivistas, machistas y humistas. Y si bien a Fritzsch
se le puede perdonar mucho, ya que se trata de un físico que hace pequeñas
incursiones en la filosofía, a Heisenberg no se le puede perdonar nada,
porque es un físico metido hasta el cuello a filósofo. Otros, como Asimov y
Ridnik, sólo merecen el repudio que tan bien se gana la frivolidad, más
cuando va acompañada de la compra de conciencia de «best sellers».
Por ese camino estaríamos (como Heisenberg)
abocados a mantener que lo realmente importante son las simetrías y las
figuras, los triángulos y los cuadrados, a los que alcanzaríamos en «la meta
del viaje» donde ya «no habrá mundo ni vida», aunque sí ideas...
J. M. Pérez Hernández
(27): F. Engels: «Dialéctica de la Naturaleza», pág. 71.
(28): F. Engels: Ídem.
(29): F. Engels: Ídem, pág. 59.
(30): H. Fritzsch: «Los quarks, la materia prima de nuestro universo»,
pág. 153 (a partir de ahora, citaremos en el texto sólo la página
correspondiente de este libro).
(31): Epicuro: Citado por Paul Nizan en: «Los materialistas de la
Antigüedad», pág. 61.
(32): G.W.F. Hegel: «Fenomenología del espíritu», pág. 8.
(33): W. Heisenberg: «Encuentros y conversaciones con Einstein y otros
ensayos», pág. 142.
lunes, 3 de julio de 2017
Anarquismo o socialismo (Parte 1): Joseph Stalin
Antecedentes
históricos del documento de Stalin:
«A fines de 1905
y comienzos de 1906, en Georgia, un grupo de anarquistas dirigido por un
conocido anarquista, discípulo de Kropotkin, V. Cherkezishvili y sus secuaces
Mijazo Tsereteli (Bâton), Shalva Goguelia (Sh. G.) y otros, sostuvo una
encarnizada campaña contra los socialdemócratas. El grupo editaba en Tiflis los
periódicos «Nobati», «Musha» y otros. Los anarquistas carecían en absoluto de
base entre el proletariado, pero consiguieron algunos éxitos entre los
elementos desclasados y pequeñoburgueses. J. V. Stalin escribió contra los
anarquistas una serie de artículos bajo el título general de «¿Anarquismo o
socialismo?». Los primeros cuatro artículos aparecieron en el periódico «Arjali
Tsjovreba» en junio-julio de 1906. La publicación de los artículos siguientes
fue interrumpida, ya que las autoridades clausuraron el periódico. En diciembre
de 1906 y el 1 de enero de 1907, los artículos que habían sido publicaos en
«Arjali Tsjovrena» fueron reproducidos en el periódico «Arjali Droeba», aunque
un tanto modificados. La redacción del periódico adjuntó a estos artículos la
siguiente nota: «Recientemente el Sindicato de Empleados se dirigió a nosotros
con la propuesta de que publicáramos artículos sobre el anarquismo, el
socialismo y otras cuestiones semejantes (v. «Arjali Droeba», núm. 3). El mismo
deseo ha sido manifestado por otros camaradas. Con satisfacción accedemos a
estos deseos y publicamos dichos artículos. Por lo que se refiere a los
artículos mismos, consideramos necesario recordar que parte de ellos han sido
publicados ya en una ocasión en la prensa georgiana (por causas ajenas a la
voluntad del autor, los artículos no fueron terminados). A pesar de ello, hemos
considerado necesario publicar en su integridad estos artículos y hemos
propuesto al autor que los reelaborase, presentándolos en un lenguaje accesible
a todos, lo que ha hecho gustosamente». Así surgieron las dos variantes de las
primeras cuatro partes del trabajo «¿Anarquismo o socialismo?». Su continuación
apareció en los periódicos «Chveni Tsjovreba», en febrero de 1907, y «Dro», en
abril de 1907. La primera variante de los artículos «¿Anarquismo o
socialismo?», publicada en «Ajali Tsjovreba», se incluye como apéndice del
presente tomo.»
El eje de la
vida social moderna es la lucha de clases. Y en el curso de esta lucha cada
clase se rige por su ideología. La burguesía tiene su propia ideología: el
llamado liberalismo. El proletariado también tiene su propia ideología:
es, como se sabe, el socialismo.
No se puede
considerar el liberalismo como un todo único e indiviso: se subdivide en
diferentes tendencias, correspondientes a las diferentes capas de la burguesía.
Tampoco el
socialismo es único e indiviso: en él se dan asimismo diferentes tendencias.
No vamos a
ocuparnos aquí del análisis del liberalismo: mejor es dejarlo para otro
momento. Queremos dar a conocer al lector sólo el socialismo y sus corrientes.
En nuestra opinión, esto tendrá más interés.
El socialismo se
divide en tres corrientes principales: el reformismo, el anarquismo y
el marxismo.
El reformismo
(Bernstein y otros), que considera el socialismo como un objetivo lejano y nada
más; el reformismo, que de hecho niega la revolución socialista y trata de instaurar
el socialismo por vía pacífica; el reformismo, que no preconiza la lucha de clases,
sino su colaboración; este reformismo se descompone de día en día, pierde de
día en día todos los rasgos del socialismo, y, en nuestra opinión, no hay
ninguna necesidad de analizarlo aquí, en estos artículos, al definir el
socialismo.
Otra cosa
completamente distinta ocurre con el marxismo y el anarquismo: ambos son
reconocidos en la actualidad como corrientes socialistas, ambos sostienen una
lucha encarnizada entre sí, ambos tratan de presentarse a los ojos del
proletariado como doctrinas auténticamente socialistas, y, claro está, el
examen y la contraposición de los mismos será para el lector mucho más
interesante.
No somos de
aquellos que, al oír mencionar la palabra «anarquismo», se vuelven con
desprecio y exclaman displicentes: «¡Ganas tenéis de ocuparos de eso; ni
siquiera vale la pena hablar de ello!». Consideramos que esta «crítica» barata
es tan indigna como inútil.
No somos tampoco
de los que se consuelan diciendo que los anarquistas «no cuentan con masas y
por eso no son muy peligrosos». La cuestión no está en saber a quién siguen hoy
«masas» mayores o menores; la cuestión está en la existencia de la doctrina. Si
la «doctrina» de los anarquistas expresa la verdad, entonces de por sí se comprende
que se abrirá paso indefectiblemente y agrupará en torno suyo a la masa. Pero
si dicha doctrina es inconsistente y se halla edificada sobre una base falsa,
no subsistirá largo tiempo y quedará en el aire. Ahora bien, la inconsistencia
del anarquismo debe ser demostrada.
Algunos
consideran que el marxismo y el anarquismo tienen los mismos principios, que
entre ambos existen sólo discrepancias tácticas, de modo que, según esa opinión,
es completamente imposible contraponer estas dos corrientes.
Pero eso es un
gran error.
Nosotros
consideramos que los anarquistas son verdaderos enemigos del marxismo. Por
consiguiente, reconocemos que contra los verdaderos enemigos hay que sostener
una lucha también verdadera. Y por eso es necesario analizar la «doctrina» de los
anarquistas desde el comienzo hasta el fin y sopesarla concienzudamente en
todos sus aspectos.
El hecho es que
el marxismo y el anarquismo se basan en principios completamente distintos, a
pesar de que ambos salen a la palestra bajo la bandera socialista. La piedra
angular del anarquismo es el individuo, cuya emancipación es, a juicio
de los anarquistas, la condición principal de la emancipación de la masa, de la
colectividad. A juicio del anarquismo, la emancipación de la masa es imposible
hasta que se emancipe el individuo, debido a lo cual su consigna es: «Todo para
el individuo». En cambio, la piedra angular del marxismo es la masa,
cuya emancipación es, a juicio de él, la condición principal de la emancipación
del individuo. Es decir, a juicio del marxismo, la emancipación del individuo
es imposible hasta que se emancipe la masa, debido a lo cual su consigna es:
«Todo para la masa».
Es claro que
aquí tenemos dos principios que se excluyen mutuamente, y no sólo discrepancias
tácticas.
La finalidad de
nuestros artículos es confrontar estos dos principios opuestos, comparar el
marxismo y el anarquismo y esclarecer así sus virtudes y defectos. Además, consideramos
necesario dar a conocer aquí al lector el plan de los artículos.
Comenzaremos
trazando la característica del marxismo, nos referiremos de pasada a las
opiniones de los anarquistas sobre el marxismo, y después pasaremos a hacer la
crítica del propio anarquismo. A saber: expondremos el método dialéctico, las opiniones
de los anarquistas acerca de este método y nuestra crítica; la teoría materialista,
las opiniones de los anarquistas y nuestra crítica (en ese mismo lugar se hablará
de la revolución socialista, de la dictadura socialista, del programa mínimo y,
en general, de la táctica); la filosofía de los anarquistas y nuestra crítica;
la táctica y la organización de los anarquistas, y a título de conclusión
formularemos nuestras deducciones.
Trataremos de
demostrar que los anarquistas, como propugnadores de un socialismo de pequeñas
comunidades, no son auténticos socialistas.
Trataremos
también de demostrar que los anarquistas, por cuanto niegan la dictadura del
proletariado, tampoco son auténticos revolucionarios...
Así, pues, manos
a la obra.
I
EL
MÉTODO DIALÉCTICO
En el mundo todo
está en movimiento... Cambia la vida, crecen las fuerzas productivas, se
desmoronan las viejas relaciones sociales... (C. Marx)
El marxismo no es sólo la teoría del socialismo. Es una concepción
integral del mundo, un sistema filosófico del cual se desprende lógicamente el
socialismo proletario de Marx. Este sistema filosófico se llama materialismo
dialéctico.
Por eso, exponer el marxismo significa exponer a la vez el materialismo
dialéctico.
¿Por qué se
llama este sistema materialismo dialéctico?
Porque su método
es dialéctico, y su teoría, materialista.
¿Qué es el
método dialéctico?
Se dice que la vida social se encuentra en estado de incesante
movimiento y desarrollo. Y esto es cierto: la vida no puede ser considerada
como algo estático e inmutable; la vida nunca se detiene a un mismo nivel, se
halla en eterno movimiento, en eterno proceso de destrucción y de creación. Por
eso, en la vida siempre existe lo nuevo y lo viejo, lo que crece
y lo que muere, lo revolucionario y lo contrarrevolucionario.
El método dialéctico dice que hay que considerar la vida precisamente
tal y como es en realidad. Hemos visto que la vida se encuentra en incesante
movimiento; por tanto, debemos examinar la vida en su movimiento y preguntar:
¿hacia dónde marcha la vida? Hemos visto que la vida ofrece un cuadro de
constante destrucción y creación; por tanto es deber nuestro examinar la vida
en su destrucción y creación y preguntar: ¿qué es lo que se destruye y qué es
lo que se crea en la vida?
Lo que en la vida nace y de día en día crece, es invencible; detener su
movimiento hacia delante es imposible. Es decir, si, por ejemplo, en la vida
nace el proletariado como clase y crece de día en día, por débil y poco
numeroso que sea hoy, al fin y al cabo ha de vencer. ¿Por qué? Porque
crece, cobra vigor y marcha adelante. Por el contrario, lo que en la vida
envejece y camina hacia la tumba, ha de ser inevitablemente derrotado, aunque hoy
represente una fuerza poderosa. Es decir, si, por ejemplo, la burguesía
pisa un terreno cada vez menos firme y retrocede de día en día, por fuerte y
numerosa que sea hoy, ha de ser, al fin y al cabo, derrotada. ¿Por qué? Porque
como clase se descompone, se debilita, envejece y se convierte en una carga superflua
en la vida.
De aquí surgió el conocido planteamiento dialéctico de que todo lo que realmente
existe, es decir, todo lo que crece de día en día es racional, y todo lo que de
día en día se descompone es irracional y, por lo tanto, no ha de evitar la
derrota.
Ejemplo. Por los años 80 del siglo pasado, entre los intelectuales
revolucionarios rusos se suscitó una gran polémica. Los populistas sostenían
que la fuerza principal capaz de encargarse de la «emancipación de Rusia» era
la pequeña burguesía del campo y de la ciudad. ¿Por qué?, les preguntaban los
marxistas. Porque, decían los populistas, la pequeña burguesía del campo y de
la ciudad constituye ahora la mayoría, y, además, es pobre y vive en la
miseria.
Los marxistas replicaban: es cierto que la pequeña burguesía del campo
y de la ciudad constituye ahora la mayoría y realmente es pobre, pero ¿se trata
acaso de esto? Hace ya mucho tiempo que la pequeña burguesía constituye la
mayoría, pero hasta ahora no ha manifestado, sin la ayuda del proletariado,
ninguna iniciativa en la lucha por la «libertad». ¿Por qué? Porque la pequeña
burguesía, como clase, no crece; al contrario, se descompone de día en día y se
divide en burgueses y proletarios. Por otra parte, tampoco la pobreza tiene
aquí, naturalmente, una importancia decisiva: los «vagabundos» son más pobres
que la pequeña burguesía, pero nadie afirmará que pueden encargarse de la
«emancipación de Rusia».
Como veis, la cuestión no estriba en saber qué clase constituye hoy la
mayoría o qué clase es más pobre, sino en saber cuál es la clase que cobra
vigor y cuál la que se descompone.
Y puesto que el proletariado es la única clase que crece y cobra vigor
sin cesar, la única que impulsa adelante la vida social y agrupa en torno suyo
a todos los elementos revolucionarios, nuestro deber es, por lo tanto,
reconocerlo como la fuerza principal en el movimiento contemporáneo, formar en
sus filas y hacer nuestras sus aspiraciones avanzadas.
Así respondían los marxistas.
Evidentemente, los marxistas consideraban la vida de un modo
dialéctico, mientras que los populistas razonaban de un modo metafísico, ya que
se imaginaban la vida social inmóvil en un punto.
Así considera el método dialéctico el desarrollo de la vida.
Sin embargo, hay movimiento y movimiento. Hubo movimiento de la vida
social durante las «jornadas de diciembre», cuando el proletariado, enderezando
sus espaldas, asaltó los depósitos de armas y se lanzó al ataque contra la
reacción. Pero asimismo hay que calificar de movimiento social el movimiento de
los años precedentes, cuando el proletariado, en las condiciones del desarrollo
«pacífico», se limitaba a declarar huelgas parciales y a fundar pequeños
sindicatos.
Es evidente que el movimiento reviste distintas formas.
Pues bien, el método dialéctico afirma que el movimiento tiene doble
forma: evolutiva y revolucionaria.
El movimiento es evolutivo cuando los elementos progresivos continúan espontáneamente
su labor cotidiana e introducen en el viejo régimen pequeños cambios, modificaciones
cuantitativas.
El movimiento es revolucionario cuando esos mismos elementos se unen,
se penetran de una misma idea y se precipitan contra el campo enemigo, para
destruir de raíz el viejo régimen e introducir en la vida cambios cualitativos,
instaurando un nuevo régimen.
La evolución prepara la revolución y crea el terreno para ella, y la
revolución corona la evolución y contribuye a su obra ulterior.
Procesos semejantes se dan también en la vida de la naturaleza. La
historia de la ciencia demuestra que el método dialéctico es un método
auténticamente científico: comenzando por la astronomía y concluyendo por la
sociología, en todas partes halla confirmación la idea de que en el mundo no
hay nada eterno, de que todo cambia, de que todo se desarrolla. Por
consiguiente, todo en la naturaleza debe ser examinado desde el punto de vista
del movimiento, del desarrollo. Esto significa que el espíritu de la dialéctica
penetra toda la ciencia contemporánea.
Y por lo que se refiere a las formas del movimiento, por lo que se
refiere a que, de acuerdo con la dialéctica, los pequeños cambios, las
modificaciones cuantitativas, conducen, al fin y al cabo, a grandes
cambios, a modificaciones cualitativas, esta ley rige asimismo, en igual
medida, en la historia de la naturaleza. El «sistema periódico de los
elementos» de Mendeléiev muestra claramente la gran importancia que en la
historia de la naturaleza tiene la aparición de los cambios cuantitativos. De
esto mismo es testimonio, en biología, la teoría del neolamarquismo, a la cual
el neodarvinismo cede el puesto.
Nada decimos de otros muchos hechos, suficientemente esclarecidos por
F. Engels en su «Anti-Dühring».
Tal es el contenido del método dialéctico.
* * *
¿Cómo consideran los anarquistas el método dialéctico?
De todos es sabido que el fundador del método dialéctico fue Hegel.
Marx depuró y mejoró este método. Naturalmente, esta circunstancia es conocida
también de los anarquistas. Ellos saben que Hegel era conservador, y,
aprovechándose del caso, fustigan hasta más no poder a Hegel como partidario de
la «restauración», «demuestran» con apasionamiento que «Hegel es un filósofo de
la restauración..., que ensalza el constitucionalismo burocrático en su forma
absoluta, que la idea general de su filosofía de la Historia está subordinada y
sirve a la corriente filosófica de la época de la restauración», etc., etc. (v.
en el número 6 de «Nobati»[«Nobati» («Llamada»): semanario de los
anarquistas georgianos; se publicó en Tiflís en 1906.] el artículo de V. Cherkezishvili).
Lo mismo «demuestra» en sus obras el conocido anarquista Kropotkin (v.,
por ejemplo, su «Ciencia y anarquismo» en lengua rusa).
Hacen coro a Kropotkin nuestros
kropotkianos, comenzando por Cherkezishvili y terminando por Sh. G. (v. los
números de «Nobati»).
Cierto, nadie
discute con ellos acera de este punto; al revés, todo el mundo coincide en que
Hegel no era revolucionario. Precisamente Marx y Engels demostraron antes que
nadie, en su «Crítica de la crítica crítica», que las concepciones históricas
de Hegel se hallan en contradicción radical con el Poder soberano del pueblo.
Pero, a pesar de ello, los anarquistas «demuestran» y consideran indispensable
«demostrar» cada día que Hegel era partidario de la «restauración». ¿Para qué
lo hacen? Probablemente, para desacreditar de tal modo a Hegel y dar a entender
al lector que en el «reaccionario» Hegel tampoco el método puede dejar de ser
«aborrecible» y anticientífico.
Así es como
piensan los anarquistas refutar el método dialéctico.
Nosotros
declaramos que de ese modo no demostrarán otra cosa que su propia ignorancia.
Pascal y Leibniz no eran revolucionarios, pero el método matemático descubierto
por ellos está reconocido hoy como un método científico. Mayer y Hemholtz no
eran revolucionarios, pero sus descubrimientos en el dominio de la física sirvieron
de base a la ciencia. Tampoco eran revolucionarios Lamarck y Darwin, pero su método
evolucionista puso en pie a la ciencia biológica... ¿Por qué, pues, no se puede
reconocer que, a pesar de su conservadurismo, Hegel consiguió elaborar un
método científico, denominado dialéctico?
No, de ese
modo los anarquistas no demostrarán otra cosa que su propia ignorancia.
Sigamos
adelante. Según la opinión de los anarquistas, «la dialéctica es metafísica», y
como «quieren emancipar a la ciencia de la metafísica, y a la filosofía de la
teología», por eso precisamente rechazan el método dialéctico (v. «Nobati»,
núms.. 3 y 9, Sh. G.; y también «Ciencia y anarquismo» de Kropotkin).
¡Vaya con los
anarquistas! Como se dice, «hacen pagar a justos por pecadores». La dialéctica
ha alcanzado su madurez en la lucha contra la metafísica y en esta lucha ha conquistado
su gloria, pero en opinión de los anarquistas resulta que ¡la dialéctica es metafísica!
La dialéctica
afirma que en el mundo nada hay eterno, que en el mundo todo es transitorio y mutable;
cambia la naturaleza, cambia la sociedad, cambian los usos y costumbres,
cambian los conceptos de justicia, cambia la propia verdad; por eso mismo la
dialéctica lo considera todo de un modo crítico, por eso mismo niega la verdad establecida
de una vez para siempre, y por consiguiente, niega asimismo las abstractas «tesis
dogmáticas que, una vez encontradas, sólo hay que aprenderse de memoria» (v. F.
Engels, «Ludwig Feuerbach»).
En cambio, la
metafísica nos afirma otra cosa completamente distinta. Para ella el mundo es
algo eterno e inmutable (v. F. Engels, «Anti-Dühring»), el mundo está determinado
de una vez para siempre por alguien o por algo; he ahí por qué los metafísicos
tienen siempre en la boca la «justicia eterna» y la «verdad inmutable».
Proudhon, el
«padre» de los anarquistas, decía que en el mundo existe una justicia
inmutable, determinada de una vez para siempre, que deber ser colocada como
base de la sociedad futura. Debido a esto se llamaba a Proudhon metafísico.
Marx luchó contra Proudhon con ayuda del método dialéctico y demostró
que, puesto que en el mundo todo cambia, debe cambiar también la
«justicia», y, por consiguiente, la «justicia inmutable» es un delirio
metafísico (v. C. Marx, «Miseria de la filosofía»). Y los discípulos
georgianos del metafísico Proudhon insisten en asegurarnos: ¡«La dialéctica de
Marx es metafísica»!
La metafísica
reconoce diferentes dogmas nebulosos, como, por ejemplo, «lo incognoscible», la
«cosa en sí», y, al fin y al cabo, se transforma en insubstancial teología. En
oposición a Proudhon y a Spencer, Engels luchó contra estos dogmas con ayuda
del método dialéctico (v. «Ludwig Feuerbach»). Y los anarquistas –discípulos de
Proudhon y Spencer– nos dicen que Proudhon y Spencer son unos sabios y Marx y Engels,
¡unos metafísicos!
Una de dos: o
los anarquistas se engañan ellos mismos o no saben lo que dicen.
En todo caso, es
indudable que los anarquistas confunden el sistema metafísico de Hegel
con su método dialéctico.
Ni que decir
tiene que el sistema filosófico de Hegel, que se basa en la idea inmutable,
es metafísico desde el principio hasta el fin. Pero es evidente también
que el método dialéctico de Hegel, que niega toda idea inmutable, es científico
y revolucionario desde el principio hasta el fin.
He ahí por qué
Carlos Marx, al mismo tiempo que sometía el sistema metafísico de Hegel a una
crítica demoledora, ensalzaba su método dialéctico, que, según las palabras de
Marx, «no se deja imponer por nada; es esencialmente crítico y revolucionario»
(v. «El Capital», t. I. Palabras finales).
He ahí por qué
Engels ve una gran diferencia entre el método de Hegel y su sistema «Quien
hiciese hincapié en el sistema de Hegel, podía ser bastante conservador en
ambos terrenos; quien considerase como lo primordial el método dialéctico,
podía figurar, tanto en el aspecto religioso como en el aspecto político, en la
extrema oposición» (v. «Ludwig Feuerbach»).
Los anarquistas
no ven esta diferencia e insisten en afirmar irreflexivamente que «la
dialéctica es metafísica».
Sigamos
adelante. Los anarquistas dicen que el método dialéctico es «un astuto enredo»,
«un método de sofismas», «de acrobacias con la lógica» (v. «Nobati», núm. 8. Sh.
G.), «gracias al cual se demuestran con idéntica facilidad tanto la verdad como
la mentira» (v. en el núm. 4 de «Nobati» el artículo de Cherkezishvili).
Así, en opinión
de los anarquistas, el método dialéctico demuestra igualmente la verdad y la
mentira.
A primera vista
puede parecer que la acusación lanzada por los anarquistas no carece de
fundamento. Oíd, por ejemplo, lo que dice Engels de quien sigue el método metafísico:
«...Su hablar es «Sí, sí; No, no; porque lo que es más de esto, de mal procede». Para él, una cosa existe o no existe: un objeto no puede ser lo que es y al mismo tiempo algo distinto. Lo positivo y lo negativo se excluyen en absoluto... » (v. «Anti- Dühring». Introducción).
¡Cómo!,
replicarán acalorados los anarquistas. ¡¿Acaso es posible que un mismo objeto
sea al propio tiempo bueno y malo?! ¡Pero si esto es un «sofisma», un «juego de
palabras», pero si esto significa que «queréis demostrar con idéntica facilidad
la verdad y la mentira»!...
Sin embargo,
penetremos en el fondo de la cuestión.
Hoy exigimos la
república democrática. ¿Podemos decir que la república democrática es buena en
todos los sentidos o que es mala en todos los sentidos? ¡No, no podemos
decirlo! ¿Por qué? Porque la república democrática es buena solamente en un aspecto,
cuando destruye el régimen feudal; pero en cambio es mala en otro aspecto, cuando
fortalece el régimen burgués. Por eso precisamente decimos: por cuanto la república
democrática destruye el régimen feudal, es bueno y luchamos por ella; pero por
cuanto fortalece el régimen burgués, es mala y luchamos contra ella.
Resulta que la
misma república democrática es al propio tiempo «buena» y «mala», «sí» y «no».
Lo mismo cabe
decir de la jornada de trabajo de ocho horas, que al propio tiempo es «buena»,
por cuanto fortalece al proletariado, y «mala», por cuanto refuerza el sistema
de trabajo asalariado.
Precisamente hechos
de esta índole eran los que Engels tenía en cuenta cuando caracterizaba el
método dialéctico con las palabras arriba citadas.
Pero los anarquistas
no lo han comprendido, y una idea completamente clara les ha parecido un
«sofisma» nebuloso.
Naturalmente,
los anarquistas son muy libres de advertir o no advertir estos hechos, y
hasta pueden no advertir la arena en una playa; están en su derecho. Pero, ¿qué
tiene que ver con eso el método dialéctico, que, a diferencia del anarquismo,
no mira a la vida con los ojos cerrados, siente su pulsación y afirma
abiertamente como la vida cambia y se encuentra en movimiento, todo fenómeno
vital tiene dos tendencias, una positiva y otra negativa, de las cuales debemos
defender la primera y rechazar la segunda?
Sigamos
adelante. En opinión de nuestros anarquistas, «el desarrollo dialéctico es un
desarrollo catastrófico, mediante el cual primero se destruye por completo el pasado,
y después, completamente desligado de él, se afirma el futuro... Los
cataclismos de Cuvier eran engendrados por causas desconocidas, pero las
catástrofes de Marx y Engels son engendradas por la dialéctica (v. «Nobati»,
núm. 8. Sh. G.).
Y en otro lugar
el mismo autor escribe: «El marxismo se basa en el darvinismo y no mantiene
ante él una actitud crítica» (v. «Nobati», núm. 6).
¡Prestad
atención!
Cuvier niega la
evolución darvinista, reconoce solamente los cataclismos, y el cataclismo es
una explosión inesperada, «engendrada por causas desconocidas».
Los anarquistas afirman que los marxistas siguen a Cuvier y que, por
tanto, rechazan el darvinismo.
Darwin niega los
cataclismos de Cuvier, reconoce la evolución gradual. Y he ahí que estos mismos
anarquistas afirman que «el marxismo se basa en el darvinismo y no mantiene
ante él una actitud crítica», es decir, que los marxistas niegan los cataclismos
de Cuvier.
En una palabra,
los anarquistas acusan a los marxistas de seguir a Cuvier y al propio tiempo
les echan en cara que siguen a Darwin, y no a Cuvier.
¡Así es la
anarquía! Como suele decirse. ¡la viuda del suboficial se ha flagelado a sí
misma! Es evidente que el Sh. G. del octavo número de «Nobati» se ha olvidado
de lo que decía el Sh. G. del sexto número.
¿Cuál de los
números tiene razón: el octavo o el sexto?
Veamos los
hechos. Marx dice:
«Al llegar a una determinada fase de desarrollo, las fuerzas productivas materiales de la sociedad chocan con las relaciones de producción existentes, o, lo que no es más que la expresión jurídica de esto, con las relaciones de propiedad... Y se abre así una época de revolución social». Pero «ninguna formación social desaparece antes de que se desarrollen todas las fuerzas productivas que caben dentro de ella...» (v. C. Marx, «Contribución a la crítica de la Economía Política». Prólogo).
Si se aplica
esta tesis de Marx a la vida social moderna, resultará que entre las fuerzas
productivas modernas, que tienen un carácter social, y la forma de
apropiación de los productos, que tiene un carácter privado, existe un
conflicto radical, que debe culminar en la revolución socialista (v. F.
Engels, «Anti-Dühring». Capítulo segundo de la tercera parte).
Como veis, en
opinión de Marx y Engels, la revolución no la engendran las «causas
desconocidas» de Cuvier, sino causas sociales completamente determinadas y reales,
llamadas «desarrollo de las fuerzas productivas».
Como veis, en
opinión de Marx y Engels, la revolución sólo se lleva a efecto cuando han
madurado suficientemente las fuerzas productivas, y no de manera inesperada,
como pensaba Cuvier.
Es evidente que
no hay nada de común entre los cataclismos de Cuvier y el método dialéctico de
Marx.
Por otra parte,
el darvinismo rechaza no sólo los cataclismos de Cuvier, sino también el
desarrollo comprendido dialécticamente, que incluye la revolución, mientras que,
desde el punto de vista del método dialéctico, la evolución y la revolución,
los cambios cuantitativos y cualitativos son dos formas necesarias de uno y el
mismo movimiento.
Evidentemente,
no se puede afirmar tampoco que el marxismo... «no mantiene ante el darvinismo
una actitud crítica».
Resulta que
«Nobati» se equivoca en ambos casos, tanto en el sexto número como en el
octavo.
Por último, los
anarquistas nos reprochan que «la dialéctica... no permite ni salir o escaparse
de sí, ni saltar por encima de sí mismo» (v. «Nobati», núm. 8. Sh. G.).
Esto, señores,
es la pura verdad; en esto, respetables señores, tienen ustedes completa razón:
el método dialéctico, realmente, no permite semejante cosa. Pero, ¿por qué no
la permite? Porque «escaparse de sí y saltar por encima de sí mismo» es cosa de
cabras monteses, y el método dialéctico ha sido creado para las personas.
¡Ese es el
secreto!...
Tales son, en
términos generales, las opiniones de los anarquistas sobre el método
dialéctico.
Es evidente que
los anarquistas no han comprendido el método dialéctico de Marx y Engels. Han
inventado su propia dialéctica y precisamente contra ella arremeten con tanta
saña.
A nosotros no
nos queda más que reírnos al observar este espectáculo, pues uno no puede por
menos de reírse cuando ve cómo alguien lucha contra el fruto de su propia fantasía,
aniquila sus propias invenciones y, al mismo tiempo, asegura con calor que bate
al adversario.
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